Las noches de cocaína de J. G. Ballard en la Costa del Sol
El autor británico visitó con asiduidad el litoral malagueño y supo diseccionar las comunidades de compatriotas que se establecieron en un territorio que se convirtió en una placa de petri de la locura.
28 agosto, 2022 05:00Noticias relacionadas
Que la Costa del Sol no pertenezca a la Commonwealth británica es casi una injusticia: total, aquí hay más ingleses jubilados y prejubilados que en las verdes llanuras de la Gran Bretaña. Comunidades repletas de hijos de Albión que han crecido y se han extendido por las tierras costasoleñas como moho negro y cuyos habitantes no son capaces de pronunciar una sola palabra en español ni bajo la amenaza de perder Gibraltar si no logran.
Porque los británicos son británicos hasta la muerte (y más allá; sólo hay que pensar en el Cementerio Inglés de Málaga) y no importa que no hayan nacido en Reino Unido y, mucho menos, que lleven en Málaga más de dos tercios de sus vidas. Con llegarse a sus supermercados con productos british y a las sedes de sus asociaciones benéficas tienen más que suficiente para vivir una semivida en la que la molicie les coma por dentro.
Hey, que no lo decimos nosotros, que esto ya lo reflejó el autor James Graham Ballard (Yei yi, para los colegas) en su novela de 1996, Noches de cocaína, en la que diseccionó con precisión, observación microscópica e infinita mala baba (AKA flema británica) el territorio aparte que sus compatriotas habían inoculado en la provincia malagueña y que había carcomido el terreno como, perdón por la expresión, un cáncer cargado de chovinismo inglés.
Y J. G. Ballard tenía conocimiento de causa porque era un asiduo de las orillas mediterráneas, especialmente de la Costa del Sol. Porque, como escribimos, aunque nació en Shanghai en 1930, nuestro autor era un británico de pura cepa y esta tierra los atrae, al parecer, con un fuerte impulso atávico que no está muy claro de dónde surge.
Buceando por la Red, poco hemos encontrado de estas visitas, pero, como vemos, sí fueron inspiradoras ya que quedaron inmortalizadas en un libro en el que se refleja la quiebra del sueño británico por habitar una realidad hecha a su imagen y semejanza.
Una mirada inquisitiva
El legado literario de J. G. Ballard es el de uno de los grandes autores del siglo XX. Cronistas de su tiempo, Ballard, que cultivó el genero fantástico en su vertiente de ciencia-ficción, supo ver el futuro hacia el que se dirigía el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Dejó escrito que la dictadura del capitalismo, de la televisión y de la política concebida como una rama de la publicidad hacían cada vez menos necesario que un escritor inventase contenidos ficticios: la ficción ya estaba aquí, delante de nosotros, disuelta en la mentira cotidiana. Para este autor, por tanto, la tarea del escritor consiste en inventar la realidad.
Y sabía de lo que hablaba: Ballard que, durante el conflicto mundial, fue encerrado en un campo de concentración japonés junto con su familia daría cuenta de su experiencia en su libro El imperio del sol, que Steven Spielberg transformaría en película.
Piloto de la RAF en Canadá, periodista técnico, portero del Covent Garden, la vida de Ballard lo llevaría a numerosos terrenos de los que extrajo el jugo terrorífico de la cotidianidad.
El formol del ocio eterno
Y volvemos a Noches de cocaína, donde reflejó uno de estos espacios en los que el horror del día a día se ha transformado en un rumor sordo que nos pudre desde dentro. La novela tiene como escenario una urbanización ficticia de la Costa del Sol, Estrella de Mar, a la que llega el protagonista, Charles Prentice, un personaje inglés que, como escribimos, sigue siendo inglés aunque su infancia haya transcurrido en Riad y su vida adulta entre Yakarta y Papeete.
Prentice acude a auxiliar a su hermano después de que las autoridades locales lo hayan detenido tras acusarle de incendiar una casa y matar a la familia que habitaba en ella. Acusación que en ningún caso desmiente y que sacará a la luz lo que ya muchos sospechamos de la vida en este tipo de urbanizaciones escondidas tras la línea de costa y que, si nos atrevemos a explorar, se demuestran descorazonadoramente enormes y solitarias: que es una vida encantadora, plácida, agradable y absolutamente demencial.
Cuando el ocio total abarca cualquier aspecto de nuestra realidad, lo único que nos queda es pudrirnos empapados en sangría, aburrimiento mortal y sonrisas vacías y frías, como fríos y vacíos son los infinitos campos celestiales soñados por Lovecraft. El retrato sociológico que Ballard desgrana en esta novela policíaca nos puede parecer exagerado, pero como todo en el género negro se denota una verdad que nos provoca un escalofrío y levanta la cortina que oculta lo que se esconde entre las bambalinas de las urbanizaciones costasoleñas.
Una metrópolis Mediterránea
Entre las ideas de Ballard destaca que el crecimiento de las ciudades a lo largo de la costa del Mediterráneo había general una gigantesca metrópolis, que las localidades litorales eran en realidad una sola encarada al mar con una única visión.
En el año 1992 la BBC estrenó un culebrón televisivo titulado Eldorado que contaba las peripecias de una comunidad de británicos en una ficticia urbanización en Coín (y de la que tendremos que escribir un especial aquí, en EL ESPAÑOL de Málaga). Y, aunque fue un fracaso absoluto, mostraba la realidad de unos personajes que eran trasplantados a otro mundo: el sueño de la vida en el litoral se extendió más allá de los propietarios de yates y era como si los británicos pudieran cambiar de planeta, siendo la Costa del Sol una suerte de Marte terraformado donde construir una nueva vida bajo un cielo con más sol y sin tener que cruzar una simple mirada con los marcianos indígenas.
Un no-lugar, como lo definía Ballard, el último surrealista, que se gesta como un cosmos de bolsillo en el que el trauma, la violencia y la locura se transforman en el desesperado motor de vida de una comunidad de relax completo. Así, en la novela, los habitantes de la urbanización Estrella de Mar cometen crímenes para mantenerse activos y evitar caer en un letargo mortal frente a los miles de canales de la televisión por satélite.
Los robos, las agresiones sexuales e incluso el asesinato son los métodos para reconducir un futuro inminente de prejubilados encerrados perpetuamente en sus chalets hacia un futuro alternativo de goce ilimitado, representado por las proféticas noches de cocaína.
Vacío mortal
Y si lo pensamos, justo ahora, en nuestro mundo, el miedo al aburrimiento se esconde en no pocas derivas vitales. La sociedad en su conjunto parece estar embarcada en una eterna búsqueda de cosas por hacer para no caer en la apatía del sopor. Por eso Noches de cocaína tiene tintes en los que reconocemos, no sólo a nuestros queridos vecinos británicos con los que nunca vamos a tener trato alguno porque no se dignan en aprender a decir "hola", sino también a nosotros mismos y al extraño futuro ballardiano que ya estamos viviendo hoy.
Porque como dejó escrito Ballard, "el futuro será un enorme y resignado suburbio del alma, nada nuevo va a surgir, ninguna evasión tendrá lugar otra vez".