No es que empezara en Chernóbil, pero el asunto se popularizó cuando, a mediados de 2019, HBO estrenó la serie en la que relataba el desastre acaecido en la planta de energía atómica de la ciudad de Prípiat hace ya 36 años. De repente, el número de los llamados turistas radiactivos, aquellos que se internaban en la zona de exclusión tras el accidente, se incrementó empujados también por el nocivo poder de las redes sociales y sus influencers del pan pringao que no dudan en ponerse en peligro; a ellos, a sus gónadas y a su material genético. (Aunque la esterilidad de semejante ganado no es mal negocio, la verdad sea dicha).
En nuestro país lo vimos más tarde en La Palma, cuando la lava hizo de las suyas y el turismo volcánico desbordó la isla: autobuses repletos de visitantes, atascos en caminos sinuosos taponados de ceniza, El Cabildo frotándose sus metafóricas manos y habilitando transportes para mover a los llegados a la capital al mirador desde donde apreciar mejor el paso de la roca ardiente.
Porque el morbo se presenta en el corazón de cualquiera y eso de visitar lugares arrasados por las fuerzas naturales o humanas adquiere ahora un poderoso atractivo para aquellas personas que no dudan en hacerse selfies en Auschwitz como el que se retrata frente a un bello atardecer marino.
Por tanto, no es de extrañar que visitar los pantanos casi vacíos de la provincia de Málaga, como el de La Viñuela, o pasear por los montes arrasados por los incendios que no se han parado de suceder durante este verano, se haya añadido al listado de cosas por hacer en la guía del turista, escribiremos, inusual.
Así, asistimos con una ceja arqueada al hecho de que, antes de darse por extinguido completamente el fuego originado en la Sierra de Mijas y que afectó gravemente también a los espacios naturales de Alhaurín el Grande y de la Torre, el alcalde alhaurino, Joaquín Villanova, prohibiera expresamente a la ciudadanía el acceso a Jarapalos y al resto de zonas arrasadas por las llamas.
El turismo de desastres, amigos, que no sólo es moralmente cuestionable, sino que suele poner en peligro a las personas que lo practican y, por extensión, a las fuerzas de seguridad y emergencia que a la postre tienen que velar por estos turistas tan especiales.
Luz, fuego, destrucción
El mundo puede ser una ruina, pero que nadie venga a fastidiarnos la fiesta. Mientras los pantanos (disculpen, ahora hay que escribir embalses; la palabra pantano, al parecer, tiene connotaciones franquistas…); mientras los embalses de Málaga, escribíamos, no llegan ya casi ni al 40 por ciento de su capacidad global, siendo La Viñuela el que peor está, convertido en uno de los más secos de toda la nación, los turistas han decidido visitarlo para disfrutar, por ejemplo, del espectáculo de los restos de un negocio de deportes acuáticos que habían quedado anegados y que, al bajar las aguas, han vuelto a ver la luz del sol.
El turismo de sequía, de esta manera, valora las construcciones y edificaciones que están surgiendo de las escasas reservas hidrológicas como si fueran los restos urbanos de civilizaciones perdidas. Desde luego, y viendo el panorama, para algunos es bien cierto que no hay mal que por bien no venga. En fin.