Los burros taxi de Mijas: el origen de un icono único en España
Lo que comenzó como una anécdota hace 60 años, hoy en día continúa siendo unas de las señas de identidad, que se niega a desaparecer e inmune a la subida de la gasolina, de este pueblo de Málaga.
13 noviembre, 2022 05:00Noticias relacionadas
Los símbolos son abstracciones muy complicadas de analizar y delimitar. Por eso, crear un símbolo, una seña de identidad, un icono, pues la verdad es que no es nada fácil y siempre que se ha forzado la cosa ha salido rana. Los emblemas surgen, en la gran mayoría de los casos, de chiripa: cuando menos se lo espera uno, algo se torna en una idea maravillosa que, vista con la perspectiva que da el tiempo, está claro que era una genialidad que a todas luces iba a triunfar.
Y nada más alejado de la realidad.
Por eso podemos desgranar el origen de los burros taxi de Mijas, pero ¿cuál es el secreto de su éxito, de la fascinación que genera en casi todos los visitantes que arriban a esta localidad para subirse a lomos de un equino y ser movidos por tracción a sangre? Pues a saber.
Julián y Antonio Núñez Andréu tuvieron, hace 60 años ya, una de estas ideas que trascenderían y se convertirían en patrimonio cultural de un municipio que es a día de hoy lo que es gracias al turismo y sus claroscuros.
La historia comienza en agosto de 1962. El vecino mijeño Julián Núñez fue requerido por el alcalde de entonces Salvador Jiménez Leiva para que acudiera, con un pollino, a la caseta que la localidad tenía instalada en la Feria de Málaga. La idea del regidor era que Julián ofreciera paseos por el recinto para animar el cotarro.
Sin embargo, el primer día fue un fracaso absoluto (si esta historia fuera una serie de Netflix, a partir de este punto ya se hubiera cancelado): Julián no tuvo ni un solo cliente.
Pero siguiendo la máxima humana de sentarnos en las terrazas de los bares que vemos más llenas, en lugar de ocupar las sillas de los locales más vacíos, al día siguiente el alcalde, el cura y el marido de la partera (que no hemos averiguado quién era), se dieron un primoroso garbeo por el real como reclamo que logró lo esperado: al día siguiente los clientes les llovían.
A esto se unió el hecho de que, poco a poco, Mijas se fuera transformando en un potente foco de atracción de turistas, uno de los principales en el circuito de la Costa del Sol que comenzaba a despuntar y adquirir una fama que lo puso en el punto de mira del recién estrenado turismo de masas.
Mientras el pueblo mijeño se mantenía con una existencia tradicional, los foráneos llegaban de fuera de las fronteras nacionales y comenzaban a impregnarlo todo. Así, cuando los trabajadores que acarreaban piedras de la cantera de la Sierra de Mijas empleando burros descendían tras terminar su extenuante jornada laboral, los visitantes que se topaban con ellos, tan extraños los unos para los otros, les pedían hacerse fotos y que les dieran una vuelta por las calles encaladas.
Por muy aliquindoi que hubieran estado, poco podían imaginar entonces los arrieros y sus animales que dejarían de transportar piedras para transportar a señores en pantalón corto y señoritas en mangas de camisa, todos ellos blancos como la leche. No obstante, tras la experiencia de Julián en la Feria de Málaga y con el cada vez mayor número de turistas que llegaban a Mijas, la cosa fue más rodada.
El alcalde Salvador Jiménez volvió a dar un empujón y animó a Julián a seguir con el negocio de los pollinos, quien compró su primer burro por 1.500 pesetas de las de entonces (pagaderas en tres plazos).
Para el año 1963 él y su hermano empezaron en serio con dos burros hasta que acabaron su vida profesional con una veintena de equinos, un poni, cuatro coches de caballos y cuatro carritos de dos plazas.
Y en toda esta elipsis, la locura: el actor mexicano Mario Moreno Cantinflas, la polifacética Laura Valenzuela, el humorista Gila, el músico Raphael, Manolo Escobar, Mary Sampere, Antonio Garisa, José Luis López Vázquez, Joaquín Prat, Lola Flores, María Teresa Campos, Mayra Gómez Kempcasi; todos los toreros de la época y numerosísimas celebridades extranjeras como Brigitte Bardot (que llegó a torear una vaquilla en la plaza de toros de Mijas antes de ser animalista), se subieron sobre un burro para dar cuentas de un pueblo que veía fascinado la fascinación de los de fuera. La lista es interminable, claro.
Si se tuviera que calibrar la fama que ha procurado a Mijas el invento del burro taxi la cosa daría para una tesis. La cantidad de fotografías que debe haber en toda Inglaterra de hijos de la Gran Bretaña montados sobre un pollino posiblemente daría para tapar el agujero de la capa de ozono.
Llegar a Mijas y no ver a un burro en el entorno de las avenidas de El Compás o Méjico o por la plaza Virgen de la Peña es romper con la idea que se tiene de esta localidad ya que todavía es una imagen de campañas publicitarias turísticas y un rasgo identificativo para un pueblo que se resiste a dejar atrás este invento a pesar de los tiempos y la presión animalista.
Y es que a día de hoy cada vez son más las personas que están en contra de que los burros sean usados con fines comerciales. Por ello, en 2019, el Ayuntamiento mijeño diseñó una ordenanza municipal para crear un marco legal para hacer este servicio sostenible y mucho más amable para sus protagonistas involuntarios.
En miras del bienestar animal y para incrementar su cuidado, que ya estaba fuertemente respaldado con revisiones veterinarias periódicas, se mejoraron las condiciones higiénicas de las cuadras y paradas, se ampliaron las medidas de inspección y, sobre todo, la acción estrella, se limitó a 80 kilos máximos el peso de los pasajeros para subir a lomos de un burro.
La ordenanza incluso regula los horarios de trabajo, de nueve de la mañana a seis de la tarde en otoño e invierno, y de ocho y media de la mañana a nueve y media de la noche en primavera y verano, con un descanso obligado entre las dos y las cinco de la tarde y por turnos.
No es de extrañar, además, que la localidad cuente con la colaboración de la Fundación Mijas Donkey, que dispone de un refugio para los pollinos que hayan sido abandonados en otras partes de la provincia o requieran de cuidados sanitarios.
Actualmente el servicio de burro taxis mantiene más de 60 animales y ocho carruajes y un estacionamiento reglado en el que se da descanso a los asnos. Una atracción de la que viven numerosas familias, ofreciendo paseos por las calles mijeñas con precios que oscilan entre los 15 y los 25 euros.
La leyenda del Quemachochos
Para terminar, es de recibo escribir sobre el burrito Quemachochos, que es como llaman los mijeños a la estatura que el Club de Leones de Mijas donó al municipio para rendir tributo y homenaje a este noble animal.
De tamaño natural, la estatua permite que los visitantes se monten en ella para hacerse una simpática foto si no quieren gastarse los cuartos o por si les da reparo subirse sobre un burro de verdad.
El caso es que, claro, la escultura es de bronce y se encuentra situado sobre el aparcamiento municipal, en plena calle, en una zona donde a lo largo de todo el santo día le está dando el cálido sol… ¿Me siguen?
Así que, muchos turistas, cuando se subían alegremente a lomos de este equino de metal terminaban con quemaduras en sus partes pudendas que en algunos casos requirieron atención médica.
Cómo no fue la cosa, que el Ayuntamiento de Mijas tuvo que colocar carteles de aviso, en varios idiomas, en los escalones de la pequeña escalinata con la que se sube sobre la figura.
Y a partir de ahí, el salero popular hizo su magia y desde entonces a ese burro ardiente lo llaman Quemachochos, un sobrenombre bastante pragmático.