Seguro que ya has escuchado que Málaga está de moda y quieres comprobarlo por ti mismo; o quizás buscas un destino en España para pasar un fin de semana y te ha llamado la atención la luz de la Costa del Sol; o igual eres un asiduo a veranear en Torremolinos, Mijas o Marbella, pero nunca has visitado con todas las de la ley la capital de la provincia... o quizás visitaste Málaga hace muchos años y quieres ver si es cierto que ha vivido una auténtica revolución.
Sea como sea, la ciudad de Málaga tiene mucho que ofrecerte para pasar un fin de semana espectacular. En muy pocos años, se ha convertido en un referente museístico, gastronómico y tecnológico, entre otros aspectos. Además, su candidatura para acoger la Expo de 2027 la ha vuelto a poner en el punto de mira internacional; a lo que se suma la celebración durante todo 2023 del cincuenta aniversario desde la muerte de su paisano más universal, el genial pintor Pablo Picasso.
Todo esto y más lo podremos descubrir a través de esta ruta que te propone EL ESPAÑOL de Málaga por los rincones más disfrutables de una ciudad vibrante que no para de crecer, y que está a apenas un vuelo o un AVE de distancia:
Viernes
La aventura comienza en el corazón de la ciudad. El mercado de Atarazanas es el lugar perfecto en el que empezar a abrir los sentidos para conocer la ciudad: construido a finales del siglo XIX, mantiene una sorprendente puerta nazarí y cuenta con una preciosa vidriera que dibuja la ciudad que vas a descubrir. Después de perderte entre unos puestecillos en los que el pescado es inevitablemente el rey, puedes comer bien fresco y tomar una cerveza en algunos de los puestos contiguos al mercado.
Con el depósito ya cargado, se puede empezar el pateo de la ciudad por las vías del Centro Histórico. La principal de todas, calle Larios, es una de las vías decimonónicas más elegantes de España y también una de las más caras del país. Fue diseñada por el ingeniero José María de Sancha, autor intelectual de una parte importante de los edificios neoclásicos del casco histórico, y actualmente es el lugar más codiciado para las grandes firmas de moda y restauración internacionales.
Por ella se puede subir a la célebre Plaza de la Constitución, la antigua plaza mayor y ágora urbano por excelencia. Aprecia la renacentista Fuente de Génova, busca en el suelo las portadas de los periódicos del día posterior a la aprobación de la Carta Magna y no dejes de investigar el mítico Pasaje Chinitas. Además, muy cerca está el Restaurante Chinitas, en el que el difunto humorista Chiquito de la Calzada pasaba sus días.
Si quieres perderte entre las callejas de lo que era la medina musulmana —Málaga no fue tomada por los Reyes Católicos hasta 1487—, es recomendable visitar el recuperado entorno del Museo Thyssen, con joyas ocultas como la iglesia neogótica del Sagrado Corazón, o pasear junto al templo de los Santos Mártires y la imponente torre de San Juan Bautista. Ambas iglesias fueron parte de las primeras cuatro parroquias erigidas por los Reyes Católicas tras la reconquista y son puntos clave en la Semana Santa malagueña.
Claro que, puestos a hablar de templos, el principal de la ciudad es la Catedral de la Encarnación, conocida popularmente como La Manquita porque todavía le falta una torre por construir. Se comenzó a construir en el siglo XVI y terminó en el XVIII, lo que se traduce en una mezcla de estilos gótico, renacentista y barroco. Es, además, uno de los templos europeos con las bóvedas a mayor altura. Sobre La Manquita, un consejo: merece la pena darle la vuelta completa, con especial atención al bellísimo paseo desde calle Císter hasta la plaza del Obispo, pasando por la fachada de la Iglesia del Sagrario, una obra maestra del gótico isabelino.
Con esa inmejorable carta de la presentación de la ciudad ocupando la tarde, los más afortunados podrán haber adquirido con tiempo entradas para ver alguna obra en el Teatro del Soho Caixabank, la apuesta de la superestrella Antonio Banderas por dar a su ciudad un recinto cultural de primer nivel. Se sitúa muy cerca de la Alameda Principal, en la zona antiguamente conocida como Ensanche Heredia y reconvertida por impulso vecinal y municipal en barrio de las artes.
Además del teatro, las omnipresentes pinturas murales y el interesantísimo Centro de Arte Contemporáneo le dan ese barniz cultural; pero es cierto que el barrio está destacando fundamentalmente por su ímpetu gastronómico. Perderse en las propuestas de comida japonesa o de cervezas artesanales que abundan es una buena opción para la cena; aunque, si quieres continuar la ruta de Antonio Banderas, puedes ir a piñón fijo a su cercano y lujoso restaurante Tercer Acto. Eso sí, la recomendación es volver a cruzar la Alameda tras la comilona y cerrar el primer día con un vino en la Antigua Casa de Guardia, la taberna más solera de la ciudad.
Sábado
Ya toca entrar en materia picassiana, el malagueño más universal. El genio nació junto a la Plaza de la Merced, en un edificio que ahora ocupa un Museo Casa Natal Picasso cuya visita es ideal para conocer sus orígenes. Además, anda con ojo, porque junto al inmueble te podrás encontrar una estatua de piedra y bronce que permite al pintor tener un reencuentro postmortem con la ciudad que le vio nacer y a la que no pudo volver.
La propia plaza es una de las más bellas de Málaga y cuenta con un impresionante obelisco levantado en memoria al general liberal José María de Torrijos y sus hombres, fusilados en las playa de Málaga tras levantarse contra el absolutismo. "A la vista de este ejemplo, ciudadanos, antes morir que consentir tiranos", reza una de las leyendas inscritas en el monumento, bajo el que se sitúan las tumbas de los mártires por la libertad.
[Las obras más importantes del Museo Picasso, elegidas por su director]
Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso fue bautizado en la cercana Iglesia de San Juan, el último de los templos erigidos por los Reyes Católicos que aún nos faltaba por visitar.
Inevitablemente, la mañana picassiana debe culminar en el Museo Picasso. Se trata de la pinacoteca más visitada del sur de España y de Andalucía, por lo que nuestra recomendación es ir con las entradas ya compradas. Merece la pena disfrutar de su recorrido por la psique del genio y sus formas de trabajar: destaca entre sus centenares de piezas la amplísima variedad de técnicas que el malagueño utilizó para experimentar.
A la salida del museo, una buena opción para almorzar es la icónica Bodega Bar El Pimpi: merece la pena perderse entre su colección de cultura popular malagueña y los barriles firmados por Lola Flores, Imperio Argentina, Antonio Gala y un sinfín de personalidades.
Tras la mañana picassiana, toca una tarde histórica. La terraza de El Pimpi se sitúa en Alcazabilla, una de las calles más llamativas de la ciudad. En ella, dialogan dos de los monumentos más sobrecogedores de la ciudad, separados por milenios y civilizaciones pero apenas a unos pocos metros. Se tratan del teatro romano y la Alcazaba.
El teatro es el principal vestigio de la presencia romana en la antigua Malaca, y fue construido en los primeros años del siglo I d.C, es decir, a comienzos del Imperio, en un momento en el que se llevarán a cabo numerosos edificios públicos con el fin de convertir a la ciudad en la imagen de la nueva vida política, económica y religiosa. En el siglo III fue abandonado y no se redescubrió hasta 1951, en las obras de una antigua Casa de la Cultura que ocupaba el solar. El edificio se derrumbó para poner en valor esta construcción que casi parece abrazar a la calle Alcazabilla.
Justo encima de él se sitúa la Alcazaba, quizás las más importante construcción de la ciudad. Durante la época islámica, fue construida inicialmente como fortificación para después convertirse en palacio-fortaleza, sede del gobierno de la ciudad. Se tiene constancia por primera vez de ella durante la época del Emirato Omeya, en el 755, y sus jardines y fuentes hacen de su visita un paseo histórico de lo más agradable.
Las visitas guiadas, de una hora y quince minutos de duración, comienzan a las 10:30, 12:30 y 16:00 horas: esta última será la que más nos interese si seguimos al pie de la letra la programación propuesta por este artículo. En caso de estar en horario de verano (1 de abril a 31 de octubre), merece la pena empalmar esa visita con la del castillo de Gibralfaro, situado inmediatamente sobre la Alcazaba y abierta en esas fechas hasta las 20:00 h. En el horario de invierno, cierra a las 18:00 h, por lo que resulta más complicado tener tiempo para ambas visitas en la misma tarde.
La ciudad de Málaga pertenece a Gibralfaro. Desde tiempos inmemoriales, la colina sobre la que se sitúa ha sido la atalaya desde la que se ha defendido la urbe y sus accesos. El castillo fue construido en el siglo XIV para albergar las tropas y proteger la Alcazaba, convirtiéndose en la fortaleza más inexpugnable de todo Al-Ándalus.
Merece la pena, haya habido o no visita al interior del castillo, observar la ciudad a los pies desde el mirador de Gibralfaro. La vista al mismo tiempo que atardece es una de las más bellas e icónicas de Málaga. Se puede observar desde arriba la plaza de toros y las torres desarrollistas del barrio de La Malagueta, la frondosidad de El Parque en pleno corazón de la ciudad, la inmensidad de la urbe hacia el oeste y la costa.
Antes de que se haga completamente de noche, se puede bajar por un agradable paseo cuesta abajo hasta la ladera donde otrora se situaba el barrio de La Coracha, el que pudiera haber sido un Albayzin malagueño y que las excavadoras del progreso se llevaron por delante. Por la calle Guillén Sotelo y el paseo de Don Juan Temboury se llega en pocos minutos a las manzanas del entorno de Alcazabilla, del que hemos partido al principio de la tarde.
Tras una tarde tan intensa, la mejor noticia es que nos situamos en una de las zonas más destacada por su brillo culinario. Entre esas pocas calles en las que aún se conserva algo de la antigua judería medieval, hay restaurantes de nivel tan alto como Araboka, Taberna Uvedoble o la flamante nueva estrella Michelín de Kaleja. Cualquiera de ellos es un acierto por todo lo alto y, si todavía estás con fuerzas, puedes culminar un día completísimo con una copa en la recién abierta Terraza Catedral o en la de La Alcazaba.
Domingo
El último día va a fluir junto al mar Mediterráneo, al que la ciudad de Málaga siempre estuvo abierta. Partimos de la plaza de la Marina, un enclave estratégico entre las principales arterias comerciales de la ciudad, el Soho y el Puerto; donde los adolescentes skaters se reúnen frente a edificios emblemáticos como la sede principal de Unicaja o la recién remodelada La Equitativa.
Desde la plaza, toca avanzar hacia el este por el Paseo del Parque. Situado en terreno ganado al mar durante el siglo XIX, se trata de uno de los más importantes jardines exóticos al aire libre de Europa. Merece la pena tomarse el tiempo necesario para perderse entre las especies botánicas de los cinco continentes que se sitúan a ambos lados del paseo. Además, en el frente norte del parque, la sucesión de edificios icónicos es sorprendente: el Palacio de la Aduana, actual Museo de Málaga; el neomudéjar Rectorado de la Universidad de Málaga, la sucursal del Banco de España y el Ayuntamiento de la ciudad.
El paseo finaliza en la rotonda presidida por la Fuente de las Tres Gracias, donde los sufridores aficionados de los equipos deportivos locales han celebrado los (escasos) títulos que han logrado a lo largo de su historia. Cruzando a la esquina sudeste de esa plaza del General Torrijos, se tiene una preciosa vista de muchos de los monumentos ya visitados: a la izquierda, el Ayuntamiento y el Parque; al frente, la Alcazaba y La Coracha; a la derecha arriba, Gibralfaro y su mirador. En el extremo este de la plaza, se puede observar también el neogótico Hospital Noble, construido en el siglo XIX a ladrillo visto.
Cruzando la calle por el extremo este del parque, se llega a la llamada esquina de oro del Puerto: es bien reconocible por la presencia del moderno cubo de colores que encabeza este artículo y señala la ubicación del Centre Pompidou Málaga, la primera sede del famoso museo de arte contemporáneo parisino fuera de Francia. La entrada combinada de la exposición semipermanente y la temporal es de 9 euros, y es una inversión muy recomendable.
[Las cinco obras imprescindibles para ver en el Centro Pompidou en Málaga]
El Pompidou se sitúa en un entorno privilegiado, justo en el punto de encuentro entre los Muelle Uno y Dos del Puerto. Estos paseos a primerísima línea del mar son unos de los grandes regalos del enclave: atrae el Palmeral de las Sorpresas, impresiona la sucesión de yates atracados y entretiene los distintos comercios y restaurantes (muchos de ellos, grandes cadenas) que se lucen al lado de un mar brillante.
Además de su potencia hostelera y restauradora, también está ganando peso tecnológico: Google ha elegido el colidante edificio del antiguo Gobierno Militar para situar su gran centro de ciberseguridad, que promete revolucionar el ecosistema; la esquina de oro del Puerto está ocupada por unas oficinas de coworking y la Junta de Andalucía ha apostado por situar la sede de su Agencia Digital de Andalucía en el Muelle Dos.
Pese a la tentación de las multinacionales de restauración en el Muelle Uno, nuestra recomendación es guardar el hambre para una mayor recompensa: los chiringuitos (también conocidos como merenderos) de Málaga este, cuna del famosísimo espeto de sardinas y hogar del pescaíto frito. Pasando por los altos edificios de pisos de La Malagueta y su plaza de toros que el sábado veíamos desde el mirador de Gibralfaro, se llega al paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso. Desde el icónico restaurante Antonio Martín se tienen vistas inmejorables al único faro femenino de la Península Ibérica, La Farola.
Paseando junto a la playa urbana de La Malagueta, se disfruta de uno de los más extendidos pasatiempos de los malagueños: disfrutar de una caminata junto al Mar Mediterráneo, donde el olor a salitre y brasa hace que hasta el sol brille con mas cariño. Apenas son 3 kilómetros —algo más de media hora andando por el litoral pasando por merenderos como el Tropicana, El Cachalote, Caleta Playa, Oasis, Picasso y Nuevo Mediterráneo— los que separan La Malagueta de los Baños del Carmen.
Desde este antiguo balneario, a primerísima línea de playa y emblemático de la ciudad, se puede ver el que probablemente sea el mejor atardecer de Málaga. Merece la pena hacer un alto en el camino para ver la tarde deshacerse tomando una cerveza o un refresco mientras las olas chocan contras las rocas a pocos metros. Siguiendo por esa senda, se alcanzan los barrios marineros de Pedregalejo, primero, y El Palo, después.
Muchos de los establecimientos a primera línea de playa de Pedregalejo se han convertido en bares para beber o comer hamburguesas, resultando en una experiencia muy disfrutable para visitantes foráneos. No obstante, la vivencia más autóctona sea seguramente pasear por el paseo marítimo de El Palo, donde mucha gente humilde y sencilla sigue viviendo en casitas dedicadas a la virgen del Carmen en primera línea de playa, y tomarse un contundente campero para cenar en la Maruchi. Es muy difícil, en tan poco tiempo, quedarse con un mejor sabor de boca de lo que Málaga te puede ofrecer.