Felipe de Edimburgo era un gran aficionado a los coches y a lo largo de su vida se le vio a menudo a bordo de modelos de Land Rover, Jaguar o Aston Martin, entre otros. De hecho, antes de que James Bond hiciera gala de sus vehículos "tuneados" con todo tipo de artilugios, el duque poseyó un Aston Martin que tenía lo que podría considerarse los primeros "gadgets".
El Lagonda Drophead Coupe se construyó en 1954 a petición del duque de Edimburgo, que hizo uso de él durante siete años. El modelo, tapizado con cuero de color gris y acabado en verde, se modificó con un espejo extra que permitía a Isabel II ponerse el sombrero recto.
Otro elemento adicional que caracteriza al vehículo es una radio-teléfono que permitía al consorte de la soberana llamar al palacio de Buckingham y hablar con sus hijos, el príncipe Carlos y la princesa Ana.
Si bien el espejo todavía forma parte del vehículo, lo único que queda del sistema telefónico es la antena y el botón de encendido.
Para que el vehículo estuviera siempre a punto, Aston Martin llegó a enviar personal semanalmente a The Royal Mews y al Castillo de Windsor durante los siete años de propiedad del Duque de Edimburgo, hasta 1961, según detalla This is Money.
También es exclusivo de este automóvil la pintura: es el único de los 20 MK1 Lagonda Drophead Coupes que tiene un acabado en este tono personalizado con tapicería de cuero gris.
Autorización real
El lujoso vehículo se convirtió en el primer Aston Martin en tener una autorización real, lo que suponía en la práctica que la compañía podía anunciar que prestaba sus servicios a la familia real.
Hasta 1961, el duque de Cambridge utilizaba el coche para acercar a su hijo al colegio y para ir hasta el Crowday Park, un club de polo en el sur de Inglaterra.
Además, dejó ver el coche durante los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956 y lo cargó a bordo del yate real Britannia durante una gira por los países de la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth) durante 1956 y 1957.
El automóvil se subastó el 20 de abril de 2016 en el Museo Imperial de Guerra de Duxford, en el este de Inglaterra por 335.500 libras, unos 387.000 euros.