Las manifestaciones feministas han pintado de color violeta todo lo que les rodea. Pañuelos, camisetas, pintalabios, símbolos, uñas, gorras... cualquier cosa de ese color duplicaba la protesta, triplicaba las reivindicaciones.
Sin embargo, en otros países, como EEUU, cuando las mujeres han querido expresar su empoderamiento en reclamaciones feministas han utilizado el blanco. Las congresistas demócratas, lideradas por Nancy Pelosi, aparecían en el Congreso y en el Senado de EEUU vestidas completamente de blanco para denunciar las políticas machistas de Donald Trump.
Entonces, ¿cuál sería el color del feminismo: blanco o morado?
Ambos tonos surgen de las banderas tricolores (violeta, blanco y verde) que llevaban las sufragistas británicas a principios de siglo XX en sus manifestaciones para pedir el voto de la mujer. Una de sus líderes más importantes, Emmeline Pethick-Lawrence, explicaba por qué habían elegido esos tres colores en su lucha: "El morado, el color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada sufragista, simboliza su conciencia de libertad y dignidad. El blanco simboliza la honradez en las vidas privada y política. Y el verde, la esperanza por un nuevo comienzo".
Sin embargo, el violeta se ha extendido en todas las protestas mundiales de los últimos años por otras teorías que afianzan que sea el tono simbólico de las reivindicaciones feministas. La explicación más extendida es que se utiliza en recuerdo del incendio el 25 de marzo de 1911 en una fábrica de camisas en Nueva York donde murieron 146 trabajadores, 123 mujeres.
Las causas de las llamas no se conocen pero la tragedia marcó un hito en la lucha feminista ya que las trabajadoras y los trabajadores habían convocado protestas por los bajos salarios y los jefes decidieron cerrar las puertas para evitar que abandonaran sus puestos de trabajo. El incendio arrasó con la vida de 123 mujeres. Se asegura que el humo que salía de la fábrica era morado por el tono de las telas que se utilizaban en la confección de las camisas.
Menos popular es la teoría que concluye que se eligió el violeta para estas protestas porque es el color que nace como resultado de la mezcla del azul y el rosa, es decir, la igualdad de género, ni chicos ni chicas.
El blanco, en América
Aunque las protestas feministas en EEUU y Canadá han pintado de violeta las calles, el blanco ha sido el color protesta elegido por las mujeres de la clase política para marcar sus reivindicaciones.
Precisamente las sufragistas estadounidenses vestían siempre de blanco para, entre otras cosas, dejar claro que sus protestas eran pacíficas y puras, y el símbolo caló hondo en las políticas que han seguido su estela.
La primera mujer negra que entró en el Congreso, Shirley Chisholm, vestía de blanco cuando juró su cargo en 1969 y lo mismo hizo Geraldine Ferraro cuando se convirtió en la primera mujer vicepresidente del país.
En el año 2016, fue Hillary Clinton la que decidió ponerse un traje de pantalón blanco para aceptar la nominación como candidata demócrata a la Presidencia de EEUU en las elecciones que la enfrentaría a Donald Trump.
Y un año más tarde, durante el discurso del Estado de la Nación de Donald Trump, todas las diputadas y senadoras demócratas iban de blanco para insistir en la necesidad de seguir peleando por los derechos de las mujeres.
El movimiento liderado por la congresista más joven, Alexandra Ocasio-Cortez, ha sido seguido por todas las compañeras de partido del Grupo de Trabajo de Mujeres Demócratas de la Cámara de Representantes, en los últimos años.
La presidenta de ese grupo, Lois Frankel (senadora por Florida) explicó el pasado mes de enero que "usar el blanco sufragista es un mensaje respetuoso de solidaridad con las mujeres en todo el país y una declaración de que no soltaremos nuestros derechos duramente ganados".
En Canadá también se han subido al tono violeta en las protestas pero durante décadas apostaron por el blanco para las reivindicaciones feministas.
Lo curioso es que la campaña del lazo blanco, que surgió en este país a principios de los 90, fue impulsada por un grupo de hombres que querían denunciar el silencio ante la violencia contra las mujeres después de que un asesino matara, el 6 de diciembre de 1989, a 14 estudiantes de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Montreal al grito de '¡feministas!' y por el simple hecho de estudiar una carrera supuestamente de hombres.