Perdedora, corrupta, cornuda, mujer de..., títere del sistema. Estos son algunos de los adjetivos más frecuentes que se le han acuñado a Hillary Clinton, personalidad apaleada por el imaginario colectivo y sobre todo por los líderes de un sistema que representa las fuerzas vivas del machismo todavía reinante en nuestra sociedad.
Por eso, no es de extrañar que la política norteamericana irrumpiera como una estrella el pasado mes de febrero en el Festival de Berlín, cuya seña de identidad es el cine más audaz e innovador, para presentar un producto tan conservador como efectivo, gracias a la serie documental 'Hillary'.
Su directora, Nanette Burstein, plantea un trabajo a mayor gloria de Clinton, pero en sus 252 minutos de duración y cuatro capítulos no se evitan los asuntos más controvertidos de su trayectoria profesional y personal. Luces y sombras de una mujer que, guste o no, ha marcado la agenda política estadounidense y mundial de las últimas décadas.
De pionera del feminismo al escándalo Lewinsky
La serie sitúa a la protagonista como adalid del feminismo estadounidense desde su juventud, cuando todavía se llamaba Hillary Diane Rodham. Las imágenes de archivo recopiladas por Burstein muestran a una estudiante brillante, ataviada con gafas gigantescas y gesto de empollona que quería cambiar el mundo. A principios de los 70, sin desearlo demasiado se involucra en política y conoce a Bill Clinton. Cuando todavía no habían entablado ni una sola conversación, ella le dijo, "si sigues observándome, y ya que yo no voy a retirar mi mirada, mejor conozcamos nuestros nombres". Y así comenzó el idilio de esos dos jóvenes que flirteaban con la estética hippie.
Melenas, largas barbas y utopías, nada que ver con la posición cardinal en el establishment que ocuparían poco después. Porque a continuación llegaron el matrimonio (pasando a ser Hillary Clinton), el nacimiento de Chelsea, su única hija, y el ascenso imparable de Bill hasta ocupar la Casa Blanca. Tiempos de gloria, ella no solo como primera dama, sino como criatura pensante.
Menos banal y divertida que el líder, pero tomando una dimensión propia. Ni rastro de una mujer florero, aunque apoyando siempre la causa de su marido. Y cuando el éxito emanaba por todos los poros, llega la detonación. Bill, Monica Lewinsky (conocida también como "la becaria no remunerada"), la mancha en el vestido. Hillary afronta con extrema crudeza la situación en la serie.
Fue engañada doblemente, no solo por la infidelidad, sino porque su marido negó compulsivamente todo el incidente. Después llegaron las evidencias, la realidad aplastante revelada por los medios, una de las humillaciones más notorias de la historia, contada sin demora a todo el planeta.
El golpe fue obviamente colosal. La protagonista relata que fue necesaria una terapia de pareja y la inconmensurable ayuda de su hija Chelsea para salvar el matrimonio. Quizás sea por el paso del tiempo, pero Hillary exhibe una remarcable solidez al afrontar aquel terremoto. Se muestra tan sincera respecto a sus sensaciones como convencida de su superación. Sea como fuere, se sobrevive a la crisis, el matrimonio no se rompe, las heridas cicatrizan, al menos en apariencia.
Paradójicamente ahí llegó el relevo, Bill a un segundo plano, y ella cimentando su camino hasta aquel viejo hogar, la Casa Blanca. Entre tanto, episodios antológicos, como la inconcebible victoria de Barack Obama, presencia esencial en la serie. Los viejos fantasmas del republicanismo parecían extintos. Si por primera vez un afroamericano guiaba al país, aplicando un pacifismo, una sensibilidad en la política exterior y la esperanza al fin de una sanidad pública asequible para todos que resultaban inéditas en la historia del país, ¿por qué no el mandato de una mujer?
La gran 'víctima' del populismo machista
Nadie dudaba. Hillary presidenta. Ese bufón llamado Donald Trump, criatura soez, símbolo de la vulgaridad, machista empedernido y empresario sin escrúpulos nada tenían que hacer ante una mujer formada y carismática que conocía de primera mano el funcionamiento de la política de altos vuelos. Al fin y al cabo estábamos ya en el siglo XXI. Precisamente, estábamos en el siglo XXI, envuelto en una impredecible ola de populismo engulléndolo todo. Hillary no fue la primera víctima de este monstruo global, pero sí la más notoria.
La serie ocupa gran parte de su metraje en explicar el desarrollo de la tragedia, desde la contienda con Trump en los debates hasta la noche de la capitulación definitiva. Por el camino hay lugar para el análisis del rol de Vladimir Putin y Bernie Sanders en la hecatombe, este último retratado por Clinton como alguien "al que nadie quiere, nadie quiere trabajar con él, jamás ha hecho nada".
Hillary matizó su opinión en la masiva rueda de prensa celebrada en Berlín, afirmando que apoyará a Sanders en su carrera hacia la presidencia.
Uno de los momentos más devastadores de la serie llega el día de la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos. Vemos entre bastidores, antes de la salir a escena para reconocer el desastre, a Hillary, Bill y Obama, todos con semblante tétrico, tan abrumados como el resto de la humanidad que no compró el discurso de odio del magnate.
Eran todo restos del naufragio, pero había que dar la cara. Eso es exactamente lo que hace Clinton en esta semblanza televisiva, una terapia dolorosa pero en la que no se esconde el fracaso. Cronología de una caída que simboliza el hundimiento de las bases culturales de Occidente.
"No fue ni tan buena ni tan mala como alguna gente dice", esas son las palabras que Hillary ha elegido para su epitafio. Efectivamente, su vida ha estado plagada de opiniones externas y extremas.
Prejuicios que han podido cambiar el devenir de nuestro mundo propiciado por machos dominantes adictos al triunfo. Es el caso opuesto a Clinton, looser perpetua, eterno hazmerreír de los cínicos. Pero quizás haya un gran mérito y una señal inequívoca si los que te derrotan son aquellos que están conduciendo a nuestro mundo al más aterrador de los abismos.