El joven miliciano exhausto por fin sonríe: de la botija de cristal que eleva con su brazo izquierdo brota un refrescante chorro de vino tinto. La guerra se esfuma durante un fugaz instante; eso es lo que permite la retaguardia, un ridículo suspiro de placer, impagable. Pronto habrá que volver a las trincheras, al frente. Quién sabe si ese fue su último trago. La escena acontece en algún lugar de Aragón, en agosto de 1936, y la inmortaliza la Leica de Gerda Taro. Pero ha habido que esperar hasta ahora, 2020, para saber que la fotografía la tomó ella, no Robert Capa, su pareja.
Así se refleja, por primera vez, en la cartela de la imagen que exhibe el Museo Reina Sofía en un nuevo espacio dedicado al papel de las mujeres en la Guerra Civil. Por fin Taro ve reconocida su obra, olvidada por la proyección que alcanzó el gigante con el que firmó un testimonio gráfico valiosísimo sobre la contienda española. Además de Miliciano, frente de Aragón, la institución ha podido identificar, gracias a una investigación del International Center of Photography de Nueva York, otras dos instantáneas de la fotoperiodista alemana que muestran a soldados republicanos en acciones de combate.
Gerda Taro —su apellido de nacimiento era Pohorylle— fue una pionera, también de la desgracia: la primera fotoperiodista que murió en un conflicto. No fue por la metralla de un obús o una bala perdida, sino un accidente: la atropelló un tanque en julio de 1937, uno de los suyos, republicano, porque ella era antifascista, cerca de El Escorial. "Ahora que Gerda ha muerto, todo se ha acabado para mí", dijo Capa —de nombre André Friedmann— cuando se enteró del fallecimiento leyendo un periódico en la consulta de un dentista en París.
Pero se equivocó el célebre reportero húngaro sobre los derroteros de su vida. Su fama siguió en aumento con más fotos épicas tomadas desde las entrañas mismas de la guerra, como las del Día-D, mientras que su compañera, "la pequeña rubia", se sumía en la desmemoria. A ello también contribuyó el propio Capa de forma inconsciente: en 1938 publicó su primer libro, Death in the Making, en el que recopiló las fotografías que ya habían ilustrado las páginas de revistas y periódicos de todo el mundo sobre la Guerra Civil.
Se lo dedicó emotivamente a Gerda, "que pasó un año en el frente español, y allí quedó", pero todas las instantáneas fueron firmadas "Robert Capa", el seudónimo con el que ambos compartían su trabajo. El nombre masculino disparó al hombre y ensombreció a la mujer. Las fotografías hechas por la Leica de Taro no se volvieron invisibles, sino que pasaron a ser atribuidas a su compañero. Casi peor. Han tenido que pasar más de ochenta año para redescubrir la autoría de este trío de postales de la guerra.
"Con la publicación del libro [Death in the Making] empezaron los problemas de atribución: Capa se hizo famoso y el nombre de Gerda cayó en el olvido", explica Concha Calvo, jefa de Fotografía del Departamento de Colecciones del Museo Reina Sofía y organizadora de este nuevo espacio en el que también se exhiben por primera vez las capturas de otra fotógrafa húngara, Kati Horna. Dos mujeres ignoradas a pesar de que sus instantáneas de la Guerra Civil, la primera contienda narrada con tantísimo material gráfico, coparon las portadas de las revistas de la época.
El museo español conserva desde 1998 un total de 205 fotografías de Robert Capa donadas por su hermano Cornell. Tres de ellas, tras una investigación de varios años en colaboración con el ICP, institución que salvaguarda el Archivo Robert Capa, y gracias al material encontrado en 2007 en la famosa 'maleta mexicana', han arrojado el hallazgo presentado este viernes: que fueron tomadas por ella, por Gerda. Otras tantas se han atribuido a ambos por falta de pruebas fehacientes y porque se sabe que se encontraban en el mismo rincón. Aunque los expertos no han podido discernir quién apretó el botón.