María Jiménez, la mujer que canta "con el coño": así le dijo "se acabó" al machista español
Tan temible que ni los censores se atrevían a criticarle la raja de la falda. Aquí la pasión y los dolores de una mujer pionera que nunca tuvo que "follar para triunfar".
28 junio, 2020 04:53Noticias relacionadas
María Jiménez dice que ella fue la primera feminista de España, la que siempre tenía “la lengua más larga y la falda más corta con la raja más abierta”. Dice que no le debe nada a nadie, que no tiene nada que agradecer. Dice que nunca tuvo que “follar para triunfar”. Dice que canta con el coño: “Como todo lo hago con el alma, así le llamo yo al coño, porque la fuerza la saco de ahí”. Y es cierto. Canta con la entrepierna, María, porque nació en el año cincuenta, y porque nació niña pobre del barrio de Triana, de padre calé, onubense, de madre de El Pedroso, en Sevilla. Y canta desde temprano, María, -a los 15 ya se encaramaba a los tablaos- porque la otra opción era pudrirse en una choza escuchando a las ratas correr por las tuberías.
“He pasado hambre toda mi vida: primero, porque no tenía para comer; y ahora que tengo, porque no me dejan engordar”, bromeaba hace poco la reina. Ahora la vida va de otra cosa: cuando se aburre, se pone a ver “follar a las lagartijas” y pasa de los programas de cotilleos. “Ya les puede caer un ladrillo en la cabeza, que siguen follando. Eso es de estudio. Además, si se les corta la cabeza, les sale otra. Yo estoy frustrada en la biología. Me gustaría ser lagartija… y bióloga, para encontrar mi propio gen, sobre todo el chip de dentro”. Ahora la vida va de otra cosa: “No me sacan a la calle desde que era chica”. Y suelta carcajadas muy aguardientosas y muy amargas, de magistral fumadora.
Se ríe cuando alguien cuenta que trabajó como “asistenta del hogar”, por ese recato en en lenguaje que ella nunca tuvo y ya jamás tendrá: “Criada, cariño. Yo era criada en una familia rica”. Y cuidadora de niños, y empleada en una confitería, y rabiosa hembra militante, con la raja de la falda abierta hasta la costura de las bragas, con la melena rubia cayéndole sobre la cara y la boca prominente, insinuante, vacilona, en un estadio mágico a medio camino entre el sexo y la violencia, entre el beso con lengua y el guantazo.
Ella dice que no entiende que la llamaran “erótica”, porque le parece un adjetivo light: era “salvaje”, aclara, y lo suyo tiene mucho más que ver con la fuerza bruta -con la resistencia y el ataque, con las procesiones que van por dentro, con el alarido del dolor y la revancha- que con el resplandor de la carne.
Contra la España pacata
Venía con tanta libertad, María, que era una extraterrestre para la España pacata que recién se arrancaba las costras del franquismo. Venía tan deslenguada, tan fresca, tan juerguista, tan verborreica, que fue demasiado, María: demasiado sexy, demasiado franca, demasiado entregada, demasiado hiperbólica, demasiado gritona, demasiado cristalina. A este país de muermos que la deseaba -en secreto y caliente- siempre le pareció un poco exagerada en casi todo.
Para muestra, un botón: cuentan que un censor le dijo a José María Íñigo que la Jiménez no podía salir en Televisión Española con aquella abertura en el vestido que le dejaba el muslo entero al aire. El presentador le contestó que él no se atrevía a decírselo. Y el censor tampoco se atrevió. Aquella noche, toda España estaba frente al televisor con las pupilas dilatadas. Murmuraban, pero nadie pulsó el botón de “apagar”.
Otra historia: cuando el productor musical Gonzalo García Pelayo la descubrió y la lanzó a la fama en los setenta, nadie sabía de qué estaba hecho un volcán. Fíjense que cuando el presidente de la Junta, Rafael Escuredo, fue a ficharla como musa de la conquista de la autonomía andaluza, en el año ochenta -para promocionar el referéndum del 28F, y acompañada de Camarón, Carlos Cano, Kiko Veneno o Pata negra-, vino Alberti a cuestionar su participación. Recuerda Escuredo que el poeta le dijo: “¿Esta escandalera es necesaria, Rafael?”. Se asustó el hombre cuando vio a la gran yegua recogiéndose la falda y pidiendo que subiera un “macho ibérico” al escenario. Café para muy cafeteros.
Su mundo es otro
Ya en el 78, María Jiménez lanzaba un himno emancipador como pocos que hoy sobrevive impertérrito, una venganza bien espetada y cantada a gritos: “Todo lo que yo te haga / antes ya tú me lo hiciste / y ahora, ¿qué quieres conmigo / si tú para mí no existes? (…) Se acabó / porque yo me lo propuse y sufrí / como nadie había sufrido y mi piel / se quedó vacía y sola / desahuciada en el olvido / y después de luchar contra la muerte empecé / a recuperarme un poco y olvidé / todo lo que te quería y ahora ya / y ahora ya mi mundo es otro”.
Esa es la verdad: su mundo siempre fue otro. Era vanguardia pura, María, era indomable y rústica, y porque llegó a todos -a los señoritos de los chalés que la contemplaban con devoción, pero sin olvidar los públicos de mercadillos y polígonos- la tacharon de vulgar, de trabajar con materiales bastardos, de dirigirse al lumpen. Era un desprecio clasista, porque ella no paraba de transgredir, de tender puentes, de romper tabúes. Hoy aún nadie como María ha vuelto a lanzarnos a la cara un “tú no me vengas con pamplinas / ni me pidas que te ayude / cuando te necesitaba yo jamás / a ti te tuve” que te tumba de lado.
Cuidado con su transformación de Con golpes de pecho, una ranchera del Indio Jiménez, que pasando por su garganta y por su mano se convertía en la canción de una mujer mú’ jartita’ de tó que buscaba poner los puntos sobre las íes: “Se me está acabando lo buena que soy / y me está llegando lo malo por dentro / Yo no sé matar, pero quiero aprender / para disipar todo el mal que me has hecho”.
Su lenguaje corporal ya merece diccionarios enteros, porque resignificaba cualquier mensaje: por ejemplo, cuando entonaba “Y si llego a ser asesina por ti / bajarás por esto / derechito al infierno”, arqueaba la espalda hacia atrás y abría las manos, en un guiño letal al espectador. “Esto” empezaba a ser su cuerpo y “el infierno”, ahí donde mueren los malos, ahí con lo que canta ella: su entrepierna.
En Me doy entera, no se cortaba a la hora de espetarle al machito que no era capaz de satisfacerla sexualmente, que ella era mucha mujer para él: “Yo soy la tierra salvaje / necesito quien me venga a sembrar… / y sembrando, cante. / Tú no has podido abarcarme / tus manos son son más que la mitad / del pan que me colma el hambre (…) Entera, si me doy, me doy entera”.
Espectacular Aquella (Cheque en blanco), donde se enfrentaba a un amor marcado por el clasismo: “Aquella / de la que cuentan / que su historia es humillante / a la que arrastras con la gente de tu clase / a quien con saña le robaste su alegría (…) Ay, aquella, la que lanzaste como un perro de tu vida / y por tu culpa por el mundo va perdida / y por quien todos te respetan todavía”. Y hacía el gesto de quitarse el sombrero antes de coger aire y arremeter: “Pero qué mal calculé / si te gusta la basura / pero mira, qué locura, pero para ti / está bien. / Pero qué mal calculé / yo te creía decente / y te gusta lo corriente por barato… ¡o yo que sé!”.
Y cierra: “Lo que sí te agradecí / es que tuvieras en cuenta / el que yo no estoy en venta y mucho menos / para ti”. Para merendar. Mientras cantaba esas canciones desgarradas, entonadas con el mismo hígado, en la vida privada de María Jiménez no paraban de sucederse desgracias que la catapultaron como una pantera negra frente al mundo: en el 68 nació su primera hija, Rocío, de padre desconocido. La artista nunca llegó a revelar el nombre ni jamás le pidió ayuda. No era nada fácil entonces salir adelante como madre soltera -tanto por el terrorífico qué dirán como por los malabares económicos-, pero la Jiménez lo hizo.
Madre soltera
“Acepté las circunstancias como he hecho siempre. En matemáticas no existen los problemas, existen las soluciones, y yo siempre pongo la energía donde la tengo que usar”. Desgraciadamente, su niña murió muy joven, a los dieciocho años, en un accidente de tráfico yendo de Madrid a Andalucía. María se rompió por primera vez. Sentía tanto dolor que se daba golpes con la cabeza por toda la casa.
Entró en un pozo oscurísimo, “siete años de locura”, hasta que, como ella dice, vio el futuro: “Y la escuché. Ella estaba sufriendo más que yo. Ella me pedía que saliera de allí. Ahí me liberé. Ella se mató y, aun así, yo no me morí, y después de eso ya nada me va a matar, vive dios, ya me lo como todo”.
Amor tóxico con Pepe Sancho
Otro gran hit en su vida fue su amor, su gran amor con Pepe Sancho, con quien llegó a casarse ¡cuatro veces! y con quien tuvo un hijo. Era un relación violenta, tóxica, llena de drogas y de gritos, de infidelidades por parte de él, de reencuentros lujuriosos y conversaciones criminales entre las dos fuerzas de la naturaleza que eran ellos dos. Se amaban, se detestaban, todo a la vez. Se cuidaban, se maltrataban. Se dejaban y siempre volvían, hasta que una vez ya no volvieron más, palabra de María.
Contó la artista en su biografía, Calla, canalla (Plaza & Janés), que ella pasó de ser “mujer de un solo hombre” a no serlo “de ninguno”, y que “menos mal que follé mucho de jovencita”, porque luego sólo tuvo ojos para Sancho. “El estado perfecto del marido en casa es follar poco y joder mucho”, lanzó en otra ocasión. Es cierto que por él se sometió, por él arrinconó su furia y, durante un tiempito, se volvió complaciente. Ahora dice que ella pedía “socorro en los textos” de sus canciones, que pedía “ayuda” pero nadie la escuchaba.
Ha clamado en varias ocasiones contra el maltrato psicológico y el “terrorismo familiar”, pero, si en TV3 Julia Otero le preguntaba por qué se había dejado pisar y encerrar en casa, contestaba a voces su temazo con La Cabra Mecánica: “Yo que soy tan guapa y tan lista, ¿yo qué me merezco, un príncipe, un dentista? Yo me quedo aquí a tu lado y el mundo me parece más amable, más humano, menos raro”, y acababa gritando: “¡Que me dejes!”. Julia, patidifusa.
Luego explicó que su problema siempre había sido ser “pura” y “auténtica”, porque “si yo soy pura, te creo puro, ¿me entiendes? Por eso he pasado yo por el aro del amor de un hombre”. Cómo se desquitaría con Pepe Sancho en esa biografía que acabó en los tribunales acusada por él de faltas al honor, pero el caso acabó desestimándose. Cuando él falleció, ella dijo “muerto el perro, se acabó la rabia”, y luego le pidió disculpas a su hijo -“el único hombre de mi vida y el único al que le doy explicaciones”- por haber hablado así de su padre.
Donde más duele
Qué fuerte regresó, tras décadas de silencio, cantando por Sabina en Donde más duele: más de 600.000 copias vendidas, un éxito fulgurante, una resurrección. “Ni yo bordo pañuelos, ni tú rompes contratos / ni yo mato por celos, ni tú mueres por mí / y antes de que me quieras / como se quiere a un gato / me largo con cualquiera / que se parezca a ti (…) La paz que has elegido / es peor que mi guerra / lo que pudo haber sido / lo que nunca será. / ¿Quién hará tu trabajo debajo de mi falda? / La boca que era mía, ¿de qué boca será?”, cantaba. “Ya no cierro los bares / ni hago tantos excesos / cada vez son más tristes / las canciones de amor”.
"Yo, en cambio, nunca supe ir a favor del viento". Apareció la Jiménez con una corona enorme de plumas de pavo real, verdosísima, sarcástica, agria, con el rímel corrido y riéndose en la cara del que fuera. “Pero nada decía la prensa de hoy de esta sucia pasión / de este lunes marrón / de tu voz tiritando en la cinta del contestador / de las manchas que deja el olvido a través del colchón. / Hoy, amor, como siempre / el diario no hablaba de ti”.
Luego llegó el cáncer de mama, pero lo superó en tres años. No hay quien se la cargue: es un ejército de una sola mujer. De uno de sus últimos achaques, donde estuvo varios días en la UCI en estado grave, ha vuelto a salir ilesa. Rocosa, inquebrantable. Cuando las enfermeras le retiraron por fin el tubo de respiración asistida, demostró que seguía en plena forma: “Me tenéis ya hasta el coño”. Qué ganas tenía María de echarse un cigarrito.