Lo tenía todo: era divertida, amable, descarada, solidaria, activista LGTB, lesbiana reconocida -abrió la portada de la revista Time con su diáfana confesión en abril de 1997-, monologuista chispeante, actriz, guionista, influyente comunicadora, reina de las mañanas americanas, legítima sucesora de Oprah Winfrey.
Presentó los Oscar, marcó la agenda de Hollywood, armó lo que quiso y lo que dijo fue a misa. Hizo de la bondad su bandera, su leit motiv. Se ganó la amistad de todos: era la mítica mujer a la que todo el mundo intenta caerle bien, porque tiene ese no sé qué de gracia, ese aura de éxito, esa magia de la transversalidad para conquistar a los grandes públicos.
Ellen DeGeneres es un icono, no cabe duda, un emblema pop en sí misma: su pelo rubio y corto, sus ojos transparentes, su vestimenta casual, cómoda y unisex, su alegría, su desenfado, y también su didactismo para expresar temas que fueron espinosos -como su propia homosexualidad- y ser avalada por un mundo aún homófobo la han convertido en una figura televisiva de infinito alcance. Cuando ella dice algo, cae simpático; si ella se mete en un berenjenal, lo resuelve con naturalidad.
Pero en esta ocasión no parece que vaya a caer de pie, porque lo que se viene abajo no es sólo su programa, sino su prestigio personal. La razón por la que siempre ha triunfado: su carácter -ya saben ustedes que dicen que el carácter es el destino-. Hasta Obama, al entregarle la Medalla de la Libertad -el mayor honor civil que puede recibir un ciudadano estadounidense-, dijo sobre ella: “Una vez y otra, Ellen DeGeneres nos demuestra que una sola persona puede hacer del mundo un lugar más divertido, más abierto y cariñoso”.
¿Y si sólo era una fachada, una estética, una frase mona plantada en una taza de Mr. Wonderful? En los últimos meses el revuelo ha ido creciendo por las acusaciones sobre su toxicidad, su poca profesionalidad, su acoso laboral, sus caprichos y sus desprecios hacia los trabajadores de su equipo. Decenas de empleados -antiguos y presentes- van contra ella. ¿Quién descorchó la denuncia? Nikkie de Jagger, bloggera holandesa que visitó el programa de Ellen y salió de allí espantada por su mala educación: “Es bonito que te digan ‘hola’ antes de empezar el programa. Ella no lo hizo”, deslizó.
El 'monstruo' DeGeneres
Antes de esa declaración, el tótem DeGeneres era intocable: ¿quién se iba a atrever a meterse con esa magnate televisiva, con esa compañera de las buenas causas, con ese ángel de la comedia en la tierra? Pues no hizo falta mucho, porque a partir del guiño de De Jagger, un tuit del humorista Kevin T. Porter animaba a sus seguidores a contar en público las andanzas de “una de las personas más malvadas de la tierra”.
De ahí salió de todo: una Ellen fría, distante, tiránica, cruel, explotadora -han contado que controlaba hasta las comidas de su equipo y que obligaba a los suyos a tomar chicle de frenas antes de hablar con ella porque si no le ‘olían mal’-. La acusaron de recortar a sus trabajadores un 60% de su salario sin comunicación previa -a raíz de la Covid-19, en abril- y sin ningún tipo de asistencia psicológica o legal. De hacer comportamientos racistas.
La han llamado “intimidante” y hasta “agresiva”. Han expresado que ha habido trabajadores despedidos por acudir al funeral de un familiar o por haber estado de baja médica. Se ha dicho que ella conocía de abusos sexuales gestados en el seno de su empresa y no había movido un dedo para acabar con los culpables. En definitiva, que no había sido responsable con lo que su alargada figura prometía y que su autobombo extendía cheques que su verdadero yo no podía pagar.
La dimisión
También se la ha señalado por su poca empatía al decir, en plena pandemia, que estar en cuarentena era como “estar en la cárcel” -todo ello adjuntando una fotografía de su enorme piscina y su jardín del Edén en casa-; o por ser considerada “equidistante” políticamente, aunque ella, desde siempre, ha explicado que no le interesa la política y que le aburría cargar contra Trump -ojo, es muy amiga de George W. Bush, un compadreo que le ha generado más de un dolor de cabeza-.
Estaba atrapada: ahora ha comunicado su dimisión en una carta enviada a los responsables de la cadena NBC, después de que se iniciase una investigación que acabó con la estrella pidiendo “perdón” y “desolada” ante el “sentir” de su equipo. No hay más: DeGeneres cae, no sabemos por cuánto tiempo, pero sí que lo que verdaderamente la desolará será dejar de cobrar 50 millones de dólares anuales. Esta es la única forma de lavar su imagen y ¿empezar de cero?