Ni puta, ni esposa de Jesús: Fallarás resucita a una María Magdalena rica, culta y bisexual
En 'El Evangelio según María Magdalena', la escritora encarna la palabra de la gran mujer marginada del cristianismo y la rescata tanto del silenciamiento como del blanqueamiento.
22 enero, 2021 01:08Noticias relacionadas
“Resistí toda la soledad y todo el escarnio, hice de la frivolidad un estandarte. Contemplé la posibilidad de la muerte y la sangre, pero jamás, jamás, se me pasó por la cabeza que me venciera la idiotez”: esta fue María Magdalena, una hembra contra la necedad, una resistente en la marginalidad, una santa procaz y brava enfrentada al relato dominante. Al de los hombres, al de la Iglesia. La reconstruye la escritora y periodista Cristina Fallarás en su novela El Evangelio según María Magdalena (Ediciones B), un torrente estilístico, visceral e intelectual que vuelve a darle labios y lengua al discurso feroz de la mujer más manipulada de la historia.
La hace carne, Fallarás, porque se deja poseer por su verdad vieja. La hace carne hilvanando con su mejor prosa su infancia y su juventud, la decapitación de su padre, su próspera economía, su crianza entre mujeres independientes y brillantes -doctoras, científicas, parteras-, su persecución política, su vida lujuriosa y bisexual, su decisión de no engendrar ni de casarse, su relación con María -la madre del Nazareno-, su encuentro con Jesucristo, su amistad hasta el final. Su estoicismo. Su revancha.
Lo que Fallarás hace es contar el evangelio de Marcos -“aunque también picoteo de otros”- y calzarle la mirada de Magdalena, vuelta ciega por los siglos de los siglos y amén. “Lo cuento todo como aparece en los evangelios: de la conversión de Leví, que después fue San Mateo, a las curaciones, la multiplicación de los panes los peces, la entrada en Jerusalén y toda la pasión hasta la resurrección”.
Es novela histórica a la vez que es recreación del evangelio perdido de la Magdalena, un texto real del cual apenas se conservan -sospechosamente- algunos párrafos. La periodista también basa su trabajo en los estudios norteamericanos que parten de los análisis de los papeles del Mar Muerto. Se define a sí misma en la obra, la Magdalena, como “una mujer que conserva la furia frente a la idiotez, la violencia y el hierro que imponen los hombres sobre los hombres y contra las mujeres”. Casi nada. Viene un miura corriendo hacia acá desde los tiempos de Cristo. Como diría Bett Davis en Eva al desnudo: “Abróchense los cinturones. Esta va a ser una noche movidita”.
Tres mujeres y la culpa
Cuenta Fallarás a este periódico que la idea de esta obra vino porque “ya teníamos a Eva, que nos convertía en culpables y lujuriosas por morder la manzana, por ceder a la tentación; teníamos a la Virgen, que nos convertía en culpables por follar o por parir habiendo tenido sexo, y me faltaba analizar a la tercera gran mujer que aparece en las escrituras de los católicos: todas tenían en común que su relato había delimitado el control del cuerpo de la mujer, un cuerpo que no puede soportar más la lubricidad".
A la autora le interesaba saber qué había pasado aquí: cómo era que la adúltera, la pecaminosa, la llorona, la peligrosa de María Magdalena -así vendida históricamente- había pasado, en 2016, a convertirse en la jefaza de los apóstoles por deseo del papa Francisco -y bajo acuerdo de la Pontificia Congregación para el Culto Divino-.
Cómo se pasa de prostituta legendaria a santa mundial, a ver, que nos lo expliquen. “Me interesaba esa revisión”, sostiene. “Aunque la denominación de ‘puta’ es muy posterior, no viene en los Evangelios. Se inventa siglos después para degradarla, para hacerla irrelevante, para convertirla en arquetipo y literatura. Jesús siempre iba acompañado de mujeres, y para quitarles a ellas importancia en la historia, prefirieron decir que eran ‘putas’ y no ‘mujeres’”, desvela Fallarás.
Culta, rica y envidiada
Aclara que María Magdalena “era culta, era rica, quería cambiar el mundo en el que vivia, sabía escribir y fue capaz de escribir un Evangelio”: “Pertenecía a una familia que se dedicaba a la conserva del pescado: esa era la principal industria en Magdala”. Su personaje molestaba a la grada porque “cuando el Nazareno resucita, a la única persona a la que se le aparece es a Magdalena, de ahí el cabreo de Pedro”: “Si se tiene en cuenta que la religión se basa en la resurrección y es frente a una mujer ante quien resucita el Nazareno, cabe preguntarse por la importancia de esa mujer”. Y tanto.
A Fallarás le sorprende -y le molesta- la reivindicación que se ha hecho de Magdalena siglos después, intentando blanquearla pero volviendo a caer en la caspa: “Muchos quisieron salvarla de ese sitio y hacer de ella un personaje subversivo, como ocurre en varias películas de Hollywood y en algunas narraciones. La presentan siempre como la amante de Cristo, o como su esposa, o como la que da a luz a sus hijos. Quieren ser rebeldes, pero son machistas, porque acaban reduciéndola a lo mismo de siempre: o bien a la que se acuesta con él, o bien a la que pare a sus hijos. ¡Menos mal que venían a salvarla! No, no. Era mucho más que eso”, alicata.
Los milagros fueron de ellas
Recuerda Fallarás que “puedes creer, o no, en la existencia de Jesucristo como dios”, pero “en lo que sí hay que creer es en unos relatos que construyen culturalmente lo que somos como sociedad”: “Al mirar esos relatos desde el punto de vista de la mujer, todo aquello que era milagroso se entiende mucho mejor. Vamos a ver: ¿cómo que multiplicar los panes y los peces? A ver si fue Magdalena, que se juntaba con los pescadores de la zona, los que ‘multiplicaron’ el alimento para darle de comer a la gente. Y esto de ‘salid de vuestras casas y recibiréis refugio’: bueno, gracias a las mujeres, que eran las que cocinaban y guardaban los hogares”, desarrolla.
“O la sanación. Las que sanaban eran ellas, las doctoras, las que manejaban la cirugía porque eran parteras y porque cosían a las niñas cuando las violaciones les reventaban la cadera porque aún no estaban desarrolladas. Se pasaban el día curando y atendiendo muertas, ¡cosiéndolas! Esto viene de la Antigua Grecia”, sostiene. Todo lo que era épico resultó ser doméstico. El milagro era la higiene, la salud, la preparación de la comida, los abrigos, el ordeñar las cabras, el amasar el pan. El milagro era limpiar la casa. El milagro era cuidar a los otros.
Ni casarse, ni engendrar
La opción de estas doctoras, como esgrime Cristina en el libro, fue no engendrar ni casarse. En uno de los recuerdos de su Magdalena, cuenta que una mujer una vez le preguntó al Maestro: “¿Cuándo terminará la violencia de los hombres?”. Y que él contestó: “Cuando dejéis de engendrar”. Pues blanco y en botella.
Sin embargo, nuestra protagonista, a diferencia de sus compañeras, sí disfrutó de los placeres carnales, como relata con poderío Fallarás: “Jamás rechacé, como sí hicieron ellas, el contacto con hombres ni el placer de mi cuerpo penetrado, de la piel lamida, de la danza del sudor. ¿Cómo hacerlo? Iba conmigo el deseo, el mismo deseo que me une a perras, cabras y alimañas”.
La autora señala que “ella tiene una sexualidad que no distingue entre hombres y mujeres”. De hecho, “disfrutaba de las relaciones con mujeres porque no estaban sometidas a ciertas normas de violencia”: “Eso hacía que le resultaran menos agresivas”.
Un punto a matizar es que ella “en ningún momento niega su relación sexual con el Nazareno”, pero piensa que esto es una parte irrelevante de la historia. “Que tenga relaciones sexuales nos da igual. Es brutalmente patriarcal reducirla siempre a la amante, a la puta o a madre de alguien”.