Dice Rebecca Solnit que la feminidad es “un acto de desaparición constante”: “Una eliminación y un silenciamiento para dejar más espacio a los hombres, un espacio en el que nuestra existencia se considera hostil, y nuestra inexistencia, una forma de gentil sumisión”. Lo escribe en Recuerdos de mi inexistencia (Lumen), su esperada autobiografía, de un trazo mucho más íntimo y emocional que sus anteriores libros -recuerden el pelotazo de Los hombres me explican cosas, que acabó pariendo el recurrido concepto “mansplaining” para delimitar a esos tipos que acaban por darnos la chapa sobre temas que hemos estudiado más que ellos-.
El feminismo, dice, la eligió a ella, “o bien fue un hecho al que no pude sustraerme”. En este libro proyecta quién era cuando, con 19 años, en pleno 1981, se instaló en su primer apartamento en un barrio marginal de San Francisco, donde acabaría viviendo 25 años. En ese periodo cambió todo: las lecturas, la manera de estar en el transporte público, los primeros artículos, la forma de enfrentarse a un mundo sabiendo que su voz sería menos creíble, menos valiosa, menos luminosa que la de los caballeros.
Hoy cuenta en rueda de prensa que hasta no hace mucho estaba orgullosa de ser una ciudadana de San Francisco, porque allí “sucedieron cosas muy importantes en la historia americana”: “Es el lugar donde se empezaron a cuestionar muchas cosas, por ejemplo, la preponderancia de los protestantes en la vida política, o donde se empezó a dar más cabida a la mujer en la sociedad. Era una especie de ciudad salvaje, siempre con un fuerte componente latino y español. También con muchas personas de procedencia asiática”, comenta.
San Francisco cae
“Fue el centro de la liberación gay, fue la cuna del movimiento ambiental. Pero 55 años después de mudarme aquí, me siento parte de la capital mundial de la distopía tecnológica. Nos ha absorbido Silicon Valley”, reflexiona. “El boom tecnológico ha expulsado a mucha gente pobre de San Francisco, incluidas a muchas comunidades negras y latinas. Ha perdido su alma. Se ha vuelto un sitio carísimo, se ha vuelto un lugar menos amistoso y agradable. Las redes sociales y Google son monstruos del capitalismo con capacidad ilimitada para vigilarnos… vivo en el centro de una de las fuerzas más destructivas del mundo y eso me hace sentirme muy incómoda”.
Contra el binarismo
Ha aprovechado también la periodista y escritora para reivindicar los derechos de las personas trans, tristemente tan cuestionados. “He vivido rodeada por personas trans toda mi vida. Es fácil que esto suceda en San Francisco. Y respecto a la cuestión de si dejamos que las mujeres trans hagan esto o aquello… mira, yo he compartido baños públicos con las trans muchos años y no tengo nada malo que decir sobre ello. Hay niñas trans en los colegios y todo funciona estupendamente”, lanza. “Todas estas amenazas son imaginarias. Las mujeres trans no son una amenaza para el feminismo. Además pienso que son testigos importantísimos de lo que está sucediendo”.
Y continúa: “Hay muchas personas que han tenido experiencias interesantes en lo que respecta al género. Pienso en Edipo Rey, donde había un sacerdote que se convirtió en mujer como castigo y luego volvió a ser hombre y pudo testificar ante los dioses algo que sucede también con las mujeres trans: cuando eran hombres les trataban de una forma y como mujer ya nadie las escucha ni les hace caso”, dispara.
Explica Solnit que debemos asumir ya que “no existe una categorización binaria entre hombres y mujeres en la que se puedan encuadrar todas las personas”: “Hay cromosomas, hormonas, características sexuales primarias y secundarias, está el cerebro, la psique… el género es un espectro que va del 0 al 100. Luego están las personas intersexuales, que no son lo mismo que las transexuales. Un feminismo que te obliga a elegir entre ser hombre o mujer, que te dice que tienes que encajar en una de las dos categorías, es anticuado y no resulta liberador para nada”.
¿Y la prostitución?
En cuanto a la pregunta sobre la prostitución -¿se define como abolicionista o regulacionista?-, Solnit aborda el conflicto del lenguaje: “No sólo se ha llamado históricamente ‘prostituta’ a las mujeres que ejercían el trabajo sexual. Te llamaban prostituta en tu propia casa si sonreías o te comportabas de una forma distinta”.
Señala un punto fundamental, el del poder económico: “Creo que en un mundo donde las mujeres tuvieran más dinero, no tendrían que ser prostitutas. ¿Cómo sería un mundo en el que la mujer controlara la riqueza, donde fuera ella la poderosa? No creo que esto pase pronto, pero en seis generaciones quizá las mujeres puedan controlar la mayoría de recursos económicos y financieros. Cabe preguntarse cómo será el sexo en ese mundo. ¿Se consideraría a la mujer como una cosa, o quizás en ese mundo el hombre será considerado una cosa?”, esboza.
El trabajo sexual, subraya, parte de la desigualdad económica. Surge de un mundo “en el que el hombre tiene ingresos y la mujer necesita recursos para sobrevivir”. Cree que necesitamos “palabras nuevas” para definir a las mujeres que se dedican al trabajo sexual “por voluntad propia” y las que están siendo “esclavizadas”. “En cualquier caso, el trabajo sexual siempre ha sido peligroso. Muchas veces, las mujeres sufren violaciones, se las maltrata y se las asesina porque la ley no respeta ni valora ese trabajo. Las prostitutas aparecen muertas, y la Policía, que es normalmente muy misógina, dicen ‘es culpa suya, por el trabajo que hacía’”.
El peligro de los 'aliados'
¿Qué opina Solnit de las nuevas masculinidades? Aunque conoce hombres “genuinamente feministas” que se “están esforzando mucho”, detecta también un fenómeno que se da mucho en los “círculos de izquierda progresista en EEUU, no sé si también en España”, y es ese en el que los hombres utilizan el feminismo como “una nueva forma de decirles a las mujeres lo que tienen que hacer y cómo tienen que pensar, usando métodos muy manipuladores”.
Y detalla: “Intentan guiar el feminismo como algunos blancos intentan liderar los movimientos contra el racismo. Pero luego ignoran a cierta mujer que ha denunciado acoso porque el hombre al que acusa les cae bien. O señalan que ‘esa denuncia no es creíble’”, suspira. “La revolución feminista no vendrá de las leyes, lo importante es la cultura. Lo que se enseña a los niños en los colegios, lo que se les enseña en casa. Si bien en algunos ámbitos está mejorando, vemos que en la pornografía en internet se están reforzando los antiguos relatos”, concluye.
Por último, alerta sobre el machismo que deviene de la pandemia. “Los desastres revelan lo que es más fuerte en una sociedad y lo que es más débil. Ha habido mucha solidaridad en el mundo y mucha impulsada por las mujeres, pero también he visto hasta qué punto la pandemia ha revelado la desigualdad en las casas: cuando los niños no pueden ir al colegio y ellas se encargan de ellos 24 horas”, esboza. “Vemos cómo las carreras de mujeres se están destruyendo porque en los hogares heterosexuales tienen que realizar muchos más trabajos que sus maridos. Ha sido horroroso”.