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El próximo 9 de mayo se acaba el Estado de Alarma. La gente podrá moverse libremente, no habrá toques de queda y el Gobierno se aferra a que la vacunación empieza a tener sus efectos para relajar las medidas. Sin embargo, las mujeres españolas tienen que seguir pariendo con una mascarilla que convierte un momento duro, bonito y doloroso y hasta peligroso en muchos casos en una condena.
Para este Día de la Madre, MagasIN ha hablado con cuatro mujeres que acaban de dar a luz y lo tienen claro: "Es peor la asfixia de la mascarilla que el propio parto". Todas cuentan que no podían respirar, que se mareaban y hasta que tuvieron ganas de vomitar. Que a los calambres agudos de las contracciones se unía la angustia de no tener aire, de no poder resoplar ni gritar sin la presión de la mascarilla.
Muchas mujeres no entienden que si les hacen PCR al entrar no se les permita estar sin mascarilla al menos durante los pujos, el momento más complicado del parto. Sin embargo, las matronas advierten de que las pruebas de Covid-19 no son efectivas al 100% y que con la mascarilla se está protegiendo también a la madre de posibles asintomáticos en el paritorio.
Durante este largo año, las miles de mujeres que han parido con estas barreras han tenido que luchar en muchos momentos para no estar solas, para que al menos el padre pudiera estar presente y no a través de una pantalla y para que el momento más maravilloso de su vida no fuera un ahogo. De hecho, muchas hasta decidieron tenerlo en casa.
Irene (29 años)
Irene Vicente es una de estas mujeres que ha parido con mascarilla. Este año celebra por primera vez el Día de la Madre, tan solo unas semanas después de haber dado a luz a Alejandra. Pese a que está feliz con su niña y todo ha salido bien, admite que sí hubo momentos en los que las restricciones por el coronavirus empañaron la experiencia.
El 3 de abril, después de romper aguas, se dirigió con su pareja, Mario, al Hospital Universitario La Zarzuela de Madrid. Nada más llegar lo primero que le hicieron fue una PCR. La posibilidad de contagiarse de Covid-19 le tenía un poco nerviosa porque en los hospitales públicos, en caso de dar positivo, no habría podido dar a luz acompañada. "Por eso al final me decidí por la privada, donde sí le habrían dejado estar conmigo, aunque sin poder salir de la habitación en ningún momento", explica.
En las semanas previas al parto Mario y ella tomaron precauciones extra para evitar cualquier contacto. "Cada vez que salía decía: 'Madre mía, tengo que tener mucho cuidado, no quiero estar sola para dar a luz ni que se lleven al bebé. Quiero que esté conmigo'".
Los dos pudieron estar juntos las 22 horas que duró el parto. Eso sí, siempre con la mascarilla puesta. "Me subieron a la habitación y allí estábamos solos, pero todo el rato con mascarilla porque entran cada cinco minutos en la habitación a tomar la temperatura, la tensión...". También en el proceso de dilatación, las 12 horas que estuvo en paritorio.
Pero la mascarilla no sólo fue una asfixia en el parto, también en el momento más importante de su vida cuando le dieron a su Alejandra. "Me la pusieron en el pecho y no le veía la cara, porque con la mascarilla y todo no podía mirar hacia abajo, se me metía en los ojos. Se me manchó de sangre me la cambiaron por una quirúrgica limpia y en ese momento que me quedé sin nada miré para abajo y fue ahí cuando le vi su carita", recuerda.
De vuelta en la habitación, Irene y Mario aprovechaban para quitársela por la noche, en los momentos en los que estaban solos, para poder besar a su pequeña y que les viese la cara.
"A nivel emocional es muy duro el tener una mascarilla puesta que te impide ver las expresiones, porque solo ves los ojos. Yo miraba la cara del papá y pensaba 'no sé cómo tiene la cara, no sé qué estará pensando o si estará sonriendo'".
Igualmente agradece la calidez que le transmitió el personal sanitario, aunque fuesen 'disfrazados' con todo el material protector, y admite que no fue para nada "como se había imaginado el dar a luz".
"Que te den la mano en el momento en el que tú lo necesitas es algo que sí que me ha pasado en el parto y no en la consulta durante el embarazo, en la que estás a tres metros de la matrona o de la ginecóloga, te hacen cuatro preguntas y cuando te van a hacer la ecografía se 'disfrazan'. Así que me lo imaginaba mucho más frío e iba con mucho miedo. Pensaba que nadie se iba a acercar, ni me iban a hacer una caricia".
Con Alejandra ya en casa Irene recuerda todo con perspectiva y es muy clara: "Estoy muy contenta pero son como sentimientos encontrados. Todo es muy bonito, pero se afea un poco con la distancia, el estar sola, el llevar una mascarilla que al final es una barrera...".
Natalia (35 años)
Natalia tuvo a Julieta el pasado 16 de marzo en un hospital privado de Sevilla, tras quedarse embarazada por fecundación in vitro y sufrir un aborto previo en plena pandemia. Esta higienista dental pasó casi todo su embarazo de baja con esta amenaza y con mucha precaución. Tuvo un susto dos meses antes de dar a la luz al mantener contacto con un positivo, pero afortunadamente se quedó en eso.
Natalia ingresó de madrugada tras romper aguas y pasó 11 horas teniendo contracciones con una mascarilla FPP2 todo el tiempo sobre su rostro. "Fue una pesadilla, sobre todo cuando empezaron a ser más seguidas".
Cuando estaba de cuatro centímetros de dilatación pidió la epidural, pero tuvo que esperar porque no le habían realizado la PCR pertinente. "Di negativo, pero tuve que seguir con la mascarilla puesta". Entre una cosa y otra, no se la pudieron poner hasta las 12 horas cuando ya estaba de siete. Recuerda como un auténtico logro, aguantar la respiración con la mascarilla puesta y la llegada de una contracción con toda su fuerza.
A las dos de la tarde pasó a paritorios y ya el parto fue bastante rápido. No obstante, Natalia recuerda con más angustia el hecho de no poder respirar con la mascarilla mientras empujaba para que naciera su pequeña, que el propio dolor del parto en sí. "Me la tuve que bajar porque iba a vomitar. Fue horrible y en el momento que respiré pude expulsarla".
Recuerda que cuando se la pusieron encima se la quitó un segundo y fue uno de los más especiales de su vida.
Triana (33 años)
Triana puede comparar porque tuvo a su hija Iryna hace seis años sin mascarilla. El parto de Juan el pasado 25 de marzo fue muy distinto. Con contracciones muy frecuentes, solo necesitó tres horas para dilatar, pero las recuerda como una auténtica pesadilla.
"Lo que peor llevé, además del dolor, es no poder respirar, la sequedad de la boca que se triplica con la mascarilla y no poder beber agua", señala.
"Recuerdo mientras empujaba que tenía una sed que me moría y hubo un momento que me la tuve que quitar porque sentía que me desmayaba. Me faltó el aire", asegura esta auxiliar de enfermería y estudiante del grado. Su pequeño además traía el cordón umbilical con varias vueltas en el cuello y el proceso se extendió un poco más.
Tras nacer, solo se la quitó un momento con el personal sanitario alejado. "Es muy feo recibir a tu hijo con mascarilla", recuerda Triana entre risas.
Teresa (39 años)
Teresa cumplió un sueño cuando tuvo por primera vez en sus brazos a su pequeño Carlos, aunque fuera con una mascarilla de por medio. Un niño sano de tres kilos, que nació a las 37 semanas de gestación tras una cesárea programada al tener la placenta previa.
Teresa fue una de las siete mujeres que sufrieron un aborto en agosto de 2019 tras consumir carne mechada de la marca La Mechá, contaminada por la bacteria de la listeria y elaborada por la empresa Magrudis. Por el brote fallecieron cuatro personas y más de 200 se vieron afectadas.
Tras otros cinco abortos, dos de ellos en plena pandemia, por fin pudo tener a su bebé. Eso sí, después de pasar un embarazo con muchos sentimientos encontrados: tensión, molestias, miedos y mucha precaución para no contagiarse de Covid le acompañaron durante nueve largos meses. Por eso, para Teresa, aunque lo de la mascarilla fue una barrera, ahora, tras un mes de vida de Carlos, cree que fue lo de menos.
No obstante, recuerda con mucha angustia, con la epidural ya puesta, cómo le pidió a la ginecóloga cuando estaba en el quirófano lista para la cesárea que tenía que quitársela. "Empecé a marearme, me entraron náuseas y tuvieron que ponerme oxígeno porque me asfixiaba, pero en cuanto se me pasó, me la volvieron a poner", asegura Teresa.
La tensión desapareció cuando escuchó llorar a su pequeño. Fue el único momento en el que la matrona le permitió quitarse la mascarilla para hacer el piel con piel durante un par de minutos. Luego no se pudo librar de ella, excepto cuando estaba en su habitación a solas con su pareja. Incluso para dormir, se la dejaba puesta en la barbilla, pero asegura que todo le mereció la pena.