Iglesias se va cantando por Silvio Rodríguez, pero Coz tenía razón: “Las chicas son guerreras”
Todas las ganadoras de la noche electoral han sido mujeres: Ayuso, Mónica García y Monasterio derriban al "ÉL" como concepto. Adiós a Gabilondo, a Edmundo y, sobre todo, a Pablo. Arranca el tiempo de las líderes en Madrid.
5 mayo, 2021 00:48Noticias relacionadas
Podría haber reciclado Isabel Díaz Ayuso en la noche de anoche, en la noche de su triunfo glorioso, aquel cartel mal elegido de Podemos, el que avisó del regreso de papá con la foto mesiánica de Pablo Iglesias levantando el puño ante una multitud agitada: ese “él” incrustado en el “vuELve” que sentó como un tiro en el estómago de la derecha irascible y de la izquierda feminista, ese “él” que en el siglo XXI ya resultaba trasnochado, ególatra y rebozado de un testiculario bien campanudito incapaz de identificar al mundo moderno. A una España de mujeres líderes con los ojos abiertos a las que los pechos jamás les han molestado para trabajar duro. Para responder a los pleitos disponibles y dispuestas, claro, pero también para iniciarlos. Para golpear más fuerte porque golpean primero. Cuidado, que aquí ha llegado mamá. Que ahora les toca el turno a ELLAS. Que comienza el matriarcado.
Bien es cierto que tampoco hacía falta esta sangría para que nos quedara claro que los viejos pronombres también se agotan, que hay un futuro de hembras férreas que saben hacer y que hacen mucho más en la política patria que rebautizar el nombre de su partido en femenino -ahí Unidas Podemos con la cómica y ya obsoleta imagen de Iglesias, Errejón y Ramón Espinar sonriendo al tendío con sus cromosomas XY bien puestos: parece que fue otra vida-.
Isabel Díaz Ayuso, Mónica García y hasta Rocío Monasterio -aunque a ella le daría grima la perspectiva de género de este artículo- demostraron en la noche electoral que son las únicas que han sabido defender con dignidad numérica -y no entraremos en los métodos- a sus respectivos partidos.
Sonríen las niñas acariciando el gato que amenaza con ser tigre como hacen siempre los nuevos poderosos, porque se ha ido “él”, dejando su inconfundible reguero de Axe y sudor masculino: se ha ido Iglesias cantando bajito por Silvio Rodríguez -su compañero ideológico de fatiguitas y de pósters ajados del Che- un temazo del maestro rojo llamado El necio. Él sólo ha citado una parte -la de “caminando fui lo que fui”-, pero la copla no tiene desperdicio:
Para no hacer de mi icono pedazos
para salvarme entre únicos e impares
para cederme lugar en su parnaso
para darme un rinconcito en sus altares
me vienen a convidar a arrepentirme
me vienen a convidar a que no pierda
me vienen a convidar a indefinirme
me vienen a convidar a tanta mierda.
Imposible tanta exactitud como para que le pillase por sorpresa a Pablo la BSO de su propia vida, que seguro que es ésta; imposible que le asaltasen por inspiración momentánea los versos clavados de “yo quiero seguir jugando a lo perdido” : hoy nos consta que el ex líder de Podemos ya la cantaba en la ducha sintiéndose incomprendido.
La tenía preparada el tío para echárnosla a la cara como un epitafio incomensurable: “Dicen que me arrastrarán por sobrerrocas, / cuando la revolución se venga abajo / que machacarán mis manos y mi boca / que se me arrancarán los ojos y el badajo. / Será que la necedad parió conmigo / la necedad de lo que hoy resulta necio / la necedad de asumir al enemigo / la necedad de vivir sin tener precio”, alicata Silvio y con él, Iglesias, sobrevolando el imperio que no pudo ser.
Es la canción de un símbolo desgajado, de un carismático venido a menos, de un idealista que no consiguió pactar con el terrible mundo, de un rebelde que habló por el pueblo pero el pueblo quién coño era, de un líder que lo pudo casi todo durante un tiempo y hoy no entiende, no entiende, no entiende, por qué el sueño se le rompió entre las manos.
El arte se nos está llenando de películas y músicas y libros sobre machos grisáceos que se sienten íntegros en la batalla cruenta, desdibujados, coléricos por habitar una crisis permanente que ya les trae sin aliento: la de la incomprensión porque su tiempo ya fue. Aun así, antes de dar el último portazo, gustan de recordarnos que nunca fueron malos, que hicieron todo lo que pudieron, que se mantuvieron íntegros, estoicos, asumiendo su condición -decía Iglesias- de “chivos expiatorios”, y que adiós muy buenas pero que quede claro que aquí lo que se va es una leyenda y las leyendas se descojonan de las modas y, por qué no decirlo, sobreviven hasta al sentir del pueblo.
Llega Ayuso con su desparpajo, con su incorrección, con sus chanzas, con su "libertad" alzada a cualquier precio. Con esa sonrisa del pillaje que le acompañaba en la noche de la victoria, vestida de rojo, con la lagrimilla asomándole de pura alegría. Con sus secuaces camareros y empresarios, con su ejército de disfrutones a cuestas, con sus jóvenes fiesteros lanzándola en aúpas, ganadora sin ambajes, Santa Ayuso de los Bares.
Llega Mónica García con su oposición bien currada, con su maternidad orgullosa, con su ecologismo galopante, con su experiencia y su dignidad demostrada en el sector sanitario, como una alternativa posible y medular, y eso que venía sin tanta pose, sin tanta mitología, sin tanto zafarrancho como Isabel o como Pablo. Pero ahí la tienen, oigan. Y, bueno: llega Monasterio, no se sabe bien con qué -¿con su xenofobia, con su antifeminismo, con su obsesión por los menas, con sus datos trucados, con sus campañas del odio, con su crueldad hacia el distinto?: que nos comenten sus votantes-.
Con todo, las caras de los chavales -de Pablo, de Edmundo y de Gabilondo- han sido un poema: uno de esos poemas rotos de amargura y fracaso. Ya decía Rubén Darío que "no hay mayor pesadumbre que la vida consciente", y qué mayor consciencia para despabilarles que las urnas floreciendo con un nivel de participación tan histórico. No hay excusas para más Necios. Ha quedado avalado, como ya cantó Coz, que las chicas tienen algo especial. Las chicas son guerreras.