Gabo y Mercedes pasaron tantos años juntos que resultaba inconcebible pensar que realmente existió un tiempo en el que no se conocían, en el que fueron extraños el uno para el otro. De niños eran vecinos. Se toparon por primera vez cuando él tenía catorce años y ella diez: él le pidió en broma que se casaran y ella corrió a casa llorando. El día de su boda, cincuenta y siete años y veintiocho días antes del día de la muerte de Gabriel García Márquez, “ella no se vistió hasta que supo que él estaba afuera de la iglesia, de modo que no había posibilidad de que la dejaran en el altar vestida de novia”.
Lo cuenta su hijo Rodrigo García en Gabo y Mercedes: una despedida (Literatura Random House), un libro escueto, conmovedor y hermoso lleno de detalles de esos que resumen vidas enteras. En él, García teje la crónica íntima y honesta de los últimos días del genio que fue su padre, pero también algo más profundo y desolador: la mirada de su madre Mercedes, que fue de todo menos una hembra sumisa y secundaria, porque su carácter feroz, casi militar, poco dado a las muestras de emotividad -aunque ansioso, generoso y fumador- jamás lo hubiese permitido.
“Era franca y reservada, crítica e indulgente, valiente pero temerosa del desorden. Cuando una persona le confiaba sus problemas era solidaria y se ganaba su devoción”, escribe García. “Su personalidad compleja ha contribuido a mi fascinación de toda la vida por las mujeres, en particular las multifacéticas, las enigmáticas, por aquellas que llaman, creo que de manera injusta, mujeres difíciles (…) Me asombra cómo se convirtió en la persona que llegó a ser, siempre sólida y firme e incluso dirigiendo el mundo que el éxito de mi padre les proporcionó”.
La 'Gaba'
Cuenta el hijo que fue “una mujer de su época, sin estudios universitarios, madre, esposa y ama de casa, pero muchas mujeres jóvenes con vidas prominentes y carreras exitosas la admiraban sin reserva y le envidiaban su determinación, resiliencia y conciencia de sí misma. Era conocida por sus amigos como ‘la Gaba’, un apodo derivado del ‘Gabo’ de mi padre y, por tanto, patriarcal, pero a pesar de eso, todos los que la conocieron sabían que ella se había convertido en una magnífica versión de sí misma”, lanza.
No se sabe, ya nunca se sabrá, si todo lo que contaba Mercedes era verdad o no: era una de esas mujeres con un pasado, a trazas, secreto, que hacía y deshacía en sus anécdotas, que las llenaba de detalles y de fabulaciones sólo por el gusto de narrarlas o de sorprender con sus giros poéticos.
Como cuando en una ocasión le contó a Rodrigo que después de ella, que era hija mayor, su madre había tenido dos bebés que habían muerto en la infancia. A él le impactó porque jamás había escuchado nada al respecto, pero cuando al tiempo volvió a preguntarle por esa cuestión, ella negó no sólo haber contado semejante historia, sino también haber visto alguna vez a un hermano bebé muerto. “No era senilidad ni demencia. Su memoria siempre fue invulnerable”. Quién sabe si Mercedes sólo quería jugar.
La disfutona feroz
A pesar de sus episodios de ansiedad, “tenía una capacidad enorme para disfrutar, y su interés por la vida y la vida de los demás, como el de mi madre, fue inagotable”. Mercedes murió en agosto de 2020. Mercedes no fue nunca una de esas mujeres que murieron de amor tras la pérdida de su esposo, que se fue en marzo de 2014 dejándolo todo revuelto, dejando al mundo entero de luto.
Cuando su hijo le comunicó que los médicos ya habían bautizado a Gabo como un “enfermo terminal”, que era muy probable que tuviese cáncer de pulmón o de hígado, o de ambos, que sólo le quedaban unos meses de vida, el teléfono de Mercedes sonó en ese mismo instante y ella respondió como si nada. Al colgar, le devolvió la mirada a Rodrigo y le dijo: “¿Y entonces?”.
Luego volvió a preguntar: “Y entonces, ¿hasta aquí llegó? ¿Para tu padre?”. Él asintió y ella se imitó a exclamar: “¡Madre mía!”, antes de encenderse un cigarrillo electrónico. No lloraba nunca Mercedes, sólo en tres veces en la vida reseñadas por el hijo. De hecho, sonreía raro en los momentos más extravagantes, más desgarradores. Mercedes fue el mejor personaje literario de la vida, uno tan insondable, mágico y férreo que ni el mismísimo Gabriel García Márquez pudo emular.
Cuando Gabriel ya andaba senil, a ratos no la reconocía y preguntaba “por qué está aquí esta mujer dando órdenes y manejando la casa si no es nada mía”. Ella sabía que no era él quien hablaba, ya no, pero se enfadaba igual, orgullosa como una gata persa. Otras veces, en las que él andaba más animado, recobraba el ser y le preguntaba a la buena de Mercedes: “¿Adónde vamos esta noche? Vayamos a un lugar divertido. Vamos a bailar. ¿Que por qué? ¿Por qué no?”. Ambos habían sido los mejores conversadores del país, del continente, del siglo, pero en esos momentos ya quedaba poco que decirse. Nada que él no fuera a olvidar al minuto siguiente.
La muerte del coronel
En otra ocasión, Gabo comenzó a decir: “Esta no es mi casa. Me quiero ir a la casa. A la de mi papá. Tengo una cama junto a la de él”. Su familia sabía que no se refería a su padre como tal, sino a su abuelo, el coronel -quien inspiró al coronel Aureliano Buendía-, con quien vivió hasta que tuvo ocho años y quien fuera el hombre más influyente de su vida. De niño dormía en un colchoncito en el suelo junto a la cama de señor. No volvió a verle después de 1935. Llegó a decir alguna vez Gabo que después de los ocho años jamás le pasó nada interesante.
Una tarde en Ciudad de México, cuando corría el año 1966, Gabo subió corriendo a la habitación donde Mercedes leía en la cama y le anunció que acababa de escribir la muerte del coronel Aureliano Buendía. “Maté al coronel”, le dijo, desconsolado. “Ella sabía lo que eso significaba para él y permanecieron juntos en silencio con la triste noticia”, escribe Rodrigo. Mercedes era la mujer que entendió todo lo que no hacía falta decir. Era la mujer que habitaba en las grietas del dolor del amor de su vida. Era la mujer que le amaba porque le conocía mejor que nadie.
Ella no es 'la viuda'
Qué divertida la anécdota que relata el hijo: pocos días antes de morir, fueron unas mujeres a ver a Gabo para mostrarle su respeto y su admiración, y al despertarse y ver a ese coro de hembras cantarinas y risueñas, cuentan que dijo tranquilamente: “No me las puedo tirar a todas”. “Un momento después, cuando mi madre entra, su voz y su presencia lo embelesan”, sonríe Rodrigo.
A las horas de morir, Mercedes salió de su silencio y expresó, sin dirigirse a nadie en particular, que seguro que Gabo ya andaba con Álvaro, un amigo del escritor que había muerto hacia unos meses, “tomando whisky y hablando paja”. Eso la tranquilizaba. Cuando en el funeral, el presidente de México pronunció su discurso para homenajear a Gabriel y aludió a “los hijos y a la viuda”, Mercedes amenazó con decirle al primer periodista que pasara que planeaba volver a casarse tan pronto como le fuese posible. Sus últimas palabras al respecto fueron: “Yo no soy la viuda. Yo soy yo”.