Cuenta Marilar Aleixandre -poeta, narradora, bióloga, traductora, académica de la Real Academia Gallega y experta en Emilia Pardo Bazán- que fue la madre de Los pazos de Ulloa quien acuñó el término “mujericidio” para referirse a la violencia específica contra las mujeres, a los asesinatos que sufren a manos de los hombres. Aleixandre es autora, junto a María López-Sández, del libro Moviendo los marcos del patriarcado. El pensamiento feminista de Emilia Pardo Bazán (Ménades Editorial), donde reflexionan sobre cómo la contribución de la escritora cuestionó “el sistema social, las identidades y las reglas establecidas” por los hombres. Casi nada.
Defiende a Emilia como una “pionera del feminismo en España” tanto por sus reivindicaciones como por su profundidad teórica. “Ella llega a decir en una entrevista que es ‘radical feminista’ y que ‘todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer’. Me gusta que diga ‘radical feminista’ porque no le pone otro adjetivo al feminismo que el de la hondura de su raíz”, comenta a este periódico. “A mí me parece paradójico que hoy se le pongan adjetivos al feminismo como ‘moderado’ o ‘sensato’, porque es una manera de negar el movimiento y de señalar que hay por ahí otro feminismo ‘insensato’”, cuestiona.
“Ella señaló que los hombres, por el hecho de ser hombres, creen que tienen derecho de vida y muerte sobre la mujer. Aunque en ese momento no existiese la palabra ‘patriarcado’, Pardo Bazán apunta a las ideas y mecanismos sociales que mantienen a la mujer en un papel secundario. Ella entiende que la discriminación no es por un terremoto o un fenómeno meteorológico”, ironiza, “sino que pertenece a una estructura creada para subyugarla”.
Mujer hedonista
Defiende a Emilia como a una mujer que igual ponía el acento en la necesidad de una educación feminista que se reivindicaba como hedonista: “Ella disfruta de los placeres y los defiende para las mujeres. Hay un aspecto muy importante de ella que es su sensualidad, y con él aprovechó para criticar la doble moral del momento. Tú sabes que si un hombre es un Donjuán nos parece muy bien, parece algo positivo que tenga muchas conquistas… pero ¡ay de lo que se les dice a las mujeres que tienen tantos amores como un hombre, tantos nombres peyorativos!”, exclama.
Recuerda que Pardo Bazán jamás dudó en expresar esa lujuria suya y ese control sobre su propia sexualidad y su deseo, como cuando en la correspondencia con Benito Pérez Galdós, le escribía: “Yo me acuesto contigo y me acostaré siempre”. “Lo cierto es que con Galdós existió una amistad intelectual que persistió después de acabar la relación amorosa, pero no fue el único: Emilia se llevaba muy bien con todos sus viejos amores y amantes”, expresa. “Guarda luto por su marido después de tantos años separada, apoya a Galdós con todo lo de la Academia, tiene relaciones profesionales con Lázaro Galdiano, que, por cierto, era un señor guapísimo”, sonríe la experta.
Subraya Aleixandre que las protagonistas de nuestra autora “reivindican el deseo”: “Como en Insolación, donde una mujer viuda tiene una relación ‘escandalosa’ con un hombre con el que no está casada todavía. Si la compramos con las novelas de mujeres adúlteras, como Madame Bovary, como Ana Karenina o como La Regenta, vemos que todas acaban castigadas: dos suicidas y bueno, la Regenta no, porque en España había moral católica y no lo permitió, pero quedo condenada a ser una excluida social. Sin embargo, Asís vive feliz y se casa con su seductor”, relata.
Tabaco, carnaval y tango
En sus relatos, apunta también, escribe sobre una chica que rompe su noviazgo porque dice “no puedo esperar, tengo deseo, tengo ansia, tengo prisa, ¿por qué mi novio no?”, a lo que su confesor responde “mujer, los hombres tienen otros entretenimientos”, y ella reprende: “Pues lo voy a dejar, porque si no, lo imito”. Pues chimpún. “Hay una defensa divertidísima que hace también Emilia el tabaco. Habla de una mujer que ha sido detenida por fumar ‘desvergonzadamente’ en un sitio mientras a su lado había varios hombres fumando ‘con muchísima vergüenza’, guiña ella con retranca. Esa es la denuncia de la doble moral: que un hombre que fuma parece que estuviera ejerciendo un derecho inalienable y una mujer que fuma pareciera que perturbase el orden social”, ríe Marilar al teléfono.
Emilia tomaba baños turcos en París, iba a cabarets, gozaba de placeres que estaban prohibidos en España para las mujeres. Iba a restaurantes con amigos hombres que no eran su pareja, hacía lo que le venía en gana. Defendía, asimismo, los placeres de la mesa, encantada con sus espárragos y alcachofas. Respiraba la primavera. La montaba en el carnaval. Y recordaba que este último debe ser “desorden y transgresión”. Bailaba tango y vestía pantalones.
Expresaba que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre, sí, pero no más deberes. Era una mujer contundente sobre el acoso: llegó a lanzar un artículo sobre una modistilla que fue abusada y de la que un periódico se atrevió a escribir que “no era muy honrada”. “Decía que qué más da cómo fuese una mujer, que nada era excusa para que los hombres intenten violarla”, cuenta, con aplomo, Aleixandre. “Defendía también que las mujeres estudiasen por su propia vocación, no para ser mejores madres y educar mejor a sus hijos”. Para cerrar, una legendaria frase suya: “Todas las mujeres conciben ideas, no todas deben concebir hijos”.