Cuando caminas por la calle, no tienes la misma percepción si eres hombre que mujer. El espacio no es neutro, ni lo son las construcciones y elementos en él. No siente lo mismo un hombre al volver a casa solo de noche, que una mujer. Tampoco quien tiene a su cargo a personas, que quien no. “El urbanismo no es neutro y contribuye a perpetuar los designios patriarcales”, confirma la socióloga urbana Blanca Valdivia (Madrid, 1981), una de las fundadoras de Col·lectiu Punt 6, una cooperativa de arquitectas, sociólogas y urbanistas feministas.
Con niños o mayores a tu cargo, que haya un parque cercano o bancos donde descansar se convierte en algo básico. Valdivia explica que la configuración del espacio está construida a partir de una visión androcéntrica que prioriza las actividades productivas y una estandarización basada en un cuerpo masculino medio, alguien sin diversidad funcional ni personas a su cargo. “Mucha gente, no solo las mujeres, también personas no binarias, no normativas o las otras masculinidades, quedan fuera de ese marco”, señala.
No es algo que ocurre solo cuando se es una persona adulta, sino que se experimenta ya desde el colegio. Los niños suelen estar en la pista, haciendo sus deportes –mayoritariamente fútbol–, mientras que las niñas se las apañan para jugar en las orillas del patio. Se trata de una jerarquización del espacio y, tanto el sexo como la edad, nos da pistas de quiénes son los que dominan el lugar común.
El espacio determina nuestras vidas
“El urbanismo contribuye a perpetuar los designios patriarcales desde la infancia, se construye a partir de una única experiencia estandarizada. Las experiencias de movilidad vinculadas con los cuidados, o con la percepción de inseguridad vinculadas con la violencia machista, no se tienen en cuenta a la hora de diseñar las ciudades”, asegura.
“Me apasiona ver cómo el espacio determina las vidas de las personas”, señala Valdivia, que estudió Sociología Urbana con Jesús Leal, un referente en la disciplina. Al profundizar más, descubrió los textos del Colectivo de Mujeres Urbanistas, nacido en Madrid en los años 90 y formado por Pilar Vega, Isabela Velázquez y Marta Román, que proponía un urbanismo feminista para lograr una transformación radical de los espacios de vida. “Ellas hicieron un gran trabajo sobre lo que es el urbanismo con perspectiva de género, al explicar, desde la experiencia cotidiana, que las ciudades no están hechas para las mujeres”, resalta la socióloga que destaca la importancia de “de las genealogías y de la gente que abre caminos y hace textos muy accesibles para todo el mundo, para promover el cambio”.
Un cambio del que es un referente Col·lectiu Punt 6 que, con más de 15 años de experiencia, ha realizado proyectos en Barcelona, Madrid, Mallorca o Málaga, pero también en Canadá, México, o Líbano. En Manacor, un municipio de poco más de 40.000 habitantes con zonas dispersas, replantearon los espacios y sus elementos para adecuar las vías verdes del entorno natural con iluminación, poner bancos y señalización, comunicar los diferentes núcleos, mejorar el transporte público y rehabilitar las casas vacías del centro para darles un uso público. O sea, hacer una ciudad más amable para vivir.
Queremos ser libres, no valientes
Este lema de tantas manifestaciones feministas resume el sentir de muchas mujeres cuando se trata de moverse por las ciudades con libertad o, más bien, con falta de ella. Según un estudio que se llevó a cabo en Montreal, el 60% de las mujeres, frente al 17% de los hombres, tiene miedo a salir de noche por su propio barrio, mientras que el 90% de ellas, frente al 14% de ellos, siente miedo en los aparcamientos.
Montreal es, de hecho, una de las ciudades modelo en cuanto a urbanismo feminista. Otra es Montevideo, donde la arquitecta feminista y activista Silvana Pisano, directora de Desarrollo Urbano de la Intendencia de Montevideo y alcaldesa del Municipio B, está desarrollando, gracias a la planificación urbanística, una urbe orientada a no tener exclusiones, ni desigualdades de género.
"Las experiencias vinculadas con la violencia machista, no se tienen en cuenta a la hora de diseñar las ciudades"
Puntales del urbanismo inclusivo
Según explica Valdivia, el urbanismo con perspectiva feminista es una mirada que se focaliza en tres grandes objetivos. Primero, los cuidados, que no se visibilizan en el urbanismo tradicional como se debiera. “La visión patriarcal piensa que solo se desarrollan en el espacio doméstico, pero hay un montón que lo hacen en el espacio público, acciones cotidianas como ir a la compra o llevar a los niños al colegio”, explica.
El segundo sería todo lo vinculado con la seguridad. “La percepción de seguridad para mujeres y hombres es muy diferente. Nuestra vida está atravesada de manera estructural y cotidiana por las violencias machistas, y nos han socializado a tener miedo a la calle y a los extraños. Todo ello condiciona nuestra percepción de libertad y autonomía en el espacio público”, señala.
El tercero sería la participación, ya que apunta que las mujeres, tanto de perfiles técnicos como las de la ciudadanía, han estado excluidas de las decisiones en torno a la ciudad. “El urbanismo se ha considerado una disciplina técnica de la que solo podían hablar personas con una formación determinada, principalmente Ingeniería y Arquitectura. También en los movimientos vecinales o sociales ha sido un tema muy masculinizado”, comenta Valdivia, que concluye que “las mujeres y las personas no normativas han sido invisibilizadas en el urbanismo”.
Además, la experta destaca que trabajan desde una perspectiva feminista interseccional, ya que no todas las mujeres tienen las mismas realidades. “No es lo mismo ser una mujer blanca, con un pasaporte europeo, sin personas a tu cargo ni diversidad funcional, que ser una mujer racializada, migrante, en situación irregular y con personas a tu cargo. Para no continuar construyendo y legitimando desigualdades, creemos que es indispensable tener en cuenta esa perspectiva de la interseccionalidad social”, afirma.
La importancia de un simple banco
Un informe de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Madrid (FRAVM) reflejaba en 2016 que en la capital española estaban desapareciendo los bancos, un elemento urbano básico, que apoya a las personas mayores en su movilidad y favorece la socialización. En parte por eso, Blanca Valdivia se ha especializado en los últimos años en el urbanismo y los cuidados. Su padre, aquejado de Alzheimer, tenía que ir al centro de salud, a siete minutos de su casa. “Sin embargo, que en el trayecto no hubiera bancos impedía que mis padres pudieran ir andando allí, porque no tenían dónde detenerse a descansar”, recuerda la socióloga.
Esa falta de asientos públicos generaba una dependencia a su progenitor: o venía una ambulancia a buscarle o tenía que ir alguno de sus hijos a llevarle en coche. Además, le impedía hacer un trayecto caminando, que hubiera sido lo mejor para su salud. Eso da una buena medida de lo importante que es un simple, o no tanto, banco.
“Mi madre, que es una luchadora de la que he aprendido todo, escribió al Ayuntamiento para que pusiera bancos. Estuvieron mucho tiempo sin hacerle caso, pero ella insistió y al final acabaron poniéndolos”, cuenta Valdivia que considera crucial tener en cuenta las necesidades, diversas para diferentes personas y reivindicar la perspectiva comunitaria. Además, recuerda la fuerza de la ciudadanía. “Cuando nos unimos, conseguimos más cosas”, anima.
Voluntad política
Convertir a una ciudad en un lugar más habitable es uno de los objetivos prioritarios en Barcelona, con soluciones como la famosa ‘ciudad de los 15 minutos’, en la que todo lo básico se encuentra a un cuarto de hora de desplazamiento a pie, y que entronca con proyectos futuros de grandes ciudades más sostenibles y la recuperación de los viejos parques en los que hacer vida comunitaria.
En el otro extremo, Valdivia señala que Madrid, su ciudad natal, “es superhostil y el área metropolitana aún más. La gente pasa un montón de tiempo en el transporte público, no existen espacios de vida cotidiana suficientes en los barrios, ni se cumple la escala de proximidad de los quince minutos en muchos barrios, lo que genera bastante dependencia del transporte público y privado, con la consiguiente aumento de la contaminación, problemas medioambientales y de salud”. Sin embargo, no es cuestión de dinero, “sino de voluntad política. No se trata de construir grandes obras, sino de gestionar mejor lo que tienes”, afirma.
“Nos gusta mucho contar, por su sencillez y por lo efectivo que fue, un proyecto que hicimos para el Ayuntamiento de Barcelona por una petición de la ciudadanía para colocar más bancos en el L'Eixample”, cuenta. “Íbamos con las personas mayores a probar los sitios, con sillas plegables, dónde daba mejor el sol o la sombra… Fue un proyecto muy sencillo que ha mejorado de manera sustancial la vida cotidiana de las personas”, explica. La sencillez de muchas de las propuestas de urbanismo feminista es tal que a veces se reducen a, simplemente, escuchar a la ciudadanía.
Las marchas exploratorias
Precisamente para escuchar a la ciudadanía y poder determinar sus intereses y necesidades reales respecto al urbanismo, Col·lectiu Punt 6 utiliza las Marchas exploratorias. Entre 2017 y 2019 han realizado 44 en Cataluña y Valencia, para conocer la percepción de las mujeres en cuanto a seguridad urbana. En ellas, con grupos no mixtos –solo de mujeres–, recorren las calles para descubrir los lugares que provocan miedo o alerta.
Las mujeres suelen demandar que haya más visibilidad en las calles para sentirse más seguras. Y no se refieren solo a la iluminación, sino también a que “las marquesinas de los autobuses, por ejemplo, no tengan publicidad y sean transparentes, para poder ver quién hay detrás, o a que las vallas de obra tampoco sean opacas”, explica Valdivia que matiza que “desde nuestra perspectiva ecofeminista, no se trata de iluminar como si fuera de día, sino que sea continua e igual en una calle principal que en un callejón”.
Además de identificar qué elementos urbanos les generan inseguridad a las mujeres y cómo modificarlos, Valdivia resalta que “esta metodología no revictimiza y, al ir en grupo, las mujeres pueden compartir estrategias individuales y colectivas”. Aunque reconoce que organizar las marchas “supone mucho trabajo, ya que hay que implicar a áreas diversas como la de urbanismo, movilidad y seguridad”, los resultados “son muy satisfactorios porque contribuyen, para que las instituciones puedan hacer ciudades más seguras para todos y todas”.