“Querida, yo sí te creo”: mi 'cara de acelga' ya no vive en negación de lo evidente
Mi 'cara de acelga', que los sábados está menos verde porque duermo un poco más, comenzó a ponerse roja de la ira.
6 febrero, 2022 12:59Noticias relacionadas
Marta me llamó el sábado por la mañana para bajar a tomarme un café. Le dije que me venía fatal y me pidió que me organizara porque tenía algo que contarme. Al vernos, me abrazó efusivamente sin acercar su cara a la mía y dijo: "Querida, he descubierto algo". Me senté a la espera del descubrimiento, intuyendo una infidelidad, una situación de corrupción en su trabajo o algo proporcional a un motivo de convocatoria misteriosa para el sábado.
Musitó un "querida, yo sí te creo", al que respondí con una mueca de extrañeza. Me contó que era su regalo para todas sus amigas. Comenzó un monólogo ensayado, como del Club de la Comedia, en el que con una verborrea implacable detallaba que durante la pandemia había descubierto que los maridos –sí, los maridos, no los hombres en general– son una especie diferente a nosotras.
Con sorna, le pregunté si también eran asimilables las parejas de hecho, pero no le hizo ninguna gracia. Me extrañó tanto verla así, porque con sus cuatro hijos y su vida casi perfecta jamás se había quejado de Arturo.
– Si vosotros estáis fenomenal.
– Todo lo bien que yo he querido que estuviéramos, porque Arturo siempre me ha parecido extraordinario. Todo lo que hacía lo encontraba gracioso. Hace 20 años cuando vivíamos en Londres, en mi segundo parto, yo me quejaba y él a mi lado sólo sabía decir “in English, Marta, in English” y la doctora me miraba buscando mi complicidad y pidiendo que no le hiciera caso. Todo ha sido así, tan divertido como he querido verlo.
Solté una carcajada sin ningún éxito. Ninguno. Con toda solemnidad y cara de desaprobación ante mi risotada continuó con su actuación. Me dijo que estaba harta de lo que vivía en sus propias carnes y en las nuestras. “Tú, tú que te quejas de que tienes ‘cara de acelga’ piensa cuántas veces le dices a tu marido que algo huele raro o que alguien te ha hecho un feo y te dice que él no se ha dado cuenta o que son ‘cosas tuyas’”.
En ese momento dejé de reírme. Tenía razón. Cada vez que le digo a Luis que alguien en el trabajo me está haciendo la cama me dice que veo demasiadas series de televisión. O cuando le digo que a nuestra hija es a la única que no han invitado a un cumpleaños, resopla. Y no quiero ni acordarme del año en que su madre me regaló en Navidad el mismo pañuelo que le habíamos regalado para su cumpleaños metido en una bolsa de regalo de las de Amazon, que son perfectamente reconocibles.
Yo había comprado el pañuelo, me había costado un dineral y no se venden por Amazon. Vamos, blanco y en botella. Pues no, resulta que soy una paranoica, que me empeño en ver cosas que no pasan, y bla, bla, bla.
Seguí con atención el monólogo y mi cara de acelga, que los sábados está menos verde porque duermo un poco más, comenzó a ponerse roja de la ira. Es cierto que mi vida transcurre en una permanente negación de la realidad de las cosas que veo meridianamente claras. Marta tenía razón, pero no entendía por qué tenía que venir a fastidiarme el fin de semana. ¿Por qué ahora?
Cuando ella comprobó que ya me había identificado por otra afectada por la sensación de la frustración cuando la persona con la que vives parece no enterarse de qué va la película, que le da igual o que no le afecta, entonces, me explicó el sentido de su visita. Me dijo que cuando volviera a estar en una situación así, le enviara un mensaje en el que sólo pusiera un emoticono, el que yo quisiera, y que ella me respondería con el mensaje que había acuñado para todas sus amigas: “Querida, yo sí te creo”.
A mitad de la semana ya había accionado el mecanismo tres veces. Marta es brillante y es una costumbre a acuñar. Todas deberíamos recibir un “querida, yo sí te creo” en esos momentos en los que te planteas si realmente es cosa tuya o es una realidad tan cristalina como la que se presenta ante tus sentidos.