Miguel Bernardeau tiene 25 años, un físico de revista, siete millones de seguidores que le jalean en Instagram, un futuro prometedor como intérprete, una familia razonablemente privilegiada (es hijo de la actriz Ana Duato y del productor televisivo Miguel Ángel Bernardeu) y una novia (la cantante Aitana) tan guapa como talentosa. Juventud, belleza, dinero, éxito, trabajo, amor. Pero resulta que Miguel Bernardeau también tiene, quién lo diría, un problema de ansiedad.
Lo comentó él mismo esta semana, durante un evento organizado por Biotherm, marca de la que es embajador. El actor valenciano compareció en uno de los restaurantes de moda de Madrid para presentar el documental que ha grabado de la mano de esta firma cosmética. Puesto que Biotherm cuenta con una larga trayectoria de compromiso con la preservación de los océanos y Miguel es un gran aficionado al submarinismo, la colaboración entre ambos ha incluido la grabación de un vídeo muy evocador en el que se puede observar al intérprete practicando apnea.
Tras la proyección del mismo, los asistentes removíamos indolentemente el café mientras esperábamos sin mucha fe el probable discurso vacío a cargo de un actor veinteañero forjado en la escuela de Élite, esa serie de Netflix de la que han salido algunos de los egos juveniles más irritantes de los últimos tiempos.
Pero Bernardeau, que cuenta con una fama enorme entre los de su generación, pero según lo visto no es en absoluto banal, se arrancó a confesar –con enormes dosis de naturalidad, madurez, elegancia y sin caer en el melodramatismo– que el buceo es una de sus herramientas para aliviar la ansiedad que ha comenzado a atenazarle recientemente. Que va al psicólogo con regularidad. Que no se avergüenza de contarlo públicamente porque en sus redes sociales le siguen muchos jóvenes que podrían estar pasando por lo mismo que él y tal vez de esa forma sea capaz de conseguir que no se sientan tan solos.
"Formo parte de la estadística, de ese 25% de personas que sufrirán algún problema mental a lo largo de su vida"
En su último libro, El peligro de estar cuerda, Rosa Montero plantea acaso la argumentación más hermosa que pueda hacerse en torno a los problemas de salud mental. Según la autora, las crisis de angustia son un territorio que necesariamente han de transitar las mentes creativas. Ella lo ha vivido en carne propia. “Siempre he sabido que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza”, confiesa ya en las primeras líneas de su ensayo.
“Formo parte de la estadística general, de ese 25% de personas que sufrirán algún problema mental a lo largo de su vida (...) He sufrido ataques de pánico desde los 17 hasta los 30 años, no todo el tiempo, por fortuna, porque hubieran sido bastante inhabilitantes, sino articulados en torno a tres periodos, cada uno de un año o año y pico de duración”, continúa unas páginas más allá, para llegar a la conclusión de que una vez que has estado ahí las cosas ya nunca vuelven a ser como antes.
La “irrupción de la negrura”, lo llama: “La sensación de que algo te asalta desde el exterior, como si un gigante te hubiera dado una patada que te arrojara fuera de la vida; la incomprensión de lo que está pasando; la incapacidad para poner palabras a lo indecible; la pérdida de contacto con la realidad”.
La nueva obra de Rosa Montero –una especie de continuación de aquella maravillosa La loca de la casa que lanzó en el año 2003– aporta mucha belleza a un tema tan oscuro porque de sus páginas se deduce que, en los casos de inestabilidad emocional menos graves, siempre es posible encontrar un resquicio para escapar del pozo negro.
“Todos tenemos claro que escribir nos salva. O, al menos, todos aquellos que nos vemos forzados a juntar palabras para poder aguantar el miedo de las noches y la vacuidad de las mañanas”, plantea la autora. Quien dice escribir, supongo, dice leer. O pintar, componer, cocinar pasteles, cuidar de las plantas… O bucear, por qué no. En el documental producido por Biotherm, el joven actor Miguel Bernardeau, el mismo que lo tiene todo y sin embargo vive acechado por la ansiedad, expresa: “El mar es el lugar donde más alto me escucho a mí mismo, donde más alto escucho el volumen de mi voz interna”.