La moda femenina renuncia al sufrimiento: los bolsillos son ahora el verdadero lujo, según las grandes firmas
- Los bolsillos son una importante conquista para la mujer, pero no son el único factor clave a la hora de crear prendas que respondan a nuestras necesidades.
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"¡Tiene bolsillos!" Qué exclamación tan inocente y, al mismo tiempo, tan repetida entre las mujeres cuando se prueban un vestido o una falda que, magia, resulta incluir un detalle tan prosaico como funcional que no suele faltar en las prendas masculinas y que brilla por su ausencia (o peor todavía: son falsos o demasiado pequeños) en diseños hechos para las mujeres… y por las mujeres. Al menos, a veces.
Algunas defensoras de la libertad de movimiento femenino se resisten a incluirlos, como puede observarse en la última colección de Maria Grazia Chiuri para Christian Dior. Su discurso apela, una vez más, al deporte, la mujer y las prendas que, en teoría, le facilitarían tanto su práctica como el desenvolverse en el día a día.
Y sin embargo, muchos de esos bolsillos (cuando los hay, ya que no fueron pocas las prendas hiperajustadas que no los permitían) se sienten más como adornos que como decisiones destinadas a dejar las manos vacías: bolsillos (más o menos) llenos pueden equivaler a ausencia de bolsos y a manos con vía libre para teclear, llamar, scrollear, estrechar otras; tal y como se ha ido perpetuando en el imaginario colectivo del poder.
Allá por 2018, Vanessa Friedman imaginaba cómo vestiría la primera presidenta de Estados Unidos, una posibilidad que ahora vuelve a estar sobre la mesa y que se resolverá el 5 de noviembre, basándose en el personaje interpretado por Robin Wright en House of Cards. Y había una cosa clara: no llevaba bolso. Kemal Harris, diseñadora de vestuario responsable de la indumentaria de Wright, tenía claro que aunque las ofertas por parte de las marcas no faltaron, "Claire no lleva bolso; tiene gente para eso. Ella es presidenta".
Si quieres un ejemplo más mundano, pero no exento de poderío, puedes fijarte en algunas apariciones de Kris Jenner, la matriarca empresaria por excelencia: de cuando en cuando, al llegar a un evento, restaurante o destino elegido, deja que sean sus asistentes quienes le llevan el bolso. Lo mismo pasa con las celebridades que se plantan en la alfombra roja de los Oscar o de la Met Gala.
Pero ¿y los bolsillos? Si tomamos como buenos estos ejemplos y otros tantos de mujeres que ocupan cargos políticos relevantes, no hacen falta; como dijo Harris, hay "gente para eso". Pero cuando las posiciones son un poco más modestas o hay que bajar esa idea a lo cotidiano, importan, igual que usarlos, aunque sea de modo simbólico, como hicieron la mayoría de las modelos en el desfile de primavera-verano 2025 de Saint Laurent.
En ese gesto hay algo de lo que Hannah Carlson, profesora de historia de la vestimenta en la Escuela de Diseño de Rhode Island, lanzaba en Bolsillos: una historia de cómo guardamos cosas cerca: "Insolencia y rebeldía cool". Quizás por colocar las manos cerca de los genitales, quizás por aparentar una despreocupación que choca con la concepción tradicional de la formalidad. Pero hay un detalle del desfile de Anthony Vaccarello para Saint Laurent que no se puede pasar por alto: las modelos con las manos en los bolsillos llevaban trajes de chaqueta… de hechura masculina.
La pregunta que Carlson se hacía al respecto de la ausencia de bolsillos grandes y funcionales en siluetas femeninas, visible (según cuenta) incluso en los abrigos del Cuerpo del Ejército Femenino durante la Segunda Guerra Mundial, vuelve a ser pertinente: "¿Incluso un paquete de cigarrillos amenazaba con desfigurar el pecho, haciéndolo grumoso y deformado, una especie de metáfora de los peores temores de los hombres soldados: que después de unirse al ejército, las mujeres ya no serían reconocibles como mujeres?".
"Si bien es cierto que los bolsillos incrementan la comodidad y la versatilidad en una prenda, tras dieciséis colecciones y sabiendo un poco más de construcción que cuando empecé, veo que no siempre tienen por qué ser prácticos, y a veces lo mejor es prescindir de ellos", explica Blanca Bleis, fundadora y directora creativa de la cada vez más viral Bleis Madrid. "Según qué tejidos o cómo esté construido un pantalón o una falda, los bolsillos podrían generar siluetas extrañas en la zona de la cadera, una parte del cuerpo muy valorada por la mujer a la hora de la compra. Luego para mí es siempre un SÍ a los bolsillos, a menos que genere una incomodidad o inseguridad para la mujer".
La madrileña toca hueso porque ¿de qué sirve tener espacio para guardar cosas si la actitud no va a acompañar? ¿Podemos vestir bonito y funcional? ¿Pueden comodidad y diseño femenino ir de la mano?
Presumir sin sufrir
Igual que la belleza no es estable y universal, la idea de la comodidad, tampoco: hay quien aguanta toda la noche bailando sobre tacones de nueve centímetros y quien necesita bajar a tierra después de dos canciones; quien tiene que sentir la tela pegada a su cuerpo y quien necesita aire entre ambos. Pero en todos los casos, subyace la misma idea: la de olvidarte de la ropa, por fabulosa que sea.
"Una prenda femenina funcional es aquella que te permite desarrollar tu día a día olvidándote de que la llevas puesta", afirma Blanca Bleis. "Es decir, si a menudo recuerdas que te está tirando una sisa, que una hombrera se clava o que una cremallera la notas en la piel, algo de esa prenda hace que no sea práctica".
Eva Dimas y Victoria Mitjans, Head of Brand y Head of Design de Simorra, coinciden: "La funcionalidad la vemos en el hecho de crear patrones aparentemente sencillos pero que en realidad están técnicamente muy estudiados, para que la prenda tenga una construcción cómoda. Esto lo aprendimos de Javier, porque a lo largo de su trayectoria, cada prenda se diseñaba a medida para que fuese perfecta".
Los tejidos también juegan un papel fundamental en la concepción de una prenda estética y funcional, tanto para la elaboración de los trajes de chaqueta de Bleis Madrid como para las piezas llenas de textura de Simorra. "Hay que encontrar un balance entre delicadeza y durabilidad", afirma Blanca. "Siempre intento encontrar tejidos que no se arruguen en exceso o se puedan lavar sin necesidad de llevarlos a un profesional: nuestra clienta a menudo es una mujer con cargo directivo y familia y tenemos muy en cuenta esa falta de tiempo en su día a día".
Lo que parece una obviedad es, en realidad, una rareza que atesorar. Y aunque las telas intrincadas también puedan catalogarse como extraordinarias (al menos, teniendo en cuenta la oferta general de moda en la actualidad), su practicidad debería ser la misma que la del tejido más sencillo del mundo.
"No solo es el punto estético de poder crear un tejido muy bonito, con alguna técnica de bordado que lo enriquezca, sino que tiene que haber un conocimiento detrás que permite que esos tejidos sean duraderos, tengan elastano o algún tipo de hilo elástico que le permita ganar esa comodidad y adaptabilidad al cuerpo", explican Dimas y Mitjans. La fórmula parece clara. Solo que no siempre se ha tenido en cuenta.
Comodidad y diseño
Las diferencias entre la indumentaria femenina y masculina siempre han existido, pero mientras antes de la Edad Media eran sutiles y no afectaban a la comodidad y funcionalidad, los cambios políticos, económicos y culturales hicieron que las vestimentas de unos y otros cayeran en una dicotomía: la actividad versus la pausa. Y si alguien va a estar de puertas para dentro, ¿para qué iba a querer bolsillos en los que transportar objetos? ¿Para qué iba a necesitar estructuras flexibles con las que poder moverse rápido? La vestimenta siempre ha sido un reflejo de la sociedad.
"A diferencia de la ropa de mujer, las prendas de los hombres europeos, al menos desde el Renacimiento en adelante, tenían numerosos bolsillos cosidos en sus abrigos, chaquetas, chalecos y pantalones", explica el Museo Victoria and Albert de Londres. Desde la institución recalcan la importancia que tuvieron los bolsillos anudados que se popularizaron a finales del siglo XVII, ya que aunque no eran tan prácticos como podían ser los masculinos, eran lo suficientemente grandes como para "contener muchas pertenencias" y resultar versátiles al quitarse y ponerse a voluntad.
Los bolsillos siguieron evolucionando, a veces relegados a un segundo plano, a veces resistiendo entre las telas, a medida que las mujeres iban cambiando su rol en la sociedad, hasta que llegaron las guerras mundiales y, con ellas, la popularización de ropa de corte utilitario e inspiración militar. Feminizados, pero estaban… Hasta que las guerras pasaron.
Quizás para superar el trauma colectivo, la función escapista de la moda volvió a hacerse fuerte gracias a esos metros de tela y volúmenes que habían estado décadas sin verse: el New Look de Christian Dior funcionó. Y aunque desde la casa afirmen que el diseñador siempre tuvo en mente el deporte y que la mujer pudiese moverse, sus estructuras no siempre decían lo mismo. Sus palabras, tampoco: Paul Johson escribió en el Spectator que en 1954, Dior admitió que "los hombres tienen bolsillos para guardar cosas, las mujeres, como decoración".
"La moda es ese hombre pequeño y horrible de mente sucia que te dice que tu abrigo del pasado invierno está nuevo, pero ya no lo puedes llevar", escribía a finales de los 50 la diseñadora y modista Elizabeth Hawes. "El estilo es algo mucho más complejo, es el cambio de gusto de una sociedad, es el progreso, no va de combinar el zapato con el bolso o de llevar azul o amarillo; va de llevar pantalones cortos si una mujer quiere jugar al tenis o de quitar el corsé para moverse con libertad".
Pero incluso la olvidada y revolucionaria creadora admitía en su ensayo de 1938 Fashion is Spinach que aunque no encontraba "nada malo en los pantalones; son cómodos y prácticos", "no los recomendaría para casos en los que el atractivo femenino sea el objetivo principal". Era muy consciente de sus limitaciones.
Es pertinente reflexionar sobre si la mirada masculina, que afecta en mayor o menor medida a todo el mundo independiente de su género, impregna la idea de comodidad, estética y feminidad que ha moldeado la moda y las tendencias a lo largo de la historia, pero especialmente en el siglo XX.
A poco que se tomen ejemplos del último siglo, la respuesta aparece cristalina: Marlene Dietrich en Marruecos, el esmoquin de Yves Saint Laurent, el look de Annie Hall con pantalones, chaleco y corbata, las hombreras prominentes… Muchos de los momentos históricos virales en los que los estilismos femeninos se han asociado con la comodidad y con el poder están ligados a prendas catalogadas como masculinas. Incluso Coco Chanel basó buena parte de su famoso uniforme femenino en tejidos (y algunas estructuras) de hombre.
Poco a poco, las mujeres han cambiado esos preceptos, encontrando una manera de diseñar que no renunciase a las múltiples maneras de entender lo femenino que existen ni a la comodidad. Miuccia Prada es uno de los ejemplos más ilustrativos, pero Jil Sander, Donna Karan, Phoebe Philo o Sarah Burton (ahora, en Givenchy) no se quedan atrás. "Lo artificial e incómodo da paso a lo práctico y versátil", explica Leticia García en Batallón de modistillas. "Revolución y funcionalidad, dos generalidades que son aplicables a casi cualquier diseñadora que haya contribuido a la historia de la moda reciente".
Blanca Bleis admite que, a lo largo de la historia, comodidad y diseño no siempre han ido de la mano a la hora de hablar de ropa femenina pero que ahora, "por suerte, sí podemos encontrar comodidad y diseño en una misma propuesta". Y es una que para la directora creativa cada vez entiende menos de la expresión de género: "Hoy en día los géneros están muy unidos y remamos en una misma dirección: hacer moda sostenible, funcional y, por supuesto, de diseño".