La crisis del coronavirus ha rescatado la figura del médico Francisco Javier Balmis, cirujano honorario de cámara del rey Carlos IV y líder de la Real Expedición Filantrópica que a principios del siglo XIX logró conducir la vacuna de la viruela por los vastos dominios del Imperio español. Así, Operación Balmis, ha bautizado el Ministerio de Defensa el despliegue militar con el que se pretende combatir la propagación del Covid-19. Pero también podían haber tenido un guiño con Isabel Zendal (c. 1771-¿?), la única mujer enrolada en aquella hazaña sanitaria que jugó una labor fundamental y olvidada hasta fechas muy recientes.
Zendal, nacida en la parroquia de Santa Mariña de Parada (Ordes, A Coruña), se embarcó como enfermera —la primera de la historia según la OMS en participar en una empresa de carácter internacional— y con la misión de cuidar, proteger y asear a los 22 niños que hacían de portadores de la vacuna. De mantenerlos con vida, porque constituían el único remedio para paliar los efectos de una epidemia que había provocado graves estragos humanos durante todo el siglo XVIII. Y a la vez, actuar como presencia maternal de esos chiquillos asustados, que acarreaban en sus brazos la salvación.
La Real Expedición Filantrópica, comandada por Balmis y el también cirujano Joseph Salvany, se organizó en 1803 por designios de Carlos IV, unos años después de que el inglés Edward Jenner descubriese la vacuna de la viruela. Con esta misión, el monarca pretendía inmunizar las provincias españolas de América y Asia de la violenta epidemia que estaba dejando a la Corona sin trabajadores y sin contribuyentes. Pero no solo a las élites, sino a toda la población: la meta era erradicar la enfermedad. Si los ingleses fueron pioneros en el proceso de inmunización, España lo fue en la vacunación.
El papel desempeñado por Zendal en esta historia se reveló esencial —la expedición, al principio estaba encomendada solo a sujetos masculinos—, pero es importante comprender la tarea de los niños, todos entre los 3 y los 10 años de edad, en el éxito global: debían hacer de reservorios humanos de la vacuna antivariólica. Es decir, el experimento de Balmis consistía vacunar semanalmente a dos niños que no habían estado en contacto con la enfermedad con el pus extraído de las pústulas de los dos críos vacunados la semana anterior —siguiendo los estudios de Jenner—- para conservar el antivirus fresco. Hicieron de cadena humana hasta América.
Aunque a comienzos del siglo XIX los límites de la ética y las leyes en cuanto a la medicina experimental brillaban por su ausencia, muchos de los padres y madres no estaban dispuestos a entregar a sus hijos a una empresa incierta: podrían perderlos para siempre. No eran suficientes las promesas de la Corona —el propio Carlos IV había perdido a una de sus hijas por los efectos de esta enfermedad— de que se haría cargo su alimentación, vestido, higiene y se les proporcionarían estudios y una profesión hasta que fuesen independientes.
La génesis
En ese contexto, Balmis acordó emplear niños expósitos, jóvenes que nadie iba a reclamar tras haber sido abandonados en inclusas, como la de A Coruña, de la que Isabel Zendal era rectora. ¿Pero cómo se cruza la ambiciosa misión sanitaria en la vida de una mujer que se dedicaba a cuidar a infantes repudiados en su Casa de Expósitos del Hospital de Caridad? Lo explica la investigadora Susana María Ramírez Martín en la entrada dedicada a la enfermera en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia:
"Aunque inicialmente no se contempló su la participación de una mujer en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, la experiencia del viaje desde Madrid a La Coruña y el fallecimiento de uno de los niños que llevaba la vacuna en sus brazos desde la capital al puerto coruñés, obligaron a tomar esta decisión. La Expedición Filantrópica necesitaba una mano femenina que inculcara confianza en los niños y les ofreciera el cariño maternal que necesitaban".
Y la elegida fue Isabel Zendal. Así se desprende de la Real Orden del 14 de octubre de 1803, firmada por el ministro de Justicia: "Permite S.M. que la Rectora de la Casa de Expositos de esa ciudad sea comprehendida en la expedicion en clase de Enfermera. Para que cuide durante la navegación de la asistencia y aseo de los Niños que haian de embarcarse y cese la repugnancia que se experimenta en algunos padres de fiar sus hijos al cuidado de aquellos, sin el alivio de una mujer de providad (sic)". Además, se le entregaban 3.000 reales en concepto de "ayuda de costa" con destino a su habilitación y el pago en los territorios de Ultramar de un salario de 500 pesos anuales.
Un total de 22 niños —22 ángeles es el título de la película de Miguel Bardem que narra su odisea— quedaron a cargo de Isabel Zendal, entre ellos, su hijo Benito Vélez. El triunfo de la Real Expedición Filantrópica consistía en que no se produjesen contagios incontrolados entre los infantes ni que estos desbaratasen los granos vacuníferos debido a la natural reacción instintiva a la picazón de las pústulas. La gallega estaba curtida en estas lides: "Esta fue la causa de su contratación como enfermera, responsable directa —en las travesías en barco y en los desplazamientos por tierra— del cuidado, asistencia y aseo de los niños portadores de la vacuna", escribe el periodista Antonio López Mariño, impulsor de su figura y autor del libro Isabel Zendal Gómez en los archivos de Galicia, editado por el parlamento autonómico.
El viaje
La corbeta María Pita, con los niños vacuna a bordo, zarpó de A Coruña el 30 de noviembre de 1803. Atracarían en Puerto Rico a principios de febrero y de ahí navegarían hasta Puerto Cabello, en Venezuela, tocando tierra el 20 de marzo de 1804. En ese momento, ante el extenso territorio a cubrir, Balmis decidió dividir la expedición: una parte, comandada por Salvany, se dirigiría a la América meridional, desde Cartagena de Indias hasta el sur de Chile; la suya, tras vacunar en Caracas y en la que se mantuvo Zendal, regresaría a la María Pita para alcanzar Cuba y de ahí México.
La enfermera y los niños se instalaron en el Hospicio de Ciudad de México mientras los expedicionarios vacunaban a las gentes de dicho territorio. Esta primera fase concluyó el 30 diciembre, pero Balmis ya estaba pensando en lo que tenían por delante: la travesía del Pacífico. El 7 de febrero de 1805, a bordo de un nuevo navío, el Magallanes, Zendal, su hijo y veintiséis niños mexicanos empleados para hacer la vacuna brazo a brazo pusieron rumbo a Manila, donde se repetiría la exitosa operación humanitaria a pesar de las mayores complicaciones geográficas que presentaba Filipinas.
Sobre la "madre de los galleguitos", los expedicionarios siempre desplegaron elogios. También el propio Balmis, según se desprende de un documento en el que valoraba el éxito de la REFV: "La miserable Retora que, con el excesibo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdio enteramte su Salud; infatigable noche y dia à derramado todas las ternuras de la mas sensible Madre sobre los 26 Angelitos que tiene à su cuidado, del mismo modo que lo hizó desde La Coruña y en todos los viajes, y los ha assistido enteramente en sus continuadas enfermedades (sic)".
Arribaron de vuelta a Acapulco (México) el 14 de agosto de 1809, y ahí comienza a difuminarse la biografía de la enfermera y rectora gallega. Obligada a quedarse en América por las tensiones independentistas, el último documento que se refiere a ella está fechado en 1811: se trata de una reclamación a las Cajas Reales de Puebla de los Ángeles por no pagarle la pensión de tres reales mensuales a la que tenía derecho su hijo por ser uno de los niños que portó en su cuerpo la vacuna contra la viruela desde la Península Ibérica.
Es el fin aciago de una mujer que tomó parte en un hito de la historia de España —y del mundo—. "La participación en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna supuso a la rectora un reconocimiento social de su trabajo y le facilitaría salir de un entorno limitado y estricto, permitiéndole conocer otros contextos y tener nuevas experiencias", asegura la historiadora Susana María Ramírez. Pero fue sepultada por el olvido, nadie recordó su impagable gesta en las décadas posteriores. Tuvieron que pasar dos siglos para que su figura fuese rescatada gracias a la investigación de un periodista. Sin los niños, y sin Isabel Zendal, la vacunación no hubiese llegado en 1803 al Nuevo Mundo.