Su pecado para extirparla de la docencia fue compartir hogar con un hombre al que amaba, que la amaba, sin haber pasado por la iglesia; por no haberle dicho el sí, quiero a su compañero delante de un cura. "Confiesa que vive con un hombre sin poder casarse con él. No puede ejercer quien así obra", rezaba la sentencia emitida en noviembre de 1941 contra Ángeles Arenas Esturillo, maestra en Cuevas del Campo (Granada). La depuraron —las autoridades franquistas— por "amancebada". Nunca más pudo inculcar en una institución académica sus valores de solidaridad y tolerancia. Tuvo que reconvertirse en modista para malvivir.
La vida de Ángeles, doña Ángeles, es un ejemplo más de la represión que la dictadura dirigió contra el profesorado (republicano) durante y al término de la Guerra Civil. Una historia de injusticia, de retraso moral, de silencio impuesto; el frenazo de una sociedad que pretendía crecer y aprender en libertad y que se topó con el yugo del tradicionalismo. No pudo seguir enseñando esta profesora por haberse disfrazado de miliciana durante la contienda o por demostrar unas pésimas dotes, sino por sus indecentes relaciones personales.
Así lo narra el documental La aguja de dos puntas, realizado por Relatoras Producciones en colaboración con la Diputación de Granada y que se ha estrenado en abierto en YouTube, que reconstruye el ascenso y depuración profesional de la maestra, una de los 6.000 que el franquismo expulsó de la enseñanza para consolidar con mayor facilidad entre los más jóvenes los postulados ideológicos de su régimen., para revertir su "labor destructora de los santos principios de la moral y la patria".
Nacida en Granada en 1907 y formada en un colegio de monjas, Ángeles Arenas Esturillo llegó al municipio de Cuevas del Campo poco después de cumplir veinte años y con las oposiciones aprobadas. Comenzó a dar clases en la escuela femenina del pueblo, a inculcar una pedagogía renovadora que seguía la estela de la Institución Libre de Enseñanza, que también ponía el foco sobre las clases populares y la población rural.
La maestra se hospedó en la pensión de la Tía Mariquita, donde conoció al herrador Cirilio Villar Álvarez. Ambos se enamoraron y comenzaron a hacer vida marital. Pero la situación era más compleja que un romance fugaz: la maestra estaba casada —la ley del divorcio no sería instaurada hasta el advenimiento de la Segunda República, concretamente en 1932— y el hombre era viudo. Una segunda boda era un imposible en aquella época. El desenlace ya es conocido.
Represión del profesorado
Como recuerda en el documental Rafael Gil Bracero, presidente de la Asociación de Memoria Histórica de Granada, la labor educativa de la Segunda República fue colosal: sólo durante su primer año se inauguraron más de 11.000 escuelas, las mismas que en las tres décadas anteriores. Este impulso formativo fue respaldado por una camada de maestros jóvenes que pretendían educar en libertad a los nuevos elementos de la ciudadanía española. Pero el proyecto pedagógico se dio de bruces con la Guerra Civil.
Cuando el estallido de los obuses cesó, todo aquel docente asentado en territorio republicano y que quisiese retomar su labor debía ser sometido a un proceso de depuración, que afectó a al menos 60.000. Como a don Gregorio, el maestro represaliado de La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda. Solo en la provincia de Granada, 1.300 de ellos fueron depurados y casi el 30% sancionados. Era un proceso de escarnio público: los nombres aparecían en el Boletín Oficial de la Provincia y durante el tiempo que se prolongase la investigación, eran suspendidos de empleo y sueldo.
En esa encrucijada le tocó vivir a Ángeles, y asumir sin posibilidad de réplica la expulsión de las aulas por una motivación más moral que ideológica: convivía con un hombre sin mediar el matrimonio como nexo. Un sacrilegio para las creencias de 1941. "En el expediente que esta Comisión sigue a la maestra nacional de ese pueblo, doña Ángeles Arenas Esturillo, se dice que estaba amancebada con un señor de ese pueblo que se encuentra o se encontraba preso", se lee en el informe, donde asimismo se recogen las opiniones favorables, a la postre inútiles, de otras autoridades como el párroco.
Esa relación resultó más determinante incluso que su afiliación a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, una organización sindical dentro de UGT, o que fuera una de las organizadores del mitin en el pueblo en febrero de 1936 del socialista Fernando de los Ríos, futuro ministro de Instrucción Pública. La maestra pisó, como la inmensa mayoría de sus contemporáneos, la ciénaga de la política. Sin embargo, no la depuraron por eso como a los profesores varones, sino por una inmoralidad. Le arrebataron la plaza y el salario, aunque se libró de la pena más dura: el paredón.
Ángeles fue enviada al pueblo vecino de Zújar, donde malamente logró salir adelante como una humilde empresaria de la costura. Paradójicamente, su expediente académico es sobresaliente en todas las ramas excepto una: la costura. Las vecinas que la conocieron, niñas en aquel entonces a las que también iluminó con las novelas de Dick Turpin, la recuerdan haciendo punto y leyendo al mismo tiempo: a la maestra podrían arrebatarle su pasión, pero no lograrían apagar su curiosidad ni sus ansias de seguir formándose.
"Si en vez de ganar los nacionales hubieran ganado los republicanos, ella habría llegado a ser ministra", lanza cariñosamente en el documental una señora que convivió con ella. Otra, añade: "Pienso que hubiera sido como La Pasionaria, era toda una mujer, brava, pero sensible y cariñosa”. Ángeles Arenas Esturillo murió a los 60 años entre máquinas de tejer, alejada de su verdadera vocación; y lo hizo sin dejar ningún testimonio escrito sobre la purga a la que la empujaron. La violencia convertida en silencio.