Un grupo de 38 mujeres emprendió una auténtica revolución durante la Guerra de Crimea, que enfrentó a la Rusia zarista con Reino Unido y Francia. Pero no se registró en el frente, como una acción bélica que cambiaría el curso de la primera contienda moderna según algunos historiadores, sino en la retaguardia, en los hospitales de campaña donde los soldados heridos agonizaban. En Scutari, hoy un barrio de Estambul, en noviembre de 1854, Florence Nightingale, la líder de aquella misión, sacudió los preceptos de atención sanitaria que imperaban en la época y sentó las bases de la enfermería moderna, profesión tan reivindicada en los tiempos actuales de pandemia.
La enfermera, sobreponiéndose a las miradas por encima del hombro que le dedicaban sus colegas médicos, todos varones, mejoró enormemente el ambiente de aquellos improvisados centros sanitarios, plagados de suciedad y con multitud de enfermedades campando a sus anchas. Nightingale dirigió una limpieza a fondo de las salas de atención, ordenó ventilarlas de forma habitual y que se mejorase la alimentación de los heridos, creó una lavandería para mudar a menudo la ropa de cama y acabó con las camas compartidas, separándolas también con cortinas.
Unas medidas de higiene que hoy parecen básicas, pero que a mediados del siglo XIX fueron un auténtico terremoto práctico. La prensa británica la encumbró a la condición de heroína, de "ángel cuidador" al dar cuenta de su revolucionario método; y la bautizaron como "la dama de la lámpara" al reproducirse en los periódicos un retrato suyo llevando un pequeño candelabro en la oscuridad de la noche para atender a los enfermos. Pero ella siempre quiso esquivar esa popularidad: "Para ser una digna sierva de Dios, la primera tentación que hay que vencer es el deseo de brillar en sociedad", decía.
Florence Nightingale, además de pionera médica, fue una joven privilegiada que rechazó una vida apacible y burguesa al lado de un solvente marido para ayudar a transformar la enfermería en una profesión respetable para las mujeres. Nacida en Florencia —ciudad que le daría nombre— el 12 de mayo de 1820, hace exactamente 200 años y fecha en la que se celebra el Día Internacional de la Enfermera, se crió ya en Inglaterra, gozando de la educación habitual de las familias de clase alta: su padre impartía clases de griego, latín, geografía y matemáticas, formando a sus hijas con los clásicos y las reflexiones de la sabiduría; pero también en labores de costura y bordado. Su finalidad última era convertirse en buenas esposas, que cumpliesen con el canon.
A medida que crecía e iba tomando conciencia, Florence se sintió frustrada por el reducido abanico de profesiones que estaban al alcance de las mujeres. Ella, con 24 años, descubrió que su vocación estaba relacionada con el cuidado de los enfermos y la atención sanitaria. Así se lo hizo saber a sus padres, que se negaron a avalar su marcha a Salisbury para formarse como enfermera: no era un cometido digno para una chica de su estatus social. Ella se mantuvo férrea, rechazó propuestas de matrimonio y logró finalmente formarse en Alemania. En 1853 fue nombrada superintendente en un hospital de mujeres en Harley Street, Londres, donde empezaría a implantar su sistema basado en la higiene y la preparación.
Modelos estadísticos
A finales del año siguiente empezaron a llegar las preocupantes noticias de cómo los soldados británicos heridos en el campo de batalla estaban hacinados en unos hospitales con pésimas condiciones de salubridad. Para tratar de buscar una solución, Sidney Herbert, el secretario de Guerra y conocido de Florence Nightingale, le encomendó la tarea de liderar un equipo de enfermeras que organizase y adecentase unos sanatorios en los que apenas había agua potable. Todas se empleaban en largas jornadas de trabajo curando heridas, cocinando, lavando, espantando ratas y cosiendo sábanas o camisas.
Durante sus labores en la contienda, la propia enfermera contraería una enfermedad de la que nunca llegaría a recuperarse del todo. A su regreso a Inglaterra, fundó en 1860 la Escuela Florence Nightingale de Enfermería y Obstetricia en el hospital de St Thomas, muy cercano al palacio de Westminster —convertido hoy en día en su propio museo, que exhibe algunas de sus famosas lámparas—. Desde allí, y basándose en su célebre tratado Notas sobre Enfermería: Qué es y qué no es, impulsó la reforma del mundo de la enfermería, formando a mujeres de la alta sociedad victoriana y derribando esos prejuicios sobre una profesión que antes de que apareciese ella solo estaba bien vista para el desempeño de las féminas de las esferas más bajas.
Pero además de las medidas de higiene y los cuidados de los heridos, la enfermera condujo un registro durante la Guerra de Crimea de las causas de enfermedad y muerte que golpeaban a los soldados, la eficiencia del personal médico o las dificultades en el suministro. Una Comisión Real que terminaría reformando los sistemas militares médicos y de abastecimiento se basó en los datos y análisis estadísticos proporcionados por ella. Es decir, como una epidemióloga, aplicó la información disponible en la empresa de salvar el mayor número posible de vidas.
Sus modelos estadísticos, como el diagrama de la rosa, que desarrolló para evaluar la mortalidad, y sus conceptos básicos sobre enfermería siguen siendo aplicables hoy en día. Por estas razones, se le considera la filósofa fundamental de la enfermería moderna. Florence Nightingale, que fallecería a los 90 años, fue la primera mujer en recibir la Orden del Mérito de Reino Unido.