Isabella de Luna fue una maleta, una mujer de bulla; una prostituta que marchaba con los Tercios españoles en sus campañas militares. Antes de asentarse en Roma y convertirse en una de las cortesanas de más éxito de la época, acompañó a las tropas del emperador Carlos V por Alemania y Flandes, e incluso presenció la Jornada de Túnez (1535), donde la Monarquía Hispánica y sus aliados arrebataron el control de la región al corsario otomano Barbarroja.
Lejos de ser la historia de Isabella de Luna una anomalía, un destacado número de mujeres recorrió los extensísimos territorios del Imperio español, desde Italia hasta el Nuevo Mundo, siguiendo a los Tercios. Fueron esposas que iban con los hijos, amantes y prostitutas que llevaron a cabo todo tipo de actividades: no solo las domésticas y las de ofrecer sus cuerpos a los combatientes, sino que a menudo colaboraron en obras de fortificación o en la recogida del pasto para los caballos.
Una presencia innegable que colisionaba con los discursos de represión de los manuales de la época. "¿Qué tiene que ver una muchacha con las armas, siendo así que tan solo el nombrarlas es motivo de vergüenza para ella misma?", se preguntaba el humanista Juan Luis Vives. Unos textos en los que, sin embargo, también se deslizaba que la presencia femenina estaba destinada a prevenir otro tipo de males como el rapto y la violación de mujeres honestas, la sodomía o las enfermedades de transmisión sexual.
Así lo relataba el militar y escritor Sancho de Londoño en 1594: "(..) por cuidar los inconvenientes, débese permitir que haya al menos ocho mujeres por cien soldados (...) por excusar mayores daños, en ninguna república es tan necesario permitirle, como entre los hombres libres y robustos, que en los pueblos ofenderían a los moradores, procurando sus mujeres, hijas y hermanas, y en campaña sería peligroso no tenerlas, pero deben ser comunes, y no menos del número dicho, porque se infectarían de ellos los soldados".
"Algunas de estas mujeres que acompañaban al Ejército eran las esposas de los soldados que seguían a sus maridos. Sin embargo, la mayor parte eran prostitutas a las que también se las conocía como maletas", escribe la investigadora Enriqueta Zafra en Soldados de los Tercios, el segundo título de la colección Cuadernos de Historia Milita de Desperta Ferro. "Como bien se puede entender por el nombre, eran, en su mayoría, prostitutas itinerantes que seguían al Ejército para ofrecer sus servicios".
En el artículo, además de defender que las mujeres fueron "una parte importante" del Ejército y los famosos Tercios españoles, la especialista en la cultura y la literatura de España en los siglos XVI y XVII desgrana los motivos de la expulsión de la población femenina del ámbito castrense: no cumplir con esa misión de mantener el orden sexual ni mantener a los hombres satisfechos. "Serán señaladas como las causantes de reyerta, muertes, robos y engaños (...) a las que se señale como propagadoras de la sífilis, la sodomía y los desórdenes de todo tipo", afirma Zafra.
Enfermedades y derrotas
Es lo que sucedió con Isabella de Luna, cuya vida se conoce a través de su propio testamento y dos novelas. El autor, Matteo Bandello, pretendía a través del relato de la vida de la mujer asentar las reglas de moralidad y comportamiento del resto de damas, así como evidenciar su ineficacia en relación con el control de los crímenes sexuales en un contexto de campaña militar al relatar otros episodios de violaciones de muchachos jóvenes, como los registrados durante el saco de Prato en 1512.
La presencia de mujeres en la caravana del Ejército español era tan incuestionable que hasta se pueden dar estadísticas: en los Tercios de Flandes y de Italia, por ejemplo, se contaban cinco por cada cien militares en 1550, seis en 1574 y ocho en 1559. Algunas de estas historias son heroicas, como la de Beatriz de Mendoza, que llegó a Flandes en tiempos de don Juan de Austria en una carroza desmontable desde Italia, y durante el sitio de Maastricht recorrió las trincheras repartiendo pan, queso, vino y cerveza a los soldados. Otras más trágicas, como la del famoso Alonso de Contreras, que ensartó con su espada a su mujer y a su amante.
También esboza Zafra que los cambios provocados por la Contrarreforma afectaron al Ejército, y en concreto al protagonismo de las mujeres, que pasaron a ser "el chivo expiatorio" de la Iglesia. Así se demuestra, por ejemplo, en la obra Discorsi di guerra (1550), de Ascanio Centorio, quien culpa a las féminas, en concreto a la "infindad de putas", de la vulnerabilidad de las tropas cristianas frente a moros y turcos, donde la presencia femenina es impensable.
"El Ejército, en particular la gran maquinaria que supusieron los Tercios, se convirtió en un ensayo experimental para poner a prueba herramientas de control", concluye la experta haciendo hincapié en esa transformación y regularización de la conducta sexual del soldado que se registró a partir del siglo XVII. Ya no solo fueron culpadas de la propagación de las enfermedades, sino que también se les concedió protagonismo en cuanto a la responsabilidad de las derrotas militares.
El resto de artículos que reúne el volumen Soldados de los Tercios, elaborados por los grandes especialistas en la materia, ofrece un interesante lienzo del día a día de los piqueros y arcabuceros que mantuvieron el dominio de la Monarquía Hispánica. Cuestiones mucho menos tratadas que las grandes batallas en las que participaron, pero que ofrecen un acercamiento más humano a la historia de los integrantes de estas unidades, como su alistamiento, sus momentos de ocio, los motines, el papel de la religión, los ascensos o el retiro.