"¿Para qué empezar si hay que detenerse?", escribía Simone de Beauvoir en su primer ensayo filosófico, Pirro y Cineas, publicado en 1944. La autora había contemplado, junto a millones de ciudadanos que deambulaban por el mundo, cómo la Segunda Guerra Mundial había frenado el progreso de la civilización. Ante el avance del fascismo alemán en los primeros años de contienda, Beauvoir había entendido que derribar cualquier barrera que instara a detener el flujo de la sociedad no era una opción, sino una obligación.

No fue la única cuyo pensamiento confrontó las sombras de una Europa decadente. Cuatro filósofas decidieron combatir el totalitarismo desde la acción real y desde la filosofía. Su intención, desde la heterogeneidad que les caracterizaba, era erradicar la semilla de un mal que ya había germinado en las mentes de miles de personas.

Ellas eran Simone Weil, Ayn Rand, Hannah Arendt y la ya mencionada Simone de Beauvoir. Para ellas, "la filosofía no es una disciplina o una carrera. Es una forma de vivir", explica a este periódico el filósofo alemán Wolfram Eilenberger, quien acaba de publicar El fuego de la libertad. El refugio de la filosofía en tiempos sombríos: 1933-1943 (Taurus), un recorrido ensayístico a la vez que literario que narra la "resistencia" de estas cuatro mujeres contra las dictaduras de Adolf Hitler y Joseph Stalin.

Hannah Arendt.

El fuego de la libertad se ciñe a estas cuatro intelectuales que reflexionaron sobre la libertad del individuo frente al destino de la comunidad. Esclarecieron la mente de quienes habían sumido el mundo en las tinieblas. 

Hijas de su tiempo

Simone de Beauvoir fue testigo de la invasión de Francia en 1940. París había caído en las garras del nazismo y desde entonces solo hubo una cuestión que le angustió con insistencia: el modo de conseguir la libertad personal. Pronto comprendería que esa libertad personal no podía ser alcanzada sin un reconocimiento de la libertad de todos.

Por otra parte, Hannah Arendt se vio sorprendida de que su condición religiosa limitara su libertad. "Hannah Arendt no comprendió lo que significaba ser judía hasta que averiguó en 1933 que lo era. Y no solo lo era, sino que serlo significaba algo. Era menos que los demás", apunta Eilenberger.

Nacida en Hannover en 1906, sufrió el ascenso del nazismo y se vio obligada a emigrar a París, donde en 1937 perdió la ciudadanía alemana. Se transformó de la noche a la mañana en un paria. De Francia huyó a Nueva York, donde se instaló en un piso destartalado de la 95ª Avenida. Su propia experiencia le sirvió para publicar en 1951 Los orígenes del totalitarismo, obra en la que expone los peligros de estas dictaduras y la ausencia de libertad. A partir de 1943, consciente del exterminio sistemático de los judíos por parte de los nazis, enfocó parte de su filosofía en desentrañar las causas y el origen del terror, ya fuera con el nazismo o en el estalinismo.

Quien más se atrevió con el comunismo fue Ayn Rand. Su familia tuvo que abandonar Petrogrado porque la Revolución bolchevique le expropió la farmacia que regentaba. Huyeron a Crimea en tren y a pie, y aunque pudieron regresar a su ciudad natal algunos años después, Rand terminó por trasladarse primero a Chicago y después a Hollywood, donde trabajó como escritora y guionista. Quizá no podía luchar contra el totalitarismo con sus manos, pero sí con su mente. 

Simone Weil.

Cuestionó los pilares del misticismo, el altruismo y el colectivismo para sustituirlos por una filosofía basada en la razón, el egoísmo y el capitalismo. Su arma fue la literatura, donde impregnó su ideología de forma novelística. En 1943, cuando el Ejército Rojo comenzaba a reponer fuerzas y avanzar hacia el oeste, Rand publicó El manantial. Con este extenso libro defendía el egoísmo racional, la creatividad y la rebeldía. 

El énfasis de la historia recae sobre Howard Roark, un arquitecto joven individualista, inconforme, que está dispuesto a enfrentarse al establishment imperante en su campo; los arquitectos que prefieren la resignación a la integridad, que rechazan innovaciones y cuya ambición es rendirse al criterio de la masa. Según ella, el colectivismo se había "tragado a la mayor parte de Europa". En su libro tampoco faltan irónicos personajes que desarticulan la mentira de la comunidad, como es el caso de un poderoso editor de periódicos que sabe que su éxito depende del favor del público o un socialista que dice encarnar los deseos del pueblo y pretende dominar el mundo e imponerle una ética bondadosa.

En 1957 publicaría su otra gran obra, La Rebelión del Atlas, donde ponía el foco en un Estados Unidos cuya economía se encuentra en ruinas. La respuesta del gobierno para solventarlo es aumentar cada vez más las regulaciones, el control de cualquier actividad y el colectivismo. Otro gran manifiesto filosófico en toda regla.

Infravalorada

"Si la escritora y pensadora neoyorquina Ayn Rand hubiese querido imaginar mayor encarnación de todos aquellos valores que, según su convicción, habían sido los causantes de los desastres de la Primera Guerra Mundial, no habría encontrado una candidata más idónea que la auténtica Simone Weil que vivió en Londres", considera Eilenberger.

Rand no encontraba nada políticamente más desastroso que esa disposición a sacrificar la vida en nombre de una nación. Moralmente, nada más fatal que la voluntad de ayudar a los demás ante todo y sobre todo. "Filosóficamente, nada más absurdo que la confianza ciega en Dios", agregaba. Simone Weil falleció en Ashford (Inglaterra) tras una vida dedicada a la lucha contra el fascismo y la solidaridad obrera, afectada por las penurias vividas en la Francia ocupada. 

De las cuatro que se presentan en El refugio de la filosofía en tiempos sombríos: 1933-1943 fue la más activa lejos de la pluma y el folio. En 1934, con temor a que su nivel intelectual y académico le alejara de lo tangible y material, solicitó un empleo en una fábrica de componentes metálicos de la compañía Alsthom. Quería comprobar "por qué el día a día de un hombre que troquela formas metálicas durante diez horas con un solo movimiento manual por un mínimo salario que apenas asegura su sustento sería de alguna manera más real que el de una profesora de filosofía en una provincia francesa o la de una exiliada rusa en la industria del cine en Nueva York". Se convirtió en una obrera más. Según el escritor, ni Marx, ni Engels, ni Lenin, ni Trotski ni Stalin habían conocido en realidad la vida dentro de una fábrica. "Y eso se notaba claramente, según la crítica de Weil, en sus respectivos análisis y métodos".

Portada de 'El fuego de la libertad' (Taurus).

En la Guerra Civil española, Weil combatió con los anarquistas hasta que tuvo que abandonar el campo de batalla por un accidente. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la joven de 30 años optó, una vez más, por no mantenerse al margen. A finales de octubre de 1942 se embarcó en Nueva York, adonde había acompañado a sus padres en su huida al exilio, en un carguero que se dirigía a Liverpool para unirse en Inglaterra a las fuerzas de la Francia Libre al mando del general Charles de Gaulle.

"Weil era una persona de la máxima integridad y, sobre todo, con un intelecto único; licenciada en filosofía por la elitista École Normale Supérieure de París, hablaba con fluidez varios idiomas, estaba dotada para las matemáticas, tenía muchos años de experiencia en el periodismo y había realizado trabajos sindicales", recalca el autor sobre la joven francesa. Sabía, al igual que De Gaulle, que había que aprovechar esas cualidades.

Si bien es la más desconocida de las cuatro, Albert Camus escribió que Weil era "el único gran espíritu de nuestro tiempo". Wolfram Eilenberger, quien también hace especial hincapié en ella, le otorga su particular homenaje: "No creo en la reencarnación, pero si lo hiciera diría que Greta Thunberg es la reencarnación de Simone Weil".

Cuatro mujeres trataron de prender la llama de la libertad desde la filosofía y la política; desde el activismo a la predicación con el ejemplo. Fueron hijas de una crisis humana, y gracias a ello supieron crear su propia obra. "La presión es buena para la filosofía. Cuando alguien sufre algún tipo de presión, evoluciona y construyen nuevas ideas", concluye el escritor.

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