Georgia O'Keeffe contaba en sus últimos años de vida que cuando estudiaba arte sus compañeros varones le decían que "no necesitaba esforzarse porque como mucho llegaría a ser profesora en una escuela". Probablemente recordaba esas palabras con la satisfacción de alguien que ha tenido éxito siguiendo sus propias normas y es considerada una pionera del arte abstracto en EEUU. Es tal su notoriedad, que en 2014 uno de sus cuadros fue vendido con el precio más alto logrado por una pintura hecha por una mujer.
Su obra pasa por la figuración y la abstracción y pone siempre el foco en el paisaje y la naturaleza. Es un referente como artista y como mujer, por mostrarse siempre libre y sin complejos ante el mundo. Ahora el Museo Thyssen-Bornemisza presenta la primera retrospectiva en España de Georgia O’Keeffe en una exposición con 90 obras.
Considerada "la gran pintora moderna norteamericana", hubo dos cosas que O'Keeffe (1887-1986) nunca dejó de hacer durante su larga vida: pintar y viajar. Desde pequeña supo que quería ser pintora y vio en el arte la mejor forma para expresarse, dejando de lado la enseñanza formal que había recibido en la escuela donde se aprendía a reconstruir o copiar lo que estaba en naturaleza.
"Un día me encontré diciéndome a mí misma: no puedo vivir donde quiero, no puedo ir a donde quiero, no puedo hacer lo que quiero. Por eso decidí que sería estúpido no pintar al menos lo que quiero, y decir lo que quiero decir en pintura, que únicamente me concierne a mí y es exclusivamente mío", dijo la artista en una ocasión.
No pudo pagarse la educación superior, por lo que en 1908 se puso a trabajar y durante varios años ejerció como profesora en distintos lugares de EEUU como Virginia, Texas o Carolina del Sur. En los años 10 del siglo pasado ya comenzó a ganarse el prestigio por parte de los críticos y el público.
Sus pinturas sorprenden por su originalidad y modernidad. "Se separa de lo que le han enseñado sus maestros y comienza a mostrar lo que siente, desde un pensamiento a un dolor de cabeza, con cuadros en los que en un primer momento renuncia al color", explica Marta Ruiz del Árbol, comisaria de la muestra exhibida en el Museo Thyssen.
Nueva York y las flores
En 1918 se trasladó a Nueva York a petición del fotógrafo y comerciante de arte Alfred Stieglitz, con quien se terminó casando. Gran parte de su vida la pasó en la Gran Manzana y destaca que sus pinturas reflejan principalmente la noche en la ciudad. La forma de trabajar de O'Keeffe consistía en salir a pasear, observar y tomar apuntes del paisaje y pintar más tarde en su estudio, una rutina que no dejó en Nueva York.
Por eso los historiadores del arte destacan que ella continuase dando sus paseos en la gran ciudad, sola y de noche para evitar a los viandantes. Pese a la peligrosidad que había en ese momento, más para una mujer, "en sus cuadros no se refleja ni un rastro de miedo". Y es que O'Keeffe siempre fue individualista y no temía a viajar sola donde fuese para continuar descubriendo paisajes que luego plasmaría en los lienzos.
Como artista, no tenía miedo a experimentar diferentes estilos pictóricos y se guiaba por su instinto, muchas veces desoyendo las recomendaciones de Stieglitz "que a veces quería controlar su proceso". En uno de esos cambios de rumbo artístico llegaron algunos de sus cuadros más famosos.
En los años 20 abandonó la mirada panorámica para centrarse en los pequeños detalles del paisaje: frutos, conchas, hojas... Pero sobre todo: flores. Sus cuadros de flores son de lo más conocido de su obra y es justamente Flor blanca número 1, el que batió récords al convertirse en el más caro pintado por una mujer. En 2014 este cuadro de 1932 y que durante un tiempo decoró el comedor privado de George W. Bush en la Casa Blanca, fue vendido por la friolera de 44,4 millones de dólares (31 millones de euros), triplicando el precio estimado en un principio.
Además, las flores de O'Keeffe siempre han causado atracción a los espectadores ya que muchos piensan que tienen un fuerte simbolismo sexual. Aunque ella siempre negó que representasen vaginas, llegaron a hacerse lecturas psicoanalíticas de los lienzos e incluso el Tate Modern Museum realizó en 2016 una retrospectiva llamada "Quiero que las miren, lo quieran o no. ¡Deténganse a mirar!", que ahondaba en el mensaje 'oculto' de las plantas.
Amor por Nuevo México
Entre la multitud de viajes que realizó O'Keeffe durante sus casi cien años de vida sobresale Nuevo México, un lugar del que se enamoró desde su primera visita en 1929. Durante años estuvo viajando entre Nueva York y Nuevo México porque se sentía atraída por la cultura y los paisajes de ese lugar al sur de EEUU.
Siempre tuvo la necesidad de explorar nuevos lugares y en Nuevo México se dio cuenta de que para acceder a muchos lugares y no depender de nadie necesitaba sacarse el carnet de conducir. Lo hizo, se compró un coche y lo convirtió en una especie de 'taller con ruedas' para adentrarse en tierras desconocidas.
O'Keffe encontró en Nuevo México su hogar. Pese a que viajó a otros lugares como Perú, Francia o Japón, no tuvieron tanto impacto en su obra. No obstante, cabe destacar su interés por España debido a los vestigios culturales que dejaron los colonos durante los siglos que fue territorio español. Visitó nuestro país en dos ocasiones (1953 y 1954) y entre sus restos materiales hay libros sobre cultura española.
Casi un centenar de sus obras, incluida Flor blanca nº 1, junto con materiales de su taller se podrán visitar en el Museo Thyssen del 20 de abril al 8 de julio.