El trágico final de Isabel, la hija olvidada de los Reyes Católicos: destinada a unir España y Portugal
Una magnífica biografía rescata la figura de Isabel de Castilla y Aragón, Princesa de Asturias y reina lusa, fallecida a los 27 años tras un parto.
10 junio, 2021 00:36Noticias relacionadas
La boda entre la infanta Isabel de Castilla y Aragón, primogénita de los Reyes Católicos, y el monarca portugués Manuel I tuvo lugar en Valencia de Alcántara, Cáceres, el 30 de septiembre de 1497. Pero las celebraciones del histórico enlace quedaron ensombrecidas por una gran tragedia, acaecida solo cuatro días más tarde: la muerte del príncipe don Juan, hermano de la novia y heredero al trono castellano. Isabel, flamante soberana lusa, también se convertía de esta forma en Princesa de Asturias y en la figura que concitaba una ansiada unión ibérica entre ambos reinos.
Pero ese sueño volvería a esfumarse con una nueva concatenación de desgracias. El 23 de agosto de 1498, Isabel iunior —como así la calificaba el humanista Antonio de Nebrija para diferenciarla de su madre— murió en Zaragoza una hora después de dar a luz a su primer hijo, llamado Miguel de la Paz en referencia a las aspiraciones que se le atribuían para consolidar la concordia hispano-portuguesa. El fallecimiento se achacó a una embolia, aunque es probable que fuese en realidad una rotura uterina.
La mujer, de 27 años, fue enterrada ese día con las mismas ropas que llevaba en el momento del parto. La pérdida de un segundo vástago en tan corto plazo fue un golpe terrible para Isabel la Católica, que enfermó y quedó encamada. Como una suerte de profecía confirmada por la realidad, el poeta y cronista Garcia de Resende escribió estos versos: "Portugueses e castellanos / não os quer Deus juntos ver". Porque lo cierto es que el príncipe Manuel, aunque salió sano del alumbramiento, falleció en Granada el 20 de julio de 1500, antes de cumplir dos años, por su debilidad física. La unión ibérica tendría que esperar casi un siglo, hasta la aparición de Felipe II.
Ese fue el aciago final de la hija mayor de los Reyes Católicos y su descendencia, de una mujer que tuvo en sus manos —en su salud— escribir una historia bastante diferente del salto hispano a la Edad Moderna y sus relaciones internacionales. Su prematura muerte, por el contrario, la ha sumido en "un completo desconocimiento biográfico e histórico", según la investigadora Ruth Martínez Alcorlo, autora de la sobresaliente biografía Isabel de Castilla y Aragón. Princesa y reina de Portugal (1470-1498), publicada recientemente por la editorial Sílex.
Eclipsada por las potentes figuras de su madre y su hermana Juana la Loca, la infanta castellana ha quedado reducida a un segundo plano y encuadrada en arquetipos distorsionados, como los de antipática, anoréxica y fría. La obra de la filóloga de la Universidad de Alcalá, que reconstruye de forma rigurosa y amena el contexto fascinante de la época, la vida de la protagonista y del dramatis personae que la rodeó, hace al fin justicia a la relevancia histórica de una mujer muy religiosa que destacó además como mecenas de las artes y musa inspiradora de versos.
Primera boda
Una de las grandes virtudes del trabajo de Martínez Anido es el tratamiento de los conflictos sucesorios que se desataron en torno a la figura de Isabel. Si bien en Castilla no se ponía en duda la capacidad de las mujeres para gobernar, en Aragón la mentalidad de los poderes forales y regionales era totalmente diferente. Fernando el Católico, no obstante, hizo todo lo posible para que en 1498 las Cortes nombrasen a su hija heredera del reino, que se agarraron al embarazo de la princesa —solo consentían que una fémina transmitiese derechos— para entorpecer el reconocimiento. La muerte de la Princesa de Asturias acabó evitando el conflicto.
Ese título lo encarnó en dos ocasiones a lo largo de su vida. La primera fue desde 1476 hasta el nacimiento de su hermano Juan, el 30 de junio de 1478. Ahí Fernando también tuvo que presionar a su padre, Juan II de Aragón, para que hiciese todo lo posible para derogar la ley que le impedía convertirse en heredera legítima —lo fue "en defecto de varón"— de los territorios y bienes del reino.
Nacida en Dueñas en plena guerra de sucesión castellana entre los partidarios de Isabel la Católica y el bando de Juana la Beltraneja, la biografía de la infanta está plagada de episodios singulares: en 1475, con cinco años fue ofrecida por su padre como garantía y rehén de un desafío que lanzó al monarca luso Alfonso V a un combate singular en Toro; a mediados del año siguiente, cuando se encontraba en el alcázar de Segovia, fue sujeto de un intento de secuestro. "A partir de entonces, Isabel estaría al lado de su madre y la acompañaría allá donde fuese, eliminando las posibilidades de ser objeto de más revueltas o caer en manos que pudieran socavar su integridad", relata la investigadora.
Pero si hay un elemento que vertebra la vida de la primogénita de los Reyes Católicos es la tragedia. Su primer esposo, el infante Alfonso de Portugal, murió ocho meses después del enlace matrimonial en un accidente de caballo. La fastuosa boda había tenido lugar el 18 de abril de 1490 en Sevilla. Sus padres no escatimaron en gastos: solo la vajilla costó a las arcas del reino 3.277.227 maravedíes. Martínez Alcorlo incluye en su texto una carta remitida por el embajador Ruy de Sande a João II, entonces rey luso, que se revela en una crónica de la jornada en la que se detallan desde el estruendo de los presentes tras el 'sí quiero' hasta las danzas y actos escénicos que siguieron al banquete.
La muerte del marido conmocionó a la princesa, que se cortó el cabello como cualquier enamorada de los libros de caballería. "Loca de dolor ante el cadáver de su esposo, Isabel se negaba a abandonarlo", relata la investigadora en alusión a ciertos testimonios que acercan este caso a la leyenda romántica de su hermana Juana y el luto al cuerpo de Felipe el Hermoso. Los ayunos y vigilias que dictaminaba la fe cristiana desembocaron en una manifiesta delgadez de Isabel, que regresó a la corte de sus padres, con quienes viviría el desenlace triunfal de la campaña granadina.
La princesa viuda, un valioso activo de negociación para la Corona castellano-aragonesa, manifestó el deseo a sus padres de no volver a contraer matrimonio por el dolor que sentía. Los monarcas, al principio, respetaron esta decisión, pero la política terminaría arrastrando cualquier deferencia personal. Con la llegada de Manuel I al trono de Portugal, las buenas relaciones entre ambos reinos debían confirmarse. Este rechazó la propuesta de los Reyes Católicos de casarse con la infanta María, de 13 años, y reclamó a la exmujer de su primo, de 26 y en edad óptima para ofrecer un heredero. Isabel accedió, y desde entonces su vida comenzó a precipitarse.