Mary Anderson nació en la plantación Burton Hill en el Condado de Greene, Alabama, al comienzo de la Reconstrucción tras la guerra de secesión. Tras la muerte de su padre, en 1870, ella y su hermana Fannie continuaron viviendo en el rancho familiar junto a su madre. Años después, en 1889, se trasladaron a Birmingham, Alabama. Allí se convirtió en promotora inmobiliaria tras construir los apartamentos Fairmont. Ya entonces se podía apreciar la iniciativa de Anderson y su familia al proyectar un edificio con viviendas para alquilar, además de albergar la residencia familiar.
En 1898 se mudaron nuevamente, esta vez a Fresno. Allí compró un rancho que destinó a la ganadería y el negocio de los vinos. La aventura californiana duró sólo tres años. En 1902 tuvo que volver a Birmingham para cuidar a su tía, que vivía de un modo tan excéntrico que los demás lo atribuyeron a una demencia: se encerró en su habitación con 17 enormes troncos de árbol.
Cuando esta falleció descubrieron que el interior de los troncos estaba repleto de joyas y oro que garantizaría la estabilidad financiera de las Anderson. Con este tesoro financiarían un viaje con sus amigos que sería la génesis de su gran invento.
Anderson tenía treinta y siete años cuando visitó Nueva York. En su primer paseo en tranvía, se sorprendió a sí misma pensando en la incomodidad y la pérdida de tiempo que suponía que el conductor tuviera que parar continuamente y salir a limpiar el hielo, el agua y cualquier cosa que ensuciara el parabrisas. Al día siguiente y sin parar de darle vueltas a la idea, localizó un diagrama del dispositivo de barrido elemental y, cuando regresó a Alabama, comenzó a trabajar sobre la idea del limpiaparabrisas.
Utilizó una plancha de goma y la unió a un brazo metálico con una palanca para que se activara desde el interior del vehículo. Lo diseñó como un solo apoyo en la parte superior del cristal. Tras fabricar varios prototipos, se decidió a probarlo ella misma, pero no en un automóvil, sino en un tranvía.
Siguió experimentando durante casi dos años en distintos vehículos hasta que patentara el invento en 1905. Era tenaz y creativa. No iba a ser una de tantas que registraran su trabajo a nombre de los hombres de su familia, sino que reivindicó su derecho de autoría y en 1905, la patente del limpiaparabrisas en Estados Unidos tenía nombre de mujer.
Hubo momentos en los que, la crítica de quienes creen entender de todo, le hizo plantearse seguir adelante. Sobre todo en los instantes en los que personas próximas a ella acechaban con argumentos que podrían implicar que se sintiera culpable de posibles accidentes por distracción.
En 1905, la inventora realizó el único intento de llevar a cabo una explotación industrial del limpiaparabrisas, se lo propuso a una empresa canadiense que se negó al no encontrar un valor comercial al producto. Tras la negativa no volvió a intentarlo, por lo que jamás llegó a recibir un solo dólar por derechos de propiedad.
Anderson reivindicó su derecho de autoría y en 1905 se hizo con la patente del limpiaparabrisas
Henry Ford fue el hombre que creyó en la idea de esta mujer. Innovador, inteligente y arriesgado, probó el invento en el Ford T y, posteriormente, todos los vehículos Ford incorporarían el limpiaparabrisas. En 1916, todos los automóviles americanos estaban equipados con uno.
La historia de Anderso continua con nombre de mujer, ya que fue Charlotte Bridgwood, la presidenta de Bridgwood Manufacturing, quien desarrollaría aún más este invento, creando uno de los primeros brazos para limpiaparabrisas operados eléctricamente. Los patentó en Estados Unidos en 1917 y al igual que Anderson tampoco cobró nada, pues se instalaron en automóviles -Cadillacs incluidos- tras el vencimiento de la patente.