Entre las historias del viejo Hollywood, existe una en particular de la que muy bien se podrían hacer varias películas o una serie para deleite de los seriéfilos. Es la historia de Ida Lupino, que para efectos dramáticos situaríamos el inicio en 1950, cuando se convirtió en la segunda mujer aceptada en la Directors Guild of America (DGA).
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En aquel momento era la única fémina presente en el testosterónico gremio de más de mil miembros, por lo que el pistoletazo de salida de la asamblea del sindicato de directores de EEUU fue la frase: “Gentlemen and Miss Lupino” (Caballeros y señorita Lupino). Así sería durante mucho tiempo.
Para llegar al mismo corazón de la quinta esencia del dominio masculino en Hollywood, Ida Lupino (Londres, 1918) desarrolló y puso en práctica varias estrategias en el seno de la industria cinematográfica de los 50 y 60. Se hizo un lugar en ella, aprovechó para torpedearla, para contar historias que nadie se atrevía a tocar y desde una perspectiva diferente a la masculina. Se atrevió a tanto, que cambió muchas reglas del juego dentro de la industria cinematográfica.
Las directoras Clara y Julia Kuperberg acopian y relatan las hazañas de Ida Lupino en el documental Gentlemen and Miss Lupino (Caballeros y señorita Lupino). El título es precisamente aquella frase que distinguía a la actriz convertida en directora en las reuniones del sindicato-club-de-chicos en una época en la que las realizadoras habían sido desactivadas en el seno de Hollywood.
Las documentalistas Clara y Julia Kuperberg (París, 1975 y 1985), quienes a través de su productora Wichita Films, se han propuesto poner el foco en mujeres cineastas olvidadas por la historia (Et la Femme creá Hollywood -Y la mujer creará Hollywood-, 2016, es uno de sus más celebrados trabajos), conocían poco de la faceta de directora de quien se había dado a conocer como actriz de la Edad de Oro en Hollywood.
Tal como comentaron las directoras a un medio francés, “cuando miramos su obra y vida descubrimos a una mujer que había hecho un trabajo increíble, vanguardista y de gran modernidad”.
Mujeres desplazadas
En eso que llaman destino, Ida Lupino traía en su manual de instrucciones el convertirse en actriz. Por generaciones, tanto del lado paterno como del materno, su familia se había dedicado al teatro, la música y las artes en general.
Aunque en su biografía, Ida Lupino: Beyond the Camera (Ida Lupino: detrás de las cámaras, 2011), confiesa que le aterraba poner los pies en un escenario, tal como lo hacían su madre y su padre, sabía que estaba escrito que viviría con ese miedo pegado a los talones.
Con 10 años Ida ya había memorizado la mayoría de los roles femeninos de las obras de Shakespeare, y a los 15 cuando acompañó a su madre a una audición, el director desvió su mirada hacia la adolescente, la puso a recitar unas líneas para acto seguido ofrecerle un rol en la película.
En ese momento se inició la carrera en el cine de Ida Lupino, que la llevaría a Hollywood siendo una adolescente. El gran estudio contratista quería convertirla en “la Jean Harlow británica”, en una actriz de primera línea, envuelta en glamour y éxito. No contaban con el rechazo de Ida hacia el tal glamour ni con su muy particular percepción del “éxito”.
Cuesta creer que existió un tiempo en el que las mujeres movían los hilos de aquello que se conoce hoy como Hollywood. Cuenta la leyenda que en los años 20 y 30 era habitual que las féminas estuvieran detrás de las cámaras, ocupando con destreza y determinación diversos puestos en los florecientes estudios. Con el apogeo del cine como máximo entretenimiento, se fueron sentando las bases de un gran y pujante negocio.
“Cuando la industria se convirtió en una máquina de hacer dinero”, relata Ally Acker en Gentlemen & Miss Lupino, “las mujeres ya no fueron bienvenidas”. La autora de Reel Women Pioneers of Cinema (1993) pone en contexto el desplazamiento sistemático de las féminas en la meca del cine hasta arrinconarlas en pocas posiciones, ni hablar de dirigir. De hecho, después del último filme realizado por Dorothy Arzner en 1943 (tras una veintena de títulos) no hay registro de ninguna mujer en el rol de directora hasta que en 1949 Ida Lupino lo asumiera en Not Wanted (Madres solteras), aunque oficialmente no figure como tal.
La razón, también merece la pena contarla: tras escasas horas del rodaje de Not Wanted, el director Elmer Clifton sufrió un infarto, por lo que Ida tomó las riendas de la película. Lupino poseía el conocimiento mas no la experiencia, pero era la coguionista y productora. Se trataba de un proyecto de Emerald Productions, la compañía que Ida había fundado en 1948 con su esposo Collier Young, y que luego pasó a llamarse The Filmakers.
Ida sabía lo exactamente lo que hacía, en aquel momento, y pese a su deseo de ser algo más que una actriz del Star System, prefirió mantenerse bajo perfil y no aparecer en los créditos como directora.
“En la capital del cine en las décadas de 1940 y 1950 existía un sistema absolutista y férreo que me parece tenía como objetivo principal excluir a las mujeres”, describe Lupino el Zeitgeist en su biografía. Cuenta que según la imperante superioridad masculina no era concebible que las mujeres dirigiesen musicales, fueran operadoras de cámara, diseñadoras de producción, ni que fuesen compositoras, asistentes de dirección, directoras o productoras.
En medio de la evidente intolerancia hacia las féminas en puestos de cierta envergadura, el único trabajo para el cual se aupaba a algunas era la actuación. Sin embargo, reflexiona Lupino, “a veces llegué a sospechar que hasta se tomaron a mal tal intrusión”. La imagen de la mujer era como el de una muñeca recortable, en la pantalla se le mostraba y retrataba según los parámetros de la época y, para colmo, a través de la mirada masculina.
Tal como se recoge en el documental de las hermanas Kuperberg, Ida se había propuesto escapar del destino de la gran estrella de la edad dorada de Hollywood y de esos roles. Hasta bien entrada la década de los 40, ya había asumido personajes diversos que ella se encargó de que parecieran la excepción,tal como en La pasión ciega (1940), El Lobo de mar (1941), High Sierra (1941), El misterio de Fiske Manor (1941), The Hard Way (1943), The Man I Love (1947) o Lust for Gold (1949).
Lupino se negó a encasillarse en cierto tipo de mujer, pero sobre todo se propuso no ser un “producto perecedero”, tal como definió las carreras de las actrices de su tiempo. Primero contratada por Paramount, luego por Warner Brothers, rechazó varios papeles, por lo que fue suspendida en diversas oportunidades y durante muchos meses.
No perdió el tiempo y se dedicó a profundizar en algunos aspectos de la dirección y producción cinematográficas, metiéndose horas en las salas de ediciones, entrenándose con experimentados camarógrafos o visitando sets de rodaje. Cuando el estudio Warner le ofreció una renovación de su contrato, rechazó la jugosa oferta para implicarse de lleno en la producción independiente, aunque siempre procuró volver a la actuación, cosa que haría prácticamente hasta el final de sus días.
The Filmakers, con Lupino como vicepresidenta, produjo 10 largometrajes entre 1949 y 1955, y ella coescribió cinco y dirigió seis filmes. En su labor de directora y productora independiente, también destacó por su gran habilidad en mantener a raya los presupuestos y en el reciclaje de sets de rodaje. Esta es una destreza de la que no muchos directores pueden dar constancia.
En la época de postguerra, con todos los tabúes sociales, además del dominio y restricciones del código Hays en las producciones cinematográficas, “las películas que hizo con su productora son historias que Hollywood no hubiera tocado”, toma la palabra en Gentlemen and Miss Lupino, Julie Grossman, coautora de Ida Lupino, Director: Her Art and Resilience in Times of Transition (Ida Lupino, directora: su arte y resiliciencia en tiempos de transición, 2017), “se trataba de filmes que abordaron problemas y temas sociales, como la violación, las madres solteras o la inesperada aparición de una enfermedad traumática”, resume Grossman.
Lupino contra la corriente
“Nunca conocí a Ida Lupino, pero siempre quise hacerlo. Sus complejas y viscerales interpretaciones son bien recordadas, pero sus considerables logros como cineasta han sido olvidados en gran medida. Ella fue una verdadera pionera”.
La palabra escrita de Martin Scorsese en diciembre de 1995 en The New York Times, Ida Lupino: Behind the camera, a Feminist (Ida Lupino: Detrás de la cámara, una feminista) da cuenta de su influencia en realizadores de generaciones posteriores y de gran envergadura.
Scorsese ve en el trabajo de Ida una muestra de resiliencia, con una notable empatía hacia los seres frágiles y desolados. “Es esencial”, concluía el afamado realizador el obituario para la cineasta que había fallecido en agosto de aquel año.
Ida Lupino, con su interés en historias reales de las que no estaba bien visto llevarlas al cine de los 50, supo ingeniárselas para burlar la censura. Recurriendo a un refinado lenguaje cinematográfico abordó temáticas peliagudas desde una perspectiva diferente a la masculina, penetrando en la sicología de los personajes femeninos, proporcionándoles más profundidad.
En Never Fear (1950) contó sobre una joven bailarina afectada repentinamente por el polio, enfermedad que la paraliza; Lupino había superado el polio en su adolescencia, por lo que esta historia le salió de las entrañas. En Outrage (Ultraje, 1950) se centra en la víctima de una violación (identificada como “agresión criminal” para evitar la censura), dejando claro el horror del ultraje sin mostrar el crimen.
Mientras que Hard, Fast and Beautiful (Dura, rápida y guapa, 1951) cuenta de una deportista en conflicto con sus deseos frente a las limitaciones impuestas por la sociedad. En esencia se trataba de conflictos que la misma Ida había estado viviendo y confrontando durante su vida profesional y personal.
Luego vendría El bígamo (1953), con la que sentaría un precedente, y no solamente al volver a centrarse en un tema silenciado como es la bigamia. Ida se convirtió en la primera mujer en asumir la dirección y rol protagónico al unísono.
Por si fuera poco, con El autoestopista (1953) también hizo historia al ser la primera mujer en dirigir un film noir, eso sí, carente de la consabida femme fatal, pero centrado en dos hombres. Según se expone en Gentlemen and Miss Lupino, la directora y guionista se atrevió a explorar roles masculinos también desde una perspectiva femenina, y aunque los entrevistados en el citado documental concuerdan en que ella misma no se definía como feminista, sus películas denotan y apuntan a lo contrario.
Para el historiador cinematográfico Tony Maietta, con su trabajo “Lupino estaba diciendo: “¡Vamos contra la corriente!”, en un momento en el que imperaban la conformidad y estructuras fijas de pensamiento. Romper con esas ataduras y atreverse a mucho, “es uno de los grandes regalos de Ida a las mujeres cinéfilas de la época”, afirma Maietta.
Hacia el final del documental de Clara y Julia Kuperberg una voz en voz reproduce las palabras de Ida Lupino extraídas de su biografía: “Donde hay valentía, hay drama. Cuando la gente lucha por la vida y el amor diariamente, encuentras la verdadera esencia del heroísmo. Eso fue lo que intenté captar en cada película que dirigí”.
Cuando The Filmakers dejó de producir por problemas de distribución, de ninguna manera estuvo dispuesta a ceder el terreno conquistado, y menos después de haber logrado su independencia radical. Ida encontró en la televisión otro medio para seguir en activo como realizadora, y allí también hizo historia.
Dirigió más de 100 episodios de series, muchas de las mismas luego fueron consideradas de culto. Lupino echó mano a diferentes géneros, entre western, comedia, acción y drama, aportando su muy particular visión y contribuyendo considerablemente a moldear la televisión de los 60 y 70.
Además de haber sido la única mujer que dirigió y actuó en La dimensión desconocida, también dejó su impronta en Boris Karloff presenta, Los Intocables, Hong Kong, El virginiano, El pistolero de San Francisco, Alfred Hitchcock Presenta, Embrujada, La isla de Gilligan...
Ida Lupino “hizo cosas que ninguna otra mujer estaba haciendo en aquel momento, por lo que preparó el camino para muchas artistas audiovisuales contemporáneas que han mostrado su fuerza en su trabajo”, Julie Grossman resume.
Llámame madre
Pero, ¿cómo hizo Ida Lupino para sobreponerse a la reticencia masculina en Hollywood? ¿Cómo se puede explicar que además haya logrado emprender una prolongada, prolífica y exitosa carrera como directora de televisión?
Tony Maietta explica en Gentlemen and Miss Lupino la brillante estrategia de la directora. Ida era consciente de la necesidad de ganarse el respeto de los hombres que la rodeaban, tanto en el equipo técnico como en el artístico, por lo que se propuso ser percibida como una figura materna. “¿Acaso alguno de esos hombres sería capaz a enfrentarse a una madre, hacerle pasar malos ratos? ¡De ninguna manera!”, Maietta es categórico.
“Fue una manera genial de poner a todos esos hombres de su lado y así lograr que hicieran lo que ella necesitaba para sacar adelante su trabajo”, analiza el historiador cinematográfico.
Ida consiguió que le llamaran “madre”. De hecho en su silla no figuraba “directora” sino la frase: “Mother of us all” (la madre de todos).
En su biografía Lupino detalla más su táctica, partiendo de la premisa de que “los hombres odian a las mujeres mandonas”, afirmaba, “por lo que a un hombre no le indicas hacer algo, más bien se lo sugieres”.
Por muy básico y descabellado que parezca, para Lupino fue la manera para conseguir más cooperación en su entorno. Teniendo muy presente que con un solo gesto o un tono de voz más elevado de la cuenta corría el peligro de ser calificada como una mujer difícil, procuró que los nervios no la traicionaran.
“Una mujer no puede permitirse el lujo de estallar, porque eso es lo que están esperando”, escribió quien siempre deseó ver más mujeres trabajando como directoras y productoras, “mientras mantengas la calma, tu equipo siempre te acompañará”.
Aunque Madre de todos, como muchas de las grandes figuras de su generación, murió en soledad y sin el reconocimiento merecido, según Ally Hacker “aún lleva la corona de la directora más prolífica en el mundo”.