Así eran y vivían las primeras feministas del siglo XII, conocidas como las beguinas
Laicas y mujeres, eligieron vivir juntas pero en libertad, por encima de todo y lejos de la influencia de la iglesia católica, a la que rechazaban, ya que no reconocía sus derechos.
8 diciembre, 2022 01:53Entre los siglos XI y XIV el occidente medieval vivió toda una serie de transformaciones de carácter sociocultural, económico y espiritual, convirtiéndose en un momento de la historia apasionante.
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Dentro del ámbito de la espiritualidad, estas transformaciones tuvieron como protagonistas a laicos y laicas de todos los estratos sociales que protagonizaron una auténtica rebelión contra el poder establecido, y por tanto, contra la Iglesia. Alejados de los ideales evangélicos y excluidos precisamente por su condición laica, de la vida religiosa, vivieron reducidos a un universo puramente material.
Esta aptitud comportó una ruptura con el orden establecido por la Iglesia; una ruptura que para las mujeres fue doble: por un lado, por su condición de laicas y por otro, por su condición de ser mujeres.
Desde el punto de vista teológico, pero también desde el médico y el científico, eran consideradas fisiológica y espiritualmente débiles, defectivas en cuerpo y fortaleza moral e incapaces, salvo muy pocas excepciones, de elevarse a la consideración de la realidad espiritual.
A pesar de estas opiniones, estas mujeres crearon una corriente de espiritualidad desde ellas y para ellas, con una total autonomía respecto a los hombres. Una corriente de espiritualidad que ellas dotaron de tanta fuerza y potencia que influyeron, no solo en la mística de su tiempo, sino en la de siglos posteriores: eran las llamadas beguinas.
Las primeras feministas
Las beguinas son consideradas el primer grupo feminista de la historia. Su historia se remonta al siglo XII, situándolas en Flandes y los Países Bajos, cuando un grupo de mujeres cristianas decidieron agruparse para vivir juntas y ayudar a los más necesitados.
Después se extendieron con rapidez hacia el norte y el sur de Europa. Al margen de las estructuras de la iglesia católica, a la que rechazaban, ya que no reconocía el derecho de las mujeres. Estas mujeres vivían al margen de las órdenes de los hombres que entonces eran los que mandaban en todo lo relacionado con la política y la religión.
Las beguinas tenían una vida espiritual, pero no pueden considerarse monjas. Vivían en una comunidad de mujeres fieles a sí mismas y alejadas de cualquier represión. Su deseo era llevar una vida de espiritualidad intensa, pero no de forma claustral, sino plenamente integradas en las entonces emergentes ciudades.
¿De qué vivían las beguinas?
Dedicaron su vida a rezar y a trabajar por y para los demás, pero no dentro de conventos ni monasterios, sino en casas proporcionadas normalmente por la nobleza, e incluso en algún caso por la propia iglesia sobre todo al principio, ya que repercutían en el bien de la comunidad cuidando incluso de leprosos y de los más desfavorecidos.
Llevaban una vida ordenada y dedicada a la oración y a los trabajos textiles que les permitían mantenerse, ya que no disponían de ningún apoyo económico de la comunidad.
Un tema curioso, es que la mayoría de ellas practicaban algún arte, especialmente la música, pero también literatura y pintura, lo que puede denotar que fueran mujeres formadas y que pertenecieran a clases medias o altas.
Cómo estaban organizadas
Según los expertos y los textos que han llegado hasta nuestros días, cada comunidad o beguinaje contaba con su propia organización y contaba con una supervisora conocida como la ‘Grande Dame’ que era elegida de forma democrática entre todas las mujeres que formaban la comunidad.
En el caso de las beguinas, a pesar de enmarcarse en un ambiente social más cerca de la nobleza que del pueblo, eligieron utilizar unos ropajes humildes. Les caracterizaba una especie de capucha y un sayo de color beige.
Las mujeres que formaban parte de este modo de vida no tenían que pronunciar votos como hacen las monjas, ni debían comprometerse de por vida, sino que tenían que aceptar -durante el tiempo que estuvieran- vivir bajo la promesa de pobreza y castidad. Eso sí, cualquier beguina que quisiese podía abandonar el grupo de forma inmediata y seguir con su vida.
Origen de las beguinas
El primer beguinaje se remonta a 1180 en Lieja (Bélgica) cerca de la parroquia de San Cristobal donde adoptaron el nombre del padre Lambert Le Bège. Si bien, hay versiones que aseguran que beguina proviene del alemán antiguo y significa rezadora o pedidora. De ahí se extendió hacia el este, hacia Alemania y centro de Europa pero llegó a Austria, Italia, Francia, España y Polonia.
Elena Botinas Montero y Julia Cabaleiro Manzanedo son las autoras de Las beguinas: libertad en relación (Publicaciones de La Abadía de Montserrat, 2002) aseguran que “la necesidad de un espacio femenino específico creado y definido por las mujeres fue expresada literariamente por Cristina de Pizán a principios del siglo XV en El libro de la Ciudad Damas en el cual ella imaginaba la construcción de una ciudad, sólida e inexpugnable habitada sólo por mujeres. Pero pocos siglos antes las mujeres llamadas beguinas habían materializado ya la existencia de un espacio similar al imaginado por Cristina”.
Un espacio propio
Reclusión, beguinato o beaterio son algunos de los nombres con el que se designa a este espacio en el que habitan las beguinas o reclusas (con ambos nombres son conocidas estas mujeres en Cataluña) y que pueden adoptar formas y dimensiones diversas, ya que puede tratarse de una celda, de una casa o un conjunto de casas como los grandes beguinatos flamencos, declarados Patrimonio de la Humanidad en el año 1998 por la Unesco.
En algunos casos sus instalaciones han adquirido nuevos propósitos, como en el beguinaje de Lovaina, completamente restaurado, y que ahora pertenece a la Universidad de Lovaina, que lo utiliza como campus.
Un espacio que no era doméstico, ni claustral, ni heterosexual. Un espacio de transgresión a los límites impuestos a las mujeres, no mediatizado por ningún tipo de dependencia ni subordinación, en el que actuaban como agentes generadores de unas formas nuevas y propias de relación y de una autoridad femenina. Y que además se convirtieron en modelo de referencia para otras mujeres.
Durante un tiempo, la iglesia las ignoró y les permitió libertad para realizar sus tareas, por lo que gozaron de dos siglos de expansión rápida, pero su falta de sumisión a las altas esferas eclesiásticas provocó su persecución por parte de la iglesia, y algunas fueron quemadas vivas y otras condenadas a herejía.
Durante el siglo XIV la inquisición condenó a las beguinas y emitieron varias bulas para someterlas a la disciplina papal, hasta que el 7 de Octubre una bula del papa Nicolás V fomentó el ingreso de las beguinas en la orden Carmelita. Se presionaba a las beguinas para pertenecer a las ordenes religiosas e ingresar en una comunidad de monjas o disolverse.
Beguinas ilustres
Los expertos consideran beguinas ilustres a poetas como Beatriz de Nazaret, Matilde de Madgeburgo y Margarita Porete, precursoras de la poesía mística del siglo XVI, además de las primeras en utilizar las lenguas vulgares para sus versos, en lugar del latín.
Uno de los casos más conocidos en nuestro país es el de Margarita Porete, la autora de El espejo de las almas simples, acusada de engatusar a sus confesores y por tanto, de ser una bruja.
Pero sin duda, la beguina mística más famosa es Hadewych de Amberes (situada en el 1200- 1240), autora de varias obras en poesía y en prosa.
Y Marcella Patty, fallecida el 14 de abril de 2013 a los 92 años, mientras dormía en su casa de Sint-Jozef, que cierra el capítulo de la existencia de las beguinas. Ella fue la última representante de una de las experiencias de vida femeninas más libres en un tiempo en el que no era nada fácil.