La estación de Atocha estos días recuerda a la Gran Vía de Amenábar desierta en 'Abre los ojos'. Hay más guardas de seguridad que viajeros. Y los que se cruzan entre escaleras mecánicas y pasillos llevan todos sus mascarillas y un rostro serio. De pandemia todavía.
Teresa Rey (57 años) nos espera en su despacho. Es la jefa de Maquinistas del Mercado Sur de Renfe. "Podría teletrabajar desde casa, pero vengo por mis plantas", y señala varias macetas verdísimas, vivas, como ella. Aunque se podría pensar que, en realidad, Teresa Rey va todos los días a Atocha porque le encanta el chacachá del tren, un sonido que forma parte de una vida entera entre cabinas.
Esta leonesa de nacimiento entró de ayudante de maquinista en 1982, en la tercera generación de mujeres que empezaban a romper la idea que conducir, en general, y un tren en particular, era cosa de hombres. Y 38 años después ha llegado a jefa de maquinistas saltando de locomotora en locomotora: mercancías, alta velocidad, cercanías...
"Cuando yo entré, lo hicimos poco más de 20 en toda España, una minoría. Hoy seguimos siendo muy poquitas y eso que hubo una campaña dentro de la casa para hacerlo más atractivo, porque en realidad es un trabajo muy atractivo, lo digo sinceramente, es una profesión bellísima", asegura.
En más de cuatro décadas de presencia femenina en las cabinas, sólo el 5% de los maquinistas de Renfe hoy en día son mujeres. Y las trabajadoras suponen el 15% de la plantilla total de la compañía. Pero tanto la empresa como Teresa están seguras de que el porcentaje tiene que ir aumentando en lo próximos años.
"Yo entré por casualidad. Vivía en León y había empezado Derecho. Mi padre que era ferroviario, pero nada que ver con la labor de maquinista, me dijo que salían los exámenes y me presenté. Ni siquiera pensé en aprobarlos".
Lo de Teresa no era jugar con trenes desde pequeña, "a mí se me daban bien las muñecas y la bicicleta", pero llegó a Renfe buscando un medio de vida: "Soy una hija tardía, que tenía que encontrar un empleo porque mis padres, mayores, estaban a punto de jubilarse". Lo que no sabía en esa época de exámenes, psicotécnicos y escuela es que ese "despacho móvil" iba a convertirse para ella en una afición plena, en un lugar privilegiado para recorrer España.
Eso sí, ninguna estación de salida es sencilla y la de una mujer maquinista, menos. "Al principio, en 1982, era muy novedoso que hubiera mujeres. Había gente que pensaba cosas extrañas, que decía que veníamos a quitar el puesto de trabajo a un hombre, a fregar… pero luego nos fuimos consolidando demostrando con nuestro trabajo diario que éramos tan capaces como todos ellos".
Era tan raro que hubiera maquinistas chicas como que una mujer, a principios de los 80, volviera a su casa del trabajo de madrugada. "Mi primer destino fue Orense. Nos fuimos tres compañeras a vivir allí a una pensión y los dueños estaban muy mosqueados porque claro, año 1982, tres chicas solas que venían lo mismo a la una o las dos o las tres de la mañana. Un día nos preguntaron que en qué decíamos que trabajábamos… Debían pensar que nos dedicábamos a otros menesteres", bromea arqueando la ceja: "Le dijimos que éramos ayudantes de maquinistas, que trabajamos en Renfe, pero debían pensar que éramos de otro gremio".
Teresa es de esas mujeres que ha bregado en un mundo de hombres con su mera presencia, a veces silenciosa a veces más sonora, como lucha: "Yo nunca he sentido discriminación de ningún tipo porque he ido y he hecho mi trabajo siempre. He tenido muy buena relación con mis compañeros y lo que soy ahora se lo debo en parte a ellos".
Incluso durante la charla siempre emplea "el maquinista" para referirse a su trabajo y no la maquinista: "Esto de la 'a' y la 'o'… lo importante son los hechos. Las palabras me dan un poco igual, porque si no llamaríamos al hombre maquinisto. Lo que vale es la persona y no me importa que tenga 'o' o que tenga 'a', sino como trabaja y si tenemos el mismo salario".
Y eso que, como ella misma reconoce ni Renfe estaba lista en los años 80 para la llegada de mujeres maquinistas ni los compañeros o clientes de las líneas de larga distancia para que en los 90 fueran ellas las que llevaran los trenes.
"La compañía se fue adaptando pero al principio no estaba lista. En aquellos años teníamos que compartir baño en los lugares donde pernoctábamos y el resto de zonas comunes. Pero en seguida fue haciendo dormitorios ya con un aseo dentro para nosotras. Yo era la tercera promoción de chicas, las que lo tuvieron peor fueron las primeras aunque en realidad, a mí mientras estuviera limpio todo, me daba igual".
Alta Velocidad
Ya no eran los 80 sino más bien mediados de los 90 cuando seguíamos teniendo el patrón mental de que el maquinista de un tren tenía que ser un hombre. "Cuando me fui a grandes líneas, le daban a mi compañero ayudante, chico, toda la documentación del tren, que entonces era en papel. Era mi compañero el que se mosqueaba y me decía 'Teresa, diles que eres tú el maquinista'. Yo me reía y le contestaba que no tenía importancia porque yo sé quién soy, sé que soy el maquinista. Así que, ¡qué mas da!".
Teresa pasa por cada cuestión, técnica o personal, como una mujer segura de las órdenes que da y de las que tiene que cumplir para que los trenes funcionen sin ningún problema. "Sólo hay que conducir bien, sin frenazos ni acelerones", explica como quien estuviera hablando de una motocicleta.
Y es que cuando en España las mujeres casi no conducían coches, ella ya llevaba un tren, primero como ayudante y luego bajo su responsabilidad, con su ascenso a maquinista en Madrid. "Vivía entonces en Oviedo y pedí el ascenso y me dieron Madrid. Mi vida me cambió completamente y caí en Vicálvaro Clasificación para conducir locomotoras en maniobra. Un sitio duro porque había tres maniobras por turno. Se movía mucha mercancía con una diésel pequeñita maravillosa. Estuve casi 8 años y de ahí, a grandes líneas".
Esta nueva curva en su carrera fue un cambio clave en su vida personal y laboral. "Pasé de ir a 30 kilómetros por hora en una superficie de 6 kilómetros a recorrer toda España y a toda pastilla, en aquel entonces a 160 kilómetros por hora", aclara.
Además su marido también trabajaba en grandes líneas y la vida familiar se acabó trasladando a un cruce de vías entre Barcelona y Madrid o a mensajes por escrito que se iban dejando por la casa. "Él es maquinista también y los dos en grandes líneas. Él iba a Barcelona y yo venía y nos encontrábamos por el camino y nos decíamos adiós; nos dejábamos notas en la nevera. Así era nuestra vida. Por eso para conciliar, pensamos que uno se tenía que quedar en Cercanías y pasé yo, porque a él no le gustaba. Y estuve en Madrid en una época muy buena".
Otra etapa más en el currículum de una mujer polifacética en su trabajo, que lo mismo ha valido para correr que para parar y que ha hecho de todo en Renfe. "Ahora estoy en producción pero aún sigo habilitada para la mayoría de las máquinas, así que si se necesita que me vaya ahora mismo a Sevilla, pues arranco", asegura de forma muy convincente.
Sin peajes
Teresa aclara que no ha tenido que pagar ningún peaje por ser de las pocas mujeres que llegaron al tren y fueron ascendiendo de estación en estación. "Si acaso, me cambió el carácter. Se ha hecho más tosco por que era mujer en un mundo de hombres. Yo vine aquí toda happy, con buen carácter, y hoy en día tengo un carácter gruñón porque acabas aprendiendo a decir la palabra justa en el momento justo o algo justo. Un 'hasta aquí'", reconoce.
No recuerda ningún viaje complicado en sus décadas de maquinista pero sí algunos momentos difíciles que le fueron retando a lo largo de su carrera. Todos ellos, superados con nota. "Antes de venir a Madrid, estuve en Oviedo y fue duro porque subir y bajar el Puerto de Pajares en pleno invierno, con las primeras nevadas... En esos años, te quedabas tirado en cualquier sitio y encajado. Cuando bajabas a ver qué pasaba, la nieve te llegaba hasta la cintura".
Esta jefa de maquinistas recuerda la situación que vivían hace años los conductores de trenes y destaca cómo ha cambiado ahora con las nuevas tecnologías. "En larga distancia antes, te podías pasar en un Talgo Madrid-Barcelona 7 u 8 horas en la locomotora y prestar atención de manera constante durante tanto tiempo es muy complicado".
Tampoco ahora la nieve, el agua y el viento tienen el mismo efecto en los viajes ferroviarios. "Cuando llueve, el limpiaparabrisas es efectivo a una cierta velocidad porque muy deprisa las gotas se van volando. La nieve a los trenes AVE sí que les hace muchísimo daño porque mientras estás circulando con nieve y hace frío no hay problema pero cuando sales y sube la temperatura, todo lo que llevas agarrado abajo que se ha hecho bloque, son como proyectiles", reconoce metida en la cabina de un 102, esos trenes de Talgo que tienen la cabeza de pato.
De hecho, Teresa Rey advierte de que el cambio más importante en la forma de trabajar de los maquinistas vino, precisamente, con la llegada de la Alta Velocidad: "La tecnología del Ave ha marcado muchísimo porque poder circular a altas velocidad con la señalización en cabina es un cambio. Y ojalá se pudiera exportar a todas las locomotoras el conducir bajo el amparo de un sistema de supervisión como el ERTMS".
Subiendo y bajando de los trenes que están aparcados en Atocha, se le ilumina la cara a la hora de relatar las diferencias entre un 102 o un 103 o un 104 que se ve a lo lejos. "Hacía siglos que no me subía a uno. ¡Cómo han cambiado!", aclara mientras se agarra al pasamanos del 103 y se asoma por las escaleras. "Este modelo tiene el récord de velocidad en España pero el 102 [el del morro en forma de pato] es mucho más brioso a la hora de conducirlo, más alegre".
Enciende la máquina y explica para qué sirve cada palanca y botón y el protocolo que tienen que seguir los maquinistas antes de poder viajar como si fuera todo un acto reflejo, aprehendido más que aprendido: pruebas de freno, cumplir procedimientos... Una retahíla de cosas que va en contra de la creencia popular de que los AVE podrían circular solos.
"Qué van a ir solos. Y creo que nunca lo harán, salvo que haya un túnel de viento, como en estos experimentos que hace Tesla en EEUU, y serían trenes cápsulas que se meten como el dinero en los supermercados, con aspiración. Los hackers informáticos existen y siempre tiene que ir alguien vigilando con la capacidad de actuar de forma manual".
Al mismo nivel que los trenes le apasionan los coches de alta gama y es capaz de comparar las locomotoras con Ferraris o Maserattis. "A mí me encanta conducir. De hecho, en mi casa, con dos conductores de trenes, en las largas distancias conduzco yo el coche porque me encanta, y si es uno bueno, mejor".
Expertas en las diferencias técnicas de esta clase de vehículos, asegura que para ser maquinista no hace falta saber mucho de mecánica, sino entender el comportamiento global del tren. "Yo antes de entrar no sabía nada, pero Renfe se encarga de darte los conocimientos exactos que necesitas".
Distintos tipos de viajeros
Aunque parezca mentira, desde la cabina del tren no se ve mucho, la ventana frontal es alargada y la mayoría de los puestos relativamente pequeños. "Se ve lo suficiente, la vía y las señales, en lo que te tienes que fijar", advierte. Y, aunque no lo dice en ese momento, también los distintos tipos de viajeros que no son iguales en cada modalidad.
"La responsabilidad del maquinista es la misma siempre: conducir con seguridad. Porque en maniobras trabajas con gente que se sube y se baja, que está entre topes. En la alta velocidad vas muy rápido y Cercanías tiene una especificidad que te obliga a estar con mil ojos en cada estación por los viajeros", explica tras años abriendo y cerrando las puertas.
"La gente es muy tozuda y se cuela después de escuchar el pitido. Yo recuerdo que a un hombre le pillé las gafas cerrando puertas. Metió la cabeza y le pillé la nariz. Y me dijo de todo. El viajero en Cercanías, en hora punta, es terrible. Es como que intentas cerrar las puertas y nunca puedes".
En el caso de los viajeros de alta velocidad, ante una incidencia Teresa Rey lo tiene claro: dar siempre la información con la que se cuenta. "Los viajeros son maravillosos siempre que se les diga la verdad y se les informe. Yo tuve un día un conato de incendio que era sólo humo y tuvimos que hacer un trasbordo en un tren de Alta Velocidad en La Sagra, con un frío tremendo. Y actuaron genial".
No lleva la cuenta de la cantidad de personas que ha llevado de arriba para abajo en estos casi 40 años conduciendo trenes pero sí cuenta ya el tiempo que le resta para jubilarse: "En la empresa he estado haciendo gestión, conducción, formación… Ahora llevo una diaria de personal importante, comercial y maquinistas, y lo que me queda es irme después de trasmitir el conocimiento acumulado con la edad a una persona, porque la preparación y la educación las nuevas generaciones ya la tienen".
Su sueño es dar la vuelta al mundo pero despacito, que ya ha tenido suficientes velocidades, viviendo de verdad cada estación de su recorrido. "Fíjate tú qué puñeta que ahora van y me cierran todo". Seguro que llega a tiempo a ese tren porque su viaje en Renfe aún no ha terminado.