Es 9 de diciembre en Madrid, estamos a unas horas del estreno de la obra teatral La Infamia. La sala Max Aub, en las Naves del Matadero revela el montaje perfecto de Alessio Meloni y la iluminación de David Picazo. Marta Nieto camina en silencio, en un trance meditativo recorre la coreografía que habrá de seguir en unos minutos, apenas mueve los labios, parece una leona de andar sigiloso, intuyo que le pide permiso al escenario para adueñarse de él. Eso es lo que hace esta actriz de 39 años que ha dejado de lado la filmación de una serie para asumir el papel de una periodista mexicana torturada por órdenes de un gobernador que protege a redes de pornografía infantil.
Unas horas más tarde Marta es la periodista que viste una camisa roja y una chupa de piel negra, se entrega a la historia, parece que se ha despojado por completo de la dulzura de la joven actriz de la película Madre, ganadora de los premios Forqué y del Festival de Cine de Venecia como mejor actriz protagonista en 2020. El público apenas respira, desde su monólogo, durante setenta minutos, ha logrado que veamos a todos los personajes ausentes, desnuda sus miedos y fiereza desde la angustia desgarradora y la dignidad rabiosa. El público aplaude de pie, ella vuelve cuatro veces a recibir los aplausos, lleva de la mano a su compañera Alicia Aguirre, la camarógrafa que le acompaña durante todo el montaje de teatro documental con cine en vivo.
Ahora estamos en La Cantina de Matadero. Marta tiene la cara lavada, lleva un pulóver verde de lana, ha pedido una cerveza que apenas bebe. Su mirada se intensifica ante cada pregunta. Es una mujer brillante, culta y articulada.
Marta: Yo vengo de una niñez caótica, no me voy a poner densa… Crecí en un entorno desestructurado, llena de inseguridades y complejos, nadie me ayudó a entender que esos momentos de angustia eran pasajeros. Mi vida nueva comenzó hace apenas unos años, yo había dado muchas vueltas en círculos, el aprendizaje no es lineal, ¿no? Así que he viajado en círculos hasta encontrar la enseñanza de cada situación compleja y dolorosa; hace muy poco tiempo que me siento dueña de mi vida.
Lydia: Exudas una seguridad extraordinaria, tu presencia es la de alguien que va por la vida con suavidad y entereza. Recuerdo la dulzura que mostraban tus ojos durante el desayuno en que nos conocimos cuando el director José Martret y yo te pedirnos que fueras la protagonista de nuestra obra teatral. Yo te miraba y pensaba que tu belleza física está anclada a una belleza interior sólida…
No lo sé… Hasta hace poco el poder lo tenía lo de fuera, entonces eso para ser actriz es una mierda, ¿no? Esta profesión en que estás siempre esperando que te llamen, esperando gustar, aunque no sabes ni a quién ni cómo, tienes que estar complaciendo, siempre alerta. Esto resta autoestima, salud y amor a una misma. Pero yo he vivido mucho tiempo así porque a una no le enseñan que tenemos poder de decisión sobre nuestras vidas, hasta que tienes una revelación.
¿Encontraste alguna clave para descifrar esa revelación?
¡Claro! Una de las claves fue darme cuenta de que mantener la creatividad en marcha es fundamental, es decir, estar parada esperando a que te llamen, no; creer que los eventos sociales generan trabajo, no; lo insustancial de fuera no aporta nada a tu carrera como artista. Cuando estás pensando en proyectos nuevos, escribes, ves películas de todo tipo, lees, imaginas personajes… Eso es lo que te pone en movimiento, en el momento en que tú eres creadora, no solo reproductora de las creaciones de otros, ¿es demasiado místico? -sonríe como una chica traviesa-.
Descubriste tu magia personal…
Tal vez -mira hacia arriba, pensativa-. En nuestra profesión estamos expuestas a voces buenas y malas, el asunto es que debes arriesgarte a pedir grandes trabajos, quieres interpretar historias significativas, aportar a la cultura, no solo entretener y en ese sentido creo que sí, que cuando reconoces tu poder estás mejor preparada para el rechazo que cuando quieres un proyecto y al director no le gustas. Eso es parte de la profesión, lo interesante es descubrir qué es lo que quieres tú, qué te hace crecer como persona.
¿Y qué quiere Marta Nieto?
Ahora mismo seguir adelante arriesgándome. Apenas terminamos de rodar un corto que yo dirigí y justamente vengo de estar en el montaje, estoy feliz, me gusta el resultado y ahora vamos a prepararnos para los festivales porque sin festivales el cine no se ve. A mí quejarme no me gusta, me parece poco práctico lamentarse. Voy a dirigir una película que yo escribí, es sobre la búsqueda de identidad.
“Cuando reconoces tu poder estás mejor preparada para el rechazo”
¿Cuándo te llegó el llamado del escenario?
Cuando tenía doce años, yo era muy tímida. Me subí a un escenario por primera vez recién llegada al instituto, terminamos y salí corriendo a decidirles a mis amigas ¡ya está, ya está, esto es lo que quiero, ser actriz!, gesticula con emoción y su rostro se ilumina para dar paso a la niña de la serendipia teatral. Fue la obra Entre mujeres de Santiago Moncada.
Y tu familia ¿cómo reaccionó?
No les gustó. Vivíamos en Murcia y no entendían muy bien. Pero yo era una niña tartamuda, tímida, retraída, con acné y en el escenario podía convertirme en quien yo quisiera, eso es muy poderoso.
Marta está emocionada, ríe mientras habla, como si hubiese liberado de la cárcel de sus miedos a su niña interior de una vez y para siempre.
Marta: Es que yo memorizaba un texto y dejaba de atrancarme, levantaba la cara, podía llorar, reír, hablar a toda voz ¡magia pura! Claro, como decía un profesor: cuando comienza a parecer fácil empieza lo difícil, ahora viene el curro de verdad, es decir, la disciplina. Esto tiene que ver con dos partes, una es la interpretación, tu técnica, cómo expresas a los personajes y otra es lo que significa ser actriz, o sea, el armazón.
Lydia: Lo de fuera ¿qué peso tiene en tu vida personal y cómo lo manejas? Si un actor hombre tiene hijos, los lleva al set con una nana o los deja con alguna mujer. Si una actriz tiene hijos, generalmente implica una crisis de pareja por el reclamo de la ausencia. En todas las profesiones el padre ausente es una figura profesional y la madre ausente es una traidora…
Tal cual. Es una vida sin estructura, no hay rutina, trabajas por proyecto, a veces tienes mucho trabajo todo a la vez y otras no hay, tienes que ahorrar, estás expuesta siempre a las críticas de todo tipo, en especial sobre la apariencia y es todo un arte aprender a gestionarlo. Encima, si tienes hijos como actriz efectivamente tienes mucha más presión social y familiar. Es un arte aprender a vivir así, buscar equilibrio, ordenarte y vivir feliz. Algo que me aportó el feminismo ha sido aprender a priorizar lo que me importa a mí, más allá del pensamiento machista.
Su familia la obligó a estudiar Filología Hispánica por las mañanas y Arte Dramático por las tardes. Por la mañana, intelectuales hablando latín; por la tarde, jóvenes aprendiendo a ser un árbol. Asegura que su vida siempre ha estado entre los extremos. Tenía claro que quería salirse de Murcia y se fue sola a Edimburgo para aprender inglés. Volvió y fue a todos los castings que encontraba.
Marta: Fui a un casting de una peli de Antonio Banderas, eso parecía operación triunfo, multitudinario… Miles de chavales, y me eligieron. Me llamó Banderas y me preguntó ¿Marta, quieres ser mi cuerpo? El personaje se llamaba 'La Cuerpo'. Yo no daba crédito, luego lo pasé fatal, fue complicado, es una profesión muy intensa y yo apenas tenía 22 años. Luego pasé una etapa difícil, pasé por muchas crisis hasta que aprendí algo.
Lydia: ¿Qué es ese algo?
El quién soy yo, el cómo debo gestionar mis crisis en lugar de intentar ignorarlas o entregarme a ellas sin recursos. Ahora puedo gestionar, pero me llevé muchos golpes para aprenderlo. Trabajé mucho con mi historia, en la búsqueda personal, acepté todos mis traumas, dejé dolores y rencores detrás. Tener a mi hijo fue el punto de quiebre, él me dio tierra. Primero fue una cárcel y luego León (su hijo) me obligó a la rutina, a dejar de huir de mí. Cuando tienes una infancia disfuncional no sabes cómo ser una adulta funcional, ni cómo crear una familia así, te lo tienes que currar. Yo tuve a León a los 29 y estuve a punto de abandonar mi profesión; tuve momentos de depresión profunda y mi salvamento fueron mi vocación y la felicidad de compartir la vida con mi hijo.
¿Ibas a dejar tu vocación?
Sí, mi vida era un desierto, encerrada en Murcia; cuando León tenía ocho meses me separé, me vine a Madrid y volví a vivir. La vocación es casi una intuición sobrenatural, te da mucha fuerza y la presencia de mi hijo me aterrizó, me hizo madurar deprisa. Luego un terapeuta me dijo: pásatelo bien, y aunque sea elemental, para mí fue un antes y un después porque ¿cómo, si no desde el gozo, desarrollas tu vocación? Tienes que aprender a disfrutar tus dones y a mejorar tus habilidades.
Después de tus dos películas Tres y Lasciarsi giorno a Roma, estrenarás tu documental y sigues con La Infamia, ¿qué significa para ti representar mi vida? -Ambas sonreímos- hacer de Lydia Cacho.
Es un honor. Eres lo más parecido a una heroína viva. Es cruda pero luminosa. Durante mucho tiempo me daban papeles de mujer florero, 'la puta de', 'la novia de' o 'la madre de'… No hay espacio para la creatividad porque estás contando historias en que eres sólo un vehículo para la historia de los hombres. Las cosas van cambiando, claro… Hablando de La Infamia, me parece que aportamos algo con esta puesta en escena: inspiramos, provocamos y movilizamos al público para que salga preguntándose ¿y yo qué hago por mi prójimo? Yo misma me he cuestionado muchas cosas a partir de contar tu historia. Entendí que partiendo de la crudeza de la verdad también somos capaces de hallar un camino luminoso, que lo que tú has hecho se puede replicar, que somos muchas más las personas buenas y que sí podemos erradicar la violencia hacia niñas, niños y mujeres. Por eso me gusta lo que dice nuestro director de #TodasSomosLydiaCacho, porque si todas defendiéramos la justicia, el mundo sería mejor.