Desde que Eugenia Tusquets me pasó el testigo de esta cadena, me pregunto por la distancia que ocuparían sus eslabones unidos. Con toda probabilidad llegarían a los confines de nuestro sistema solar. La siguiente reflexión tiene que ver con la contribución de todas las mujeres, a lo largo de los milenios, en la mejora de la evolución humana. No me refiero solo a la biología, sino la tecnología, ciencia, arte y al desarrollo de los derechos para ser tratadas en un plano de igualdad con los hombres. Son miles de millones las mujeres desde aquella primera artista que trazó, quizás con sangre menstrual, la silueta de un ciervo o estampó su mano sobre la roca.
Esta primera mujer observó que más allá de la búsqueda de refugio y alimento, poseía el poder de representar la imagen que bailaba en su imaginación y que atraía con su magia el interés de la comunidad. Miles de pinturas rupestres recorren el planeta Tierra, desde Turquía a Papúa y dan testimonio de la fuerza inmensa que despliega las creaciones fruto de la imaginación.
A nuestra primera artista plástica le siguieron las mujeres que consolaban con sus cantos y relatos las pérdidas, traiciones y atrocidades; también las que en sus cánticos celebraban nacimientos, cosechas y uniones venturosas. Sin olvidar a las sibilas que interpretaban sueños y presagios, todas ellas albergaban el fuego sagrado de la palabra con la que se expresa el dolor, la alegría, la compasión, el amor y la solidaridad.
Nuestras antepasadas son el origen de donde brotan sin interrupción artistas de todas las disciplinas, pensadoras, filósofas y mujeres, al fin, corrientes y molientes. A pesar de tantos episodios históricos de sufrimiento -antes y ahora- de padecer condenas injustas, ostracismo, infamias y muertes terribles, la llama del fuego sagrado continúa viva en nosotras. Somos supervivientes de la devastadora mirada que recae sobre la mitad de la población. Si no fuera porque es una experiencia colectiva y compartida por miles de millones de mujeres en un tiempo breve, pongamos los últimos 50.000 años, resulta inconcebible que exista tal permanencia de abusos, humillaciones y aniquilación histórica de mujeres que han forjado con su impronta la historia de la humanidad.
"Las mujeres extraordinarias, la mayoría de ellas anónimas, están presentes en nosotras aunque ignoremos su existencia"
Me vienen a la cabeza muchos nombres y ejemplos de mujeres coraje, insumisas y resueltas a demostrarle al mundo, y sobre todo a sí mismas, la capacidad de imaginar y crear, por consiguiente, también de transformar la sociedad de la época en la que vivieron. Las mujeres extraordinarias, la mayoría de ellas anónimas, están presentes en nosotras aunque ignoremos su existencia. A ellas les debemos poder salir solas a caminar, firmar un contrato, inventar un nuevo material o un medicamento, escribir un ensayo, un poema, una novela o tocar el violín, sin necesidad de pedir autorización a un hombre. Por desgracia, alcanzar la autonomía personal y social, tiene un contorno territorial y económico, fuera de él malviven millones de mujeres sin posibilidad efectiva de salir a pasear solas sin que peligre su vida.
Amalia Domingo Soler y Gertrudis Gómez de Avellaneda son dos de las muchas mujeres que construyeron y pusieron los cimientos del edificio donde hoy nos guarecemos. Gertrudis Gómez de Avellaneda, la escritora cubana que publicó en 1841 Sab, novela antiesclavista y en defensa de la mujer, de sus derechos y en la que denuncia el oprobio que padecían: El esclavo al menos puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro comprará algún día su libertad: pero la mujer, cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frente ultrajada, para pedir libertad, oye al monstruo de voz sepulcral que le grita: "En la tumba".
Gertrudis demostró valentía, inteligencia y perspicacia para describir en cuatro líneas la anulación social y personal de las mujeres. Aunque parezca a nuestros ojos de hoy poco relevante, la novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda fue tan fundamental como la obra de Amalia Domingo Soler. Si la primera procedía de una clase social elevada, Amalia venía de una familia sevillana tocada por la pobreza. La fortaleza mental de Amalia, medio ciega y apenas sin instrucción, la empujó a estudiar y explorar la realidad que conocía por propia experiencia, tan injusta con las mujeres.
"De aquellas mujeres que imaginaron un mundo construido en plena igualdad, hemos heredado un legado precioso que debemos proteger"
Amalia defendió el feminismo desde su activismo espiritista. En 1891 fundó en Barcelona, con las anarquistas Teresa Claramunt y Ángeles López de Ayala, la primera asociación feminista de España, Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona. Estaba ubicada en el centro espiritista del Raval, allí se impartían clases nocturnas para sacar a las mujeres del analfabetismo; se abominaba de la sociedad clerical, conservadora e insensible hacia el sufrimiento de las trabajadoras.
Feminismo, anarquismo y espiritismo se unieron con el fin de defender los derechos y la dignidad de las mujeres. Imagino que entre clase y manifestación callejera, pues no era raro que salieran de la Sociedad Autónoma de Mujeres para reivindicar escuelas laicas, convocarían espíritus de antepasadas que provocaría el temblor de pupitres y mesas donde estudiaban, incluso se elevarían del suelo en prueba de su apoyo a la causa feminista desde el más allá.
Esta combinación de feminismo y espiritismo, a primera vista estrambótica, adquiere sentido cuando se conoce un poco la personalidad de Amalia Domingo Soler, pionera y visionaria. Quizás debido a su ceguera parcial desarrolló una mayor capacidad sensitiva, de manera que comprendió que la realidad material es solo una parte emergente y que existen en lo invisible e inaprensible, fuerzas y energías que interactúan con el mundo terrenal.
Amalia publicó y dirigió una revista: La luz del porvenir, en la que solo participaban mujeres. Las articulistas defendían la igualdad de derechos de las mujeres. Se editó por primera vez en 1874. Hasta 1934 salía los jueves, excepto cuando se suspendía la revista por orden de la autoridad competente, que no fue pocas veces a lo largo de cincuenta y ocho años. De aquellas mujeres que imaginaron un mundo construido sin sometimientos y abusos, en plena igualdad, libre y sensible, hemos heredado un legado precioso que debemos proteger y ampliar. Sigue la senda Susana Frouchtmann, también ella camina bajo la luz que nos llega del pasado.