Recuerdo muy bien el día que descubrí la historia que fue el germen de Las modernas, aunque yo en aquel momento no tenía ni idea del giro que iba a tomar. Recuerdo que era una de aquellas mañanas tediosas en el instituto, yo derrumbada sobre el pupitre, cuando el profesor de Literatura consiguió captar mi atención y me fui incorporando en la silla mientras escuchaba su relato, hasta quedarme totalmente erguida con las oídos bien abiertos.
Aquella fue la primera vez que oí hablar de la Residencia de Estudiantes, ese lugar donde vivió García Lorca —ya lo estaba leyendo y me encantaba— y donde se hizo amigo de Luis Buñuel, Salvador Dalí, Rafael Alberti y otros jóvenes llenos de talento. Aquella historia me pareció luminosa. Si alguien me hubiera concedido el deseo de viajar en el tiempo, me habría ido de cabeza a esa residencia para hacerme amiga de todos ellos y para conocer desde dentro aquel ambiente tan excepcional.
Pasó el tiempo y un día me enteré de que aquella residencia, con la que tanto había fantaseado, también había tenido un grupo de chicas, la Residencia de Señoritas, y que todavía se conservaba el edificio en la calle Fortuny de Madrid. ¿Cómo era posible que nadie me lo hubiera contado? ¿Acaso en ese lugar no había ocurrido nada digno de mención? Empecé a buscar información y lo que me fui encontrando me pareció realmente fascinante.
La importancia de la Residencia de Señoritas
En primer lugar, porque esa Residencia de Señoritas significó el apoyo que necesitaban las chicas de cualquier rincón del país para acceder a la Universidad —se fundó cinco años después de que las mujeres alcanzaran el derecho a matricularse libremente en cualquier centro educativo— y en segundo lugar, porque allí coincidieron la mayor parte de las pioneras que fueron abriendo camino para las mujeres en distintas disciplinas hasta entonces vetadas para ellas, empezando por la propia directora del centro, María de Maeztu, alumnas como Victoria Kent, Josefina Carabias y Delhy Tejero, o profesoras como la filósofa María Zambrano o la pintora surrealista Maruja Mallo.
Así surgió Catalina
Entonces me pregunté, ¿cómo sería la experiencia de una chica que viajara a Madrid desde algún lugar remoto del país y se instalara en la Residencia de Señoritas para ir a la universidad? Así surgió Catalina, la protagonista de la novela. Ahora solo tenía que seguir sus pasos.
Las modernas está contada como si una cámara se colocara al lado de ese personaje para hacer el viaje junto a ella e ir descubriendo, desde su mirada asombrada, el mundo que la rodea. Me propuse contar la historia con un lenguaje claro y limpio, y que la acción avanzara en gran medida a través de los diálogos. Los capítulos surgieron cortos, como una sucesión de escenas, sin duda influenciada por todos los referentes del cine y las series que tanto disfruto. La época histórica —años veinte— me dio la oportunidad de recrear un Madrid que se asomaba a la modernidad, con novedades como el cinematógrafo, los automóviles y las nuevas modas que llegaban con unas tijeras para cortar melenas y acortar faldas.
Entraron en la capital pasadas las diez de la noche y la ciudad resplandecía. A la altura de la Gran Vía, los cines mostraban orgullosos los carteles de los estrenos, los cafés batían sus puertas para dar paso a la clientela y una mujer con tocado de plumas alzó la barbilla para lanzar al aire el humo de su cigarrillo justo cuando pasaban a su lado. La expresión de la cara de Catalina mirando alrededor era muy parecida a la que ponía de pequeña cuando la llevaban a la feria.
Catalina llega a Madrid en 1928. La primera persona a la que conoce es Esme, su compañera de habitación, una chica tan moderna en todos los aspectos que a veces la intimida.
Para documentar la vida cotidiana de la residencia encontré un tesoro: el archivo, milagrosamente conservado después de la Guerra Civil, donde se conserva toda la correspondencia de María de Maeztu durante los 21 años de vida del centro (1915-1936). Cartas que se escribía con las alumnas, con los padres, con los intelectuales a los que invitaba a dar conferencias en la casa y hasta con autoridades a las que se dirigía para solucionar problemas. En el archivo también se custodian los manuales de la Residencia, donde se detalla desde el ajuar que debían llevar las alumnas —colchón incluido— hasta los menús de las comidas —pantagruélicos, por cierto— y las normas de convivencia.
Además de estudiar mucho, Catalina se enamora y aprende el significado más profundo de la palabra amistad. Además de frecuentar a la élite, con visitas al hipódromo y a los bailes del Ritz, la protagonista descubre lo que es sobrevivir en la miseria en los arrabales de la ciudad. Y todo con el trasfondo de las revueltas estudiantiles que querían tumbar el régimen de Primo de Rivera y de las que Catalina sale maltrecha.
Uno de los primeros lectores de esta novela escribió en una reseña que tiene "una trama electrizante e inmersiva". Si tú, posible lector o lectora, te animas a abrir las páginas de Las modernas y sientes algo parecido, habré conseguido lo que me propuse al escribir esta historia. Y me sentiré inmensamente feliz.