El viaje de Erika Fatland

El viaje de Erika Fatland

Protagonistas

El viaje de Erika Fatland a través de la frontera rusa, desde Corea del Norte hasta el Océano Ártico

La periodista noruega Erika Fatland tardó dos años en recorrer la frontera de Rusia con un único objetivo, ¿Qué implica realmente tener al país más grande del mundo como vecino?

9 junio, 2024 02:24

'La Tierra' es un nombre engañoso para el planeta en el que vivimos. 'El Agua' hubiera sido un buen nombre para describir el ecosistema que rodea al ser humano. Según la Fundación Aque, la Tierra contiene unos 1.386 millones de kilómetros cúbicos, siendo su cantidad y distribución prácticamente la misma que en los últimos dos millones de años. Además, añaden, el 97% del agua se encuentra en los océanos, el 80% que se encuentra en la superficie y el 20% bajo tierra.

Cuando Erika Fatland navegó por el mar de Siberia Oriental de camino al estrecho de Bering, pudo comprobar cómo era océano en toda su inmensidad. Había tramos en los que se le representaba de color turquesa, casi verde esmeralda, y otros en los que el fango daba paso a una transición grisácea, prácticamente negra, que contrastaba soberanamente con la blanquecina y dorada bóveda del cielo. "De vez en cuando la línea divisoria entre el aire y el agua desaparecía y el mar y el cielo se fundían en uno solo. Los días se deslizaban hacia anocheceres lilas antes de que el sol se alzara de nuevo tras un leve buceo por el horizonte".

La Frontera

Erika Fatland es una periodista noruega, escritora y antropóloga social que ha vivido en diferentes países y ha publicado varios libros cuyo eje principal siempre ha sido Rusia. Una noche tuvo un sueño donde ella deambulaba por la frontera de este enorme país.

Su caminata recorría una sinuosa línea roja mientras erraba de un lugar a otro. "Todo el tiempo, la enorme Rusia se encontraba al norte y al este, al sur y al oeste". Cuando despertó comprendió cuál sería el próximo destino: un viaje a lo largo de la frontera rusa desde Corea del Norte hasta el norte de Noruega.

La frontera de Rusia no es solamente extensa, sino que es la más extensa del mundo: en total 60.932 kilómetros (a modo de comparación, la circunferencia de la Tierra tiene 40.075 kilómetros) y sus vecinos son Corea del Norte, China, Mongolia, Kazajistán, Azerbaiyán, Georgia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Polonia, Letonia Estonia, Finlandia, Noruega y también el Paso del Noreste. "Durante nueve meses había viajado por la frontera terrestre meridional y occidental de Rusia, desde Pyongyang a Grense Jakobselv, con una pregunta en mente: ¿Qué implica realmente tener al país más grande del mundo como vecino?".

El trayecto fluvial

Fatland no encontró una respuesta a su pregunta. Encontró, como mínimo, catorce, una por cada estado visitado, por cada país limítrofe. Aunque, como ella misma afirma, "en realidad deben existir millones de ellas, una por cada persona que habita en estos territorios fronterizos, ya que cada persona tiene una historia propia y única".

Casi las dos terceras partes de la frontera rusa discurren a lo largo de la costa, desde Vladivostok hasta Múrmansk. Un enorme territorio cuyo litoral fue una de las últimas zonas de la Tierra en ser exploradas y cartografiadas. Después de recorrer la frontera terrestre, la joven viajera finalizó su viaje donde empezó su relato: los confines del océano ártico, un territorio deshabitado la mayor parte del año que duerme cubierto entre el hielo y la nieve.

A bordo del Akademik Shokalskiy

Con más de diez mil kilómetros por delante, Erika Fatland se embarcó junto con un grupo de cuarenta y siete compañeros en el Akademik Shokalskiy, un viejo barco soviético dedicado a la investigación, donde navegarían sin otro contacto que ellos mismos y sus excéntricas vidas.

La travesía estaba compuesta por sus propias rutinas y su propia concepción del tiempo. A medida que avanzan meridianos, atrasan horas en sus relojes. "A bordo no había internet ni cobertura telefónica; durante cuatro semanas estuvimos desconectados del mundo y fluíamos por nuestro pequeño universo que enseguida adquirió ritmo y rituales propios".

Nuevos hábitos dentro de las costumbres recién adquiridas y nuevas sensaciones a las que adaptarse. "A babor veíamos la costa rusa, una oscura franja de tierra, parcialmente cubierta por una niebla gris; a estribor, teníamos mar abierto, donde de vez en cuando divisábamos una línea blanca de hielo o islas yermas y desnudas".

La desidia del ser humano

La palabra ártico proviene del griego ἀρκτικός, artikos, que significa 'cerca de oso' y se refiere a la constelación de la Osa Mayor, que solo es visible en el cielo nocturno del hemisferio norte.

El término, según Fatland, también debería ser aplicable al oso en su hábitat natural, el ártico, pues cerraría el círculo entre la existencia y el modo de vida. Durante la travesía, la posibilidad de poder contemplar estos animales en total libertad la hizo ser consciente de que lo que una persona espera cuando sale de viaje y de lo que el medio le ofrece sin haberlo pedido.

De forma consciente, la persona que viaja teje una relación invisible entre su imaginación, el destino y las sensaciones que pueden aparecer y para las que está preparado (e incluso deseoso de que lleguen), como la felicidad, el asombro, la congoja o la empatía.

De la misma manera, pero de forma inconsciente, los pensamientos de cualquier viajera rehúyen de todo aquello que no quiere ver ni experimentar cuando se embarca en una aventura. En medio del océano Ártico, lo último que esperaba ver Erika Fatland fue lo que trastocó su viaje.

El encuentro con Anja, la meteoróloga

"Yo no me había imaginado tanta basura. Nunca había visto tantos barriles de petróleo abandonados. Miles y miles de barriles viejos, amontonados o esparcidos por doquier en la tundra". Su crítica se centra en el riesgo medioambiental que supone esta dejadez gubernamental sabiendo lo rápido que corre la catástrofe del cambio climático. Este abandono masivo contrarresta con la escasa vida humana que se extiende por el lugar.

A lo sumo, cien estaciones meteorológicas situadas a lo largo de la costa rusa septentrional se preocupan de recabar datos y se encuentran atendidas, mayoritariamente, por hombres. Menos una. En la isla Gran Liajovski, perteneciente al archipiélago de Nueva Siberia, dos edificios de nueva construcción sobresalen de entre un grupo de casas abandonadas de la década de los 30. En ellos, una joven veintidós años sale a recibir y saludar a la expedición acompañada por cuatro perros con el pelo enmarañado.

Erika Fatland.

Erika Fatland. @erika_fatland

"Cuanta menos gente haya en la estación, más elevado es el sueldo. Además, con los estudios recién terminados es imposible tener un buen trabajo en Novosibirsk". Anja hace cinco meses que vive en la isla junto con su marido y dos meteorólogos más. Los inviernos no superan los -35ºC y la probabilidad de volver al hogar se plantea solo una vez al año cuando el rompehielos llega hasta ellos para suministrarles víveres.

Anja se ofrece a pasear con la escritora, sin embargo, este inhóspito lugar le sigue mostrando la cantidad de objetos esparcidos, coches y barcos desvencijados que se amontonan junto a más barriles de petróleo oxidados, estructuras de madera que habían sido retretes y cobertizos que, antiguamente, guardaban los botes. Cuando Erika le pregunta a Anja sobre la soledad en lugar así, no espera la respuesta de su interlocutora. Comprende la trivialidad de su pregunta.

La aventura de encontrarse

El libro la Frontera de Erika Fatland es un híbrido entre el ensayo periodístico, la crónica histórica, un libro de investigación y una narrativa viajera llamativa y estimulante. Gracias a la documentación aportada sobre la Rusia imperial, agresiva y expansionista se pueden entender todos los cambios políticos de forma didáctica, desde el emplazamiento del imperio zarista, como la República de los soviets, la era comunista de la URSS y, por último, la de la autocracia de Putin.

El largo periplo de la autora por los catorce países fronterizos con Rusia en busca del alma de sus vecinos recuerda a las grandes viajeras que, con un propósito y mucha tenacidad, se perdieron en las estepas y los desiertos en busca de una única aventura, ser ellas mismas. Erika Fatland es, sin ningún tipo de duda, la versión actualizada de todas ellas y sus libros son un espejo de intelectualidad en el que se resguarda la cultura y la sabiduría con grandes dosis de humanidad y conocimiento.