'Pájaros de sol', la historia de dos niños (una siria refugiada y un español) que "da luz a la oscuridad de la cruel guerra"
- La autora Mónica Rodríguez, Premio Nacional de Literatura Infantil, muestra con este relato la necesidad de escribir libros infantiles de guerra.
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Ocurrió de repente, cerré los ojos y los vi. Eran dos hermanos y habían venido de la guerra, niño y niña, ella más pequeña. Estaba hablando con Ana Palou, editora de Nube de Tinta, sobre la necesidad de escribir para los más pequeños libros que hablen de la guerra.
En los telediarios, en los periódicos, en boca de todos los mayores están esas guerras que suceden cerca o lejos, pero muy presentes en nuestras vidas. Están en los que cruzan el Mediterráneo con los ojos desesperados, en los que caminan días y noches, agarrados a una mochila. En los que ya no están y en los que se quedan en el fragor de la batalla, pero también aquí, entre nosotros.
Debemos conocer sus historias, acogerlos, sanarlos. Necesitamos escribir sobre ellos. Darles voz. La literatura es el mejor lugar donde vivir situaciones difíciles. Nos arma, nos prepara, ensaya nuestras emociones, protegidos por la ficción. Hace que seamos más empáticos.
¿Dónde mejor que un libro para acompañar y comprender, mirando por esa mirilla que es la literatura, las alegrías y penas, las pérdidas y el dolor, y hacernos más humanos? Los niños tienen derecho a saber qué pasa en el mundo. Ellos lo exigen, lo demandan. Y la ficción literaria les puede ofrecer un lugar seguro para conocer y emocionarse.
Todo está devastado a su alrededor por las bombas, pero solo es un libro. Huyen de la guerra, pero es una página. Encuentran unos ojos solidarios y están ahí, dentro de las palabras, pero también fuera. Encontrarán esa mirada, la ofrecerán. Yo todo eso lo sabía y cerré los ojos y los vi, a los dos hermanos. Ella tan pequeña, silenciosa, él inquieto, enfadado. Caminaban, no dejaban de caminar.
En las manos de la niña, un aleteo azul me hizo parpadear. ¿Qué era aquello que traía con ella y que nadie más parecía ver? Me despedí de Ana, nerviosa. Debía seguir esa intuición. Rápidamente, escribí en Internet dos palabras: «Pájaro» y «Palestina». Entonces apareció: un diminuto pájaro parecido al colibrí, de un azul cobalto, brillante, característico de Oriente Próximo y África Central. El pájaro de sol palestino.
Mi corazón empezó a ir muy deprisa. Allí había algo, allí estaba la historia que debía ser contada. En ese pájaro y esa niña que solo hablaba con él. Allí había algo bello y triste que merecía la pena. Comprendí de golpe las palabras del poeta árabe Tamin Al-Barghouti: debemos encontrar la belleza siempre que nos enfrentemos a la injusticia o a la dureza, porque la belleza es resistencia.
Así que me puse a escribir. Quería saber, quería conocer la historia de esa niña, Aya, y de su hermano Jalid, que caminaban por las calles de una ciudad semejante a la mía. Jalid y Aya habían caminado y caminado y caminado para huir de la guerra hasta llegar aquí. Y también aquí seguían caminando.
Venían de Oriente Próximo donde se suceden durísimos conflictos: la guerra de Siria, el genocidio de Gaza, los conflictos de Libia y Yemen, la tensión en Irak, la violación de derechos humanos, en especial contra las mujeres, en Irán, en la terrible Afganistán…
Empecé a leer novelas, testimonios de niños y niñas, de adultos que habían emigrado a causa de esos conflictos, mientras me asomaba a la vida de Aya y Jalid. Lo que siente Aya ante la guerra es lo que le escuché decir a una niña siria refugiada en un campo de Libia. Cerré los ojos y vi esa primera escena del libro: una bomba que devasta la calle ante la mirada de Aya, acostada junto a su hermano mediano Jalid, desde la ventana de su casa.
Y allí, en mis ojos cerrados, en ese patio que miraba Aya, exactamente en el lugar en el que había estado su hermano mayor, ya solo había cascotes. Entonces, de entre aquellos cascotes, en medio del polvo y el silencio tras la explosión, surge un diminuto pájaro azul: el pájaro de sol.
Ya tenía el comienzo, solo debía tirar del hilo, seguir el ritmo de las palabras que me contaban esa historia. Seguir su música. Y esa música estaba en la voz y las palabras de Aya. Tenía que ser ella quien contara su historia: la niña que solo hablaba con el pájaro azul que había venido con ella y que nadie más veía.
Pero faltaba algo, la mirada occidental, mi mirada. Entonces apareció Diego, un niño español y divertido. Comprendí enseguida que él era el único capaz de ver ese pájaro de sol, capaz de ver más allá que otros, de ver, por ejemplo, la desesperación y el desamparo. Y entendí que Diego también necesitaba su voz.
Así que la historia debía ser contada por Aya y Diego, en capítulos intercalados. Diego es compañero de pupitre de Jalid y percibe el enorme enfado del niño venido de un país en conflicto. Y Jalid, cuando sale del colegio, da vueltas y vueltas por la ciudad de la mano de Aya.
El resto fue seguir los pasos de su encuentro escribiendo. Porque eso es lo que hago siempre: escribir para saber más. Así que estuve semanas escribiendo por las mañanas, leyendo libros por la tarde. Corrigiendo, corrigiendo, corrigiendo.
Cuando terminé el libro, Ana Palou lo leyó, le gustó y comenzó el proceso de edición, con la búsqueda de la portada, el dibujo del pájaro, las múltiples revisiones.
Y ahora su historia ya no me pertenece, es vuestra, de los lectores. Ojalá consiga emocionaros y ponga un poco de luz a la terrible oscuridad de la guerra. Esa luz que podemos encender nosotros.