La tarde del martes el neoclásico Palacio de São Bento, sede de la Asamblea de la República Portuguesa, fue testigo del nacimiento de una nueva etapa en la historia de la política lusa. Tras años enfrentados, los diputados de los tres principales partidos de la izquierda –el Partido Socialista (PS), el marxista Bloco de Esquerda (BE) y el Partido Comunista (PS)– votaron en bloque para rechazar el programa de gobierno del conservador Pedro Passos Coelho, lo que ha desencadenado la dimisión inmediata de su Ejecutivo.
Con este gesto de unión se rompía una de las tradiciones más consagradas de la democracia lusa: que siempre gobierne el partido más votado en las elecciones.
Se abre así un nuevo panorama político en el que existe la posibilidad de formar Ejecutivos alternativos, que no necesariamente cuentan con el partido ganador en los comicios legislativos, gracias a los partidos minoritarios. Una nueva forma de hacer política mucho más parecida a la vigente en el norte de Europa, que otorga una importancia decisiva a partidos tradicionalmente relegados.
Con votantes históricamente más conservadores, y condiciones económicas y sociales evidentemente distintas, Portugal no es España. No obstante, las encuestas indican que las próximas elecciones generales españolas del 20 de diciembre podrían acabar configurando un Congreso de los Diputados tan fraccionado como la actual Asamblea de la República lusa, sin que ningún partido cuente con el número de escaños necesarios para gobernar en solitario.
El último barómetro del CIS, del pasado 5 de noviembre, indica que aunque el Partido Popular (PP) ganaría las elecciones con un 29,1% de los votos, se quedaría sin una mayoría absoluta que pueda garantizar la continuidad de Mariano Rajoy en La Moncloa.
Personajes similares
Aunque el panorama político portugués es diferente, existen ciertas similitudes en cuanto a los protagonistas. En Lisboa acaba de caer el segundo Ejecutivo de Passos Coelho, cuyo Partido Social Demócrata (PDS) gobernaba con el Centro Democrático Social – Partido Popular (CDS-PP) de Paulo Portas.
El Ejecutivo de Passos llegó al poder en elecciones anticipadas en junio de 2011, provocadas por el colapso económico y rescate del país. Con una amplia mayoría de 132 escaños, impuso duras medidas de austeridad, recortando salarios y pensiones, y privatizando gran parte de los transportes del país. Los primeros años de su Gobierno se caracterizaron por huelgas, manifestaciones, y rifirrafes con sus socios de coalición. Sin embargo, la mejora sustancial de la economía durante este año convirtió lo que muchos pensaron que iba a ser su debacle en una victoria agridulce: el pasado 4 de octubre su coalición conservadora resultó ser el partido más votado, pero se quedó a nueve escaños de los 116 requeridos para controlar al Parlamento.
Como Passos Coelho, Rajoy llegó al poder en 2011, consiguió una mayoría absoluta e impuso duros recortes; igualmente, tuvo una primera mitad de legislatura complicada –azotado, en su caso, por los casos de corrupción–, y ahora presume de la mejora de la economía. Queda por ver si sus resultados electorales –y las consecuencias de los mismos– serán parecidos a los de su ex homólogo portugués.
En el lado socialista, también hay ciertas similitudes. El probable próximo primer ministro luso, António Costa, fue elegido secretario general el año pasado, al igual que Pedro Sánchez. Como el español, también ha tenido problemas con sus barones. Una campaña desastrosa y su derrota electoral hicieron que muchos pidieran la cabeza de Costa –entre ellos el eurodiputado Francisco Assis, que ha anunciado su intención de disputarle el liderazgo del partido en el próximo congreso socialista–, pero Costa logró el milagro al unir a las fuerzas de la izquierda por primera vez en la historia de la democracia portuguesa y consiguió así la mayoría absoluta con la que derrocar a Passos Coelho y promover su nombramiento como primer ministro. ¿Logrará Sánchez algo similar con Podemos e izquierda Unida?
Por muchas similitudes, también existe una diferencia fundamental, principalmente que en Portugal ni existe un Ciudadanos, ni un Podemos.
El analista político Eduardo Oliveira e Silva achaca la falta de un Ciudadanos al centrismo tradicional de los electores portugueses, “que favorecen el consenso; nunca ha habido una gran alianza entre los partidos de la izquierda, pero sí hemos tenido muchos gobiernos de coalición entre socialistas y conservadores. Aparte, el votante luso valora la estabilidad, pero socialmente es más de centro izquierda que de derechas”.
Por su parte, el economista Francisco Louçã, coordinador del Bloco de Esquerda entre 2005 y 2012, señala que no ha surgido un Podemos luso porque no han existido las condiciones sociales para favorecer un partido de este estilo en Portugal.
"En España hubo un movimiento social en reacción a una crisis del régimen, provocada por la corrupción”, explica Louçã. “En Portugal ese movimiento social ha sido mucho más episódico, y los jóvenes se han sentido derrotados por la falta de trabajo y la necesidad de emigrar”.
Aludiendo a la presencia política de partidos como el propio Bloco de Esquerda –liderado por la carismática Catarina Martins– y el histórico Partido Comunista, Louçã dice que “el espacio para la izquierda es más reducido, pero la izquierda ha conseguido crecer”.
El poder del Jefe del Estado
Pese a ser inédito en su historia, no hay nada en la Constitución lusa que dicte que el partido más votado tenga que gobernar; lo que importa es que su programa no sea rechazado por la Asamblea de la República. Igualmente, la Constitución española valora que el Gobierno cuente con la confianza del Congreso de los Diputados.
Tanto en Portugal como en España, el nombramiento de quién vaya a formar el Gobierno depende del jefe de Estado. En el caso luso, constitucionalmente el presidente de la República tiene poder absoluto en el nombramiento del primer ministro.
“Tradicionalmente el Presidente de la República intenta ser una fuerza neutra”, explica Jorge Reis Novais, especialista en Derecho Constitucional y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lisboa. “Convoca a los partidos, habla con sus líderes, y encarga el Gobierno a quien pueda contar con un apoyo mayoritario en la Asamblea de la República. Históricamente ha sido un proceso bastante directo”.
Sin embargo, este año ha sido excepcional en que el partido más votado ni ha logrado la mayoría absoluta por sí sólo, ni cuenta con el apoyo de los otros partidos en la Cámara. Este año también ha sido excepcional porque el Presidente de la República es el conservador Aníbal Cavaco Silva, un histórico político de la transición lusa que detesta a la izquierda. Mientras que un Presidente más prágmatico habría apostado por entregarle el Ejecutivo al partido que podía demostrar tener el apoyo mayoritario de la Cámara –en este caso, el Partido Socialista de António Costa–, Cavaco Silva aludió a la históricas tradiciones de Portugal para encargarle el Gobierno al partido más votado.
“El problema surge cuando tienes un Jefe de Estado que rehúsa olvidar su pasado político”, afirma Reis Novais. “Constitucionalmente no ha hecho nada mal –nuestra Constitución no especifica que tenga que mantenerse neutro–, pero queda mal que el Presidente de la República dé discursos tachando a la izquierda de ‘inestable’”.
El resultado ha sido un mes perdido, entre que Passos Coelho formó su Ejecutivo y presentó el programa de gobierno, cuyo rechazo provocó la dimisión del mismo.
El drama portugués todavía no ha concluido, pues el presidente de la República sigue teniendo la responsabilidad de nombrar al próximo primer ministro de Portugal. Cavaco Silva tendrá que decidir si finalmente le encarga el Gobierno a Costa, intenta mantener el Ejecutivo de Passos Coelho en funciones hasta poder celebrar comicios nuevamente el verano que viene, o nombrar un gobierno tecnocrático de iniciativa presidencial.
En España el nombramiento del presidente del Gobierno está regido por el Artículo 99.1 de la Constitución, que establece que “después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos constitucionales en que así proceda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno".
Dado que el candidato a la Presidencia requiere que el programa político del Gobierno que pretende formalizar consiga la confianza del Congreso de los Diputados, sea por mayoría absoluta en la primera vuelta, o por mayoría simple en una segunda, celebrada 48 horas más tarde, el candidato tendría que contar con el apoyo de la mayoría del Congreso.
¿Podría pasar en España?
La pregunta del millón es cómo se gestionarían las hipotéticas coaliciones de Gobierno en España. El último barómetro del CIS otorga al PP un 29,1% de los votos y mantiene al PSOE como segunda fuerza política con un 25,3%. Entretanto, Ciudadanos logra un 14,7% y Podemos cae al 10,8%. Muy por detrás queda el 4,7% de Izquierda Unida, el 2,9% de CDC y el 2,2% de ERC.
Se hablado mucho de un Gobierno popular apoyado por Ciudadanos, idea que fue descartada rotundamente por Albert Rivera esta semana, que aseguró que se mantendrá en la oposición si no es elegido presidente del Gobierno. Por su parte, también se han imaginado escenarios en los que los Socialistas pactan con Podemos y otras fuerzas de la izquierda.
Lo más probable es que, al igual que en Portugal, la incógnita no se resuelva hasta que se celebren las elecciones. Según los propios líderes de la izquierda lusa –cuya unión pragmática era absolutamente descartada, dada la enemistad histórica de los partidos, hasta hace poco más de un mes–, las negociaciones no comenzaron a fraguarse hasta conocerse los resultados la noche de los comicios.
“España y Portugal son países distintos, pero no me sorprendería nada si lo que ha pasado aquí pasa al otro lado de la frontera en diciembre”, opina el analista Oliveira e Silva. “Estamos ante un nuevo escenario político, y la realidad constitucional permite composiciones de Gobierno hasta ahora inéditas”.
“Por un lado, sí es verdad que estas nuevas composiciones dan un poder descomunal a los partidos más pequeños que ayudan mantener a un Gobierno minoritario en poder. Pero quizá también señale una evolución por nuestra parte, acercándonos más al modelo de hacer política típico en el norte de Europa, dónde no gana el tener más votos, sino el tener mayor capacidad de negociación y compromiso”.