Los portugueses están hartos de campañas políticas y el desgaste es evidente en las calles. “¡Por favor, que termine ya!”, exclama Vasco Cândido, farense de 30 años. “Tengo la sensación de que desde hace un año estamos sumidos en precampañas y campañas eternas. Mire a donde mire, ahí está algún candidato, o pidiendo mi voto, o descalificando a algún rival. ¡No puedo más!”.
El joven elector no se equivoca: para un país en el que generalmente no se habla mucho de política, los últimos doce meses han estado dominados por la materia. Ya en enero de 2015 empezaba la larga precampaña para las elecciones legislativas del pasado 4 de octubre, un esfuerzo maratoniano en el que el conservador Pedro Passos Coelho luchaba para conseguir un segundo mandato tras cuatro años de duros recortes, y el socialista António Costa intentaba demostrar que era la persona adecuada para tomar las riendas del país y poner fin a la austeridad.
Los resultados inciertos de los comicios –en los que ninguno de los partidos consiguió una mayoría parlamentaria– sumaron al país en un estado de caos político a lo largo de ocho semanas. Durante este periodo, Portugal tuvo su Gobierno más efímero –el segundo Ejecutivo de Passos Coelho, que sobrevivió apenas 12 días antes de hundirse–, y fue testigo del nacimiento de una insólita alianza de la izquierda.
La unión de los diputados del Partido Socialista Portugués (PS), los marxistas del Bloque de Izquierda (IU) y el Partido Comunista Portugués (PCP) permitieron que Costa se convirtiera en primer ministro del país, con su Ejecutivo minoritario sustentado por el apoyo parlamentario de las otras dos formaciones.
Sin embargo, las largas negociaciones requeridas para conseguir esos apoyos, y las delicadas charlas que han sido necesarias para lograr la aprobación de cada medida presentada por el nuevo Gobierno en la Asamblea de la República, han cansado al público. Un público que vuelve a estar llamado nuevamente a las urnas el domingo, esta vez para decidir quién será el próximo presidente de la República.
Un número récord de diez candidatos se presentan como aspirantes al cargo, un puesto que carece de poder ejecutivo real y que históricamente ha sido más protocolario que poderoso, pero que cobra un peso tremendo en el contexto del frágil estado político del país.
El poder de Belém
Alejado del centro de Lisboa y separado de la ciudad por el Puente 25 de Abril, el barrio lisboeta de Belém destaca tanto por los famosos pasteis de nata elaborados ahí, como también por ser donde se ubica el elegante Palacio de Belém, sede de la Presidencia de la República. El suntuoso edificio ha sido una metáfora para la figura del presidente, una representación de lo institucionalmente mejor del país: elegante, formal, tradicional, pero sin función particularmente evidente. Lo que en España denominaríamos un jarrón chino, en Portugal es el Palacio de Belém.
“Tradicionalmente, el puesto ha tendido a ser protocolario”, explica Jorge Reis Nováis, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Lisboa e investigador del Centro de Investigción de Derecho Público luso. “Cuando el Gobierno es fuerte, las funciones del presidente son limitadas, ya que el sistema es semi-presidencialista, parecido al modelo francés pero con la excepción de que en Portugal el presidente no gobierna”.
A efectos prácticos, tradicionalmente el Presidente sirve en una función representativa y protocolaria, representando al país en el exterior y recibiendo a los Jefes de Estado de otros países, promulgando las leyes aprobadas por la Asamblea de la República, nombrando determinados altos cargos del Estado, ejerciendo la Jefatura del Ejército y representando un eje neutro en el contexto político portugués.
Sin embargo, cuando el Gobierno es minoritario la Presidencia adquiere un poder enorme. “El Presidente de la República es la única persona que puede disolver el Parlamento, y constitucionalmente lo puede hacer prácticamente cuando quiera”, explica Reis Nováis, que fue asesor de Asuntos Constitucionales de los primeros ministros Jorge Sampaio y José Sócrates. “También decide cuándo se celebran las elecciones legislativas, algo que puede ser decisivo para un partido según el momento que le pille”.
El presidente saliente, el conservador Aníbal Cavaco Silva, utilizó esta función para intentar controlar los resultados de las últimas elecciones legislativas, evitando convocar los comicios a principios de 2015, cuando las encuestas indicaban que el socialista Costa ganaría con una amplia mayoría. En vez, esperó hasta el último momento posible para disolver al Parlamento, permitiendo así que Passos Coelho disfrutara de la ventaja electoral proporcionada por la leve mejora de la economía lusa durante la segunda mitad del año pasado. Passos Coelho ganaría las elecciones, pero sin la mayoría parlamentaria que le permitiera gobernar.
“El presidente también tiene derecho a vetar leyes según su propio criterio, algo que puede ser influyente dado la frágil mayoría parlamentaria de la izquierda. Teniendo en cuenta que el primer ministro tiene la obligación de reunirse con el presidente de la República cada semana, está claro que un Jefe del Estado fuerte puede presionar a un Jefe del Gobierno débil, e influenciar las decisiones del Gobierno”, dice Reis Nováis. “La mera amenaza de un veto o, peor, la disolución del Parlamento, es suficiente para que muchos primeros ministros cambien de rumbo político”.
Una presidencia personalista
Entre los diez candidatos que se presentan en estas elecciones, el gran favorito es el catedrático de Derecho y político de centro derecha Marcelo Rebelo de Sousa, fundador del Partido Social Demócrata (PSD) y figura omnipresente en la política lusa desde la Revolución de los Claveles.
Con 51% de los votos según las últimas encuestas de Intercampus para la cadena TVI y el diario Público, es probable que el candidato –que se ha convertido en una de las figuras más reconocidas del país gracias a su presencia como comentarista político en la televisión a lo largo de los últimos cinco años– consiga la Presidencia, siempre y cuando el abstencionismo –que fue del 43,07% en los últimos comicios legislativos– no le obliguen a presentarse a una segunda vuelta.
Aunque es llamativo que un político de centro derecha llegue a Belém apenas dos meses después de que la izquierda se hiciera con el Ejecutivo, Reis Nováis indica que en Portugal el color político de un presidente importa menos que su personalidad. “Nuestros primeros dos presidentes democráticos fueron militares, y desde entonces se estableció la tradición de Jefes de Estado neutros”, dice Reis Nováis. “Se espera que ellos rompan con sus partidos”.
Una excepción notable fue la de Cavaco Silva, el presidente saliente, que intentó evitar nombrar al Ejecutivo socialista de Costa este pasado otoño e insistió en encargar la formación de Gobierno a su socio de partido, Passos Coelho, pese al hecho de que no contaba con mayoría suficiente para que su programa sobreviviera en la Asamblea de la República.
“El caso de Cavaco Silva fue excepcional, y por eso los portugueses le han dado la espalda desde otoño. Abandona la presidencia completamente desprestigiado, con los peores índices de popularidad de la historia democrática del país. Pero su decisión fue más por debido a su rechazo personal de la izquierda que por motivos políticos”.
El ‘profesor Marcelo’ en Belém
Según Reis Nováis, la personalidad del probable próximo presidente de la República puede influir en cómo ejerce el puesto, y cómo se desarrolla el futuro del actual Gobierno socialista del país.
“Por un lado, la faceta de Rebelo de Sousa como comentador político y periodista –pues fue director del diario Expresso durante los años ochenta, y ha sido columnista durante su vida entera– señala que la Presidencia podría resultar más próxima al ciudadano medio. Cavaco Silva detestaba a los medios y evitaba pronunciarse públicamente sobre los temas de la actualidad, a veces manteniendo al país en vilo, a la espera de que tomara una decisión clave”.
“Al ‘profesor Marcelo’, en cambio, le encanta hablar, tanto con los medios como con el público llano. Puede ser genial para acercar la figura del presidente a la gente de a pie, pero podría ser terrible para el Ejecutivo si Rebelo de Sousa se siente contrario a alguna medida que intentan aprobar en el Parlamento”, avisa el académico.
Sin embargo, las relaciones personales del candidato también podrían favorecer al Gobierno Costa. “Es ampliamente conocido que Rebelo de Sousa y el actual líder del PSD, Pedro Passos Coelho, se detestan”. “Rebelo de Sousa atacaba las políticas de Passos Coelho desde su espacio de comentario político semanal, y el ex primer ministro conservador intentó bloquear su candidatura, declarando que el PSD no podía ser representado por una especie de payaso mediático”.
“Durante la campaña, el candidato ha dicho que hará todo lo posible para que el actual Gobierno minoritario cumpla con su mandato de cuatro años… Y dado que la otra opción es que se celebren elecciones y que posiblemente vuelva Passos Coelho, es probable que Marcelo realmente trabaje para ayudar al Ejecutivo”, concluye Reis Nováis. “Siempre que no lo eclipse con su personalidad, Marcelo Rebelo de Sousa podría ser el mejor aliado de António Costa durante los próximos cuatro años”.