El viejo refrán dice que más vale buen vecino que pariente ni primo, y en el caso de Pedro Sánchez parece que los compañeros del Partido Socialista Portugués (PSP) le son de mayor ayuda que los barones españoles. Con intención de examinar el difícil escenario postelectoral en España, y la posibilidad de recrear la inédita alianza de izquierdas que sostiene el actual Gobierno socialista en Portugal, el líder del PSOE se ha desplazado a Lisboa el jueves para reunirse con el primer ministro luso, António Costa.
Aunque Sánchez acudió a la cita con Costa en la céntrica sede del PSP acompañado por Iratxe García, la encargada de temas europeos del PSOE, el líder de los socialistas españoles no se desplazó al país vecino para hablar sobre asuntos comunitarios en un momento tan crucial tanto para el futuro político de España, como para el suyo propio.
Por lo contrario, la minicumbre socialista parece haberse enfocado exclusivamente en el análisis de cómo Costa logró el milagro el pasado octubre al convertir su derrota en los comicios legislativos en la milagrosa alianza con los marxistas del Bloque de Izquierda (BI) y el Partido Comunista Portugués (PCP) que le llevó a ser nombrado primer ministro de Portugal.
En declaraciones ante la prensa después de verse con el portugués, Sánchez dejó claro que el modelo Costa es el que quiere seguir, y explicó que juntos habían analizado los pactos entre los distintos partidos de la izquierda que habían facilitado el actual Gobierno socialista minoritario del país. Sánchez reafirmó que no entrará en una gran coalición con el Partido Popular y declaró que, en caso de que Mariano Rajoy fracase en su intento de formar Gobierno, presentará una alternativa de izquierdas.
“El PSOE asumirá su responsabilidad y tenderá la mano”, sentenció Sánchez. “Si el PP fracasa en su intento de formar gobierno, el Partido Socialista convocará una gran coalición de fuerzas progresistas para liderar el cambio que necesita España”.
Historia de dos socialistas
Por muy vecinos que sean España y Portugal sus líderes políticos no tienden a “compartir apuntes”. Incluso durante los muchos periodos en los que los dos Estados han tenido jefes de gobierno del mismo estilo o color político –desde la época de las dictaduras de Franco y Salazar, pasando por los periodos socialistas de Felipe González y Mário Soares, Zapatero y José Sócrates, o incluso Rajoy y su compañero en la austeridad, Pedro Passos Coelho–, los contactos han sido cordiales pero distantes. En el caso de Pedro Sánchez, sin embargo, la trayectoria política reciente de António Costa se parece tanto a la suya que no sorprende que el líder español mirara hacia la capital portuguesa para orientarse.
Tanto Costa como Sánchez fueron elegidos secretarios generales en primarias complicadas en 2014 y ambos han tenido que lidiar con oposición de los barones de sus respectivos partidos casi desde el primer momento. Ambos inicialmente aparecieron como representantes de un relevo generacional y de imagen dentro del socialismo ibérico; ambos fueron duramente criticados por no cumplir con las expectativas de cambio que exigían los votantes de la izquierda. Bajo sus respectivos liderazgos, ambas ramas socialistas perdieron las últimas elecciones legislativas y, tal y como hizo Sánchez hace unas semanas, Costa asumió la responsabilidad por la derrota a la vez que descartaba dimitir como secretario general de su partido.
Al igual que Sánchez la noche del pasado 20 de diciembre, la noche del 4 de octubre Costa se encontró con resultados electorales que revelaban un Parlamento completamente fraccionado y sin partido capaz de formar un gobierno mayoritario por sí solo. La coalición conservadora de Passos Coelho había ganado las elecciones, pero con sólo 107 diputados se había quedado a nueve escaños de la mayoría parlamentar. Los históricamente enemistados partidos de la izquierda se dividían el resto de los escaños: los socialistas contaban con 86 diputados, seguidos por los bloquistas con 19, y los comunistas con 17.
La diferencia clave en estas dos historias, hasta entonces paralelas, es que el pasado otoño Portugal contó con una izquierda con el objetivo común imperante de acabar con las duras políticas de austeridad del Gobierno conservador de Pedro Passos Coelho, con el añadido adicional que en el país vecino no existen 'líneas rojas' territoriales que entorpezcan las negociaciones entre los mismos.
Negociaciones a la portuguesa
Las negociaciones entre los partidos de la izquierda no fueron fáciles. Las diferencias fundamentales entre los socialistas, bloquistas y comunistas son tales que en 40 años de democracia nunca se había planteado semejante alianza. Sin embargo, la buena voluntad de los bloquistas y comunistas –que ofrecieron apoyar un Gobierno alternativo liderado por Costa desde la misma noche electoral– hizo posible llegar a un acuerdo.
En declaraciones a EL ESPAÑOL, Mário Centeno, actual ministro de Finanzas del Gobierno Costa y uno de los principales negociadores del pacto entre las fuerzas de la izquierda, explicó que se trató de “una serie de conversaciones en las que nos dedicamos a realmente escucharnos los unos a los otros”. “Todos tenemos nuestras posiciones, algunas muy antiguas ya que se tratan de partidos que en algunos casos tienen más de un siglo de historia. Pero la base de negociar es aprender a ceder”.
Los temas sociales fueron fáciles de tratar: todos estaban de acuerdo en aprobar la adopción por parte de los matrimonios homosexuales, facilitar el acceso a la reproducción asistida y revocar la polémica ley del aborto del anterior Gobierno, además de la supresión de una serie de exámenes nacionales que estaban mal vistos por los sindicatos de profesores.
Mucho más complicados fueron los temas financieros, ya que los socialistas se veían en la posición complicadísima de mantener un gasto público reducido para cumplir los compromisos económicos de Portugal con Bruselas y el FMI, mientras que los bloquistas y comunistas exigían la derogación inmediata de todas las medidas de austeridad impuestas por el anterior Gobierno.
Entre otros temas, los representantes de los partidos pasaron largas horas debatiendo la paralización de la privatización de los transportes de Lisboa y Oporto, la restauración de los festivos suprimidos por indicación de la troika y la reposición de los salarios recortados de los funcionarios públicos. También hubo dificultad en llegar a un acuerdo sobre el aumento del salario mínimo (en su programa electoral los socialistas sólo se comprometían a “estudiar” el asunto, mientras que los comunistas exigían subirlo de 405 euros a 600 de manera inmediata; al final pactaron subirlo a 530 este año), y pactar la eliminación de la sobretasa sobre el IRPF (los bloquistas y comunistas abogaban por la eliminación inmediata de los mismos, mientras los socialistas pedían una reducción escalonada a lo largo de varios años; finalmente acordaron suprimirlo para los más pobres este año, y de manera progresiva para el resto de los ciudadanos).
“Fueron muchas horas, sesiones maratónicas”, recuerda Centeno, “pero fueron fructíferas. Nadie consigue todo lo que quiere, pero juntos podemos conseguir más que por separados”. El espíritu del esfuerzo unido, pero individual, quedo claro en las Posiciones Comunes –no pactos– resultado de las reuniones, dos acuerdos individuales –uno entre bloquistas y socialistas, el otro entre socialistas y comunistas– cementando una alianza general. Una alianza que provocó la dimisión de Pedro Passos Coelho al votar en contra de su programa de gobierno el pasado noviembre, y que votó en masa a principios de diciembre para dar su apoyo al Ejecutivo minoritario de Costa. Un Ejecutivo socialista sin integrantes bloquistas y comunistas, pero fundamentalmente condicionado por los dos partidos de los que depende para gobernar.
¿Un modelo lisboeta para Madrid?
António Costa logró el milagro de pasar de ser el gran derrotado de las elecciones legislativas a convertirse en primer ministro de Portugal. No obstante, es un primer ministro sobre el cual cuelga la espada de Damocles de una alianza incierta.
Para conseguir llegar a posiciones comunes, los tres partidos evitaron entrar en los temas fundamentales más espinosos que les dividen: los bloquistas abogan por la salida del euro y un sistema financiero alternativo, mientras que los comunistas siempre se han opuesto a la presencia de Portugal en la OTAN. Por el momento no han surgido situaciones que desaten un conflicto entre los aliados sobre estos temas, pero otras sorpresas políticas ya han provocado enfrentamientos entre los tres.
En diciembre, la inexplicable resistencia de los comunistas a tratar el tema de la restauración de los festivos provocó descontento en las filas socialistas, que querían anunciar la derogación de la polémica medida de la austeridad cuanto antes. La venta repentina de la aerolínea estatal TAP, llevada a cabo por el Ejecutivo de Passos Coelho cuando su Gobierno se encontraba en funciones, también dejó claro las diferencias entre los diferentes partidos: los comunistas quieren su renacionalización íntegra, mientras que los socialistas se contentarían con que el Estado tuviese un control accionarial mayoritario de la empresa. Y en las últimas semanas, todos han estado en pie de guerra por las distintas intervenciones que del Estado en varios bancos portugueses, desde Novo Banco a Banif, cuya polémica venta al Santander –con saneamiento multimillonario pagado por los contribuyentes incluido en el paquete– ha enfurecido a comunistas y bloquistas igualmente.
Aunque hasta ahora no han amenazado explícitamente con derrocar el Ejecutivo, la realidad es que al no haber entrado en el Gobierno, tanto el BI como el PCP podrían retirar el apoyo y provocar la caída de Costa en cualquier momento. Al encargarle el Gobierno al socialista, el saliente Preisdente de la República, Aníbal Cavaco Silva, enfatizó su disgusto con entregarle el poder a una alianza sin “garantías de una solución alternativa, estable, duradera y creíble”. Desde la propia alianza, los comentarios sobre una larga colaboración entre todos tampoco son particularmente alentadores.
“No evitamos convergencias, pero tampoco eludimos nuestras diferencias. Nuestros compromisos son con el pueblo”, aseguró João Oliveira, líder del grupo parlamentario comunista a EL ESPAÑOL.
Por su parte, el diputado socialista João Galamba mostró algo más de confianza. “Tenemos un acuerdo entre todos y la legislatura es de cuatro años. Estamos empeñados en que resulte bien. Queremos que sea así”.
Poco más de un mes después de asumir el cargo, el Gobierno Costa es estable dentro de la inestabilidad. Dado la enemistad histórica entre los tres principales partidos de la izquierda lusa y el final aparente feliz que ha tenido la alianza entre los mismos, tiene sentido que Sánchez se sirva del modelo de Costa para entablar sus propias reuniones con Podemos y otros partidos del fraccionado Parlamento español. Sin embargo, es obvio que los pasteis de Belém y las vistas sobre el Tajo no son lo único que diferencian a Lisboa de Madrid.
Como factor base, aunque el Bloque de Izquierda y Podemos pertenezcan a la misma familia política, son partidos radicalmente diferentes; en Portugal no ha habido un fenómeno popular comparable con el de Podemos, ni semejante ascenso en términos de votos para un partido tan nuevo. Por mucho que era el gran derrocado de las elecciones del 4 de octubre, el PSP de Costa contaba con un amplio margen de diferencia con los otros partidos de la izquierda, por lo que no existía la misma rivalidad evidente entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias (en estas últimas elecciones el PSOE consiguió 5,530,779 votos, versus los 5,189,563 que logró Podemos).
No obstante, la diferencia clave entre las negociaciones llevadas a cabo el pasado otoño en Portugal y las reuniones que podrían tener lugar en España es el factor catalán. Simplemente no existe un debate territorial en Portugal, ni zonas del país con aspiración independentista. Por mucho que socialistas, bloquistas y comunistas lusos tengan valores distintos, todos pertenecen a una gran familia de la izquierda. Los bloquistas defienden la salida del euro, los comunistas abogan por la salida de la OTAN, pero ninguno de los dos partidos hizo de estos asuntos líneas rojas en sus reuniones con los socialistas. Mientras Pablo Iglesias mantenga la celebración de un referéndum en Cataluña como una exigencia fundamental para una alianza de izquierdas, parece poco probable que las negociaciones con Sánchez lleguen a buen puerto.