La noche del viernes 11 de diciembre David Duarte ingresó con diagnóstico grave en el Hospital de São José, uno de los principales hospitales de la capital portuguesa, trasladado urgentemente desde el hospital de la ciudad vecina de Santarém. El joven de 29 años se había presentado allí horas antes con fuerte dolores de cabeza, parcialmente paralizado e incapaz de hablar, y se le había diagnosticado una aneurisma cerebral. La sangre ya se había extendido por su cerebro y la gravedad del caso requería una intervención urgente.
Sin embargo, la operación tendría que esperar. Los médicos del São José explicaron a la familia del paciente que el equipo especializado de neurocirugía del hospital no operaba durante los fines de semana, por lo que lo más pronto que se podía programa la intervención era el lunes. Según Elodie Almeida, la novia del joven, uno de los médicos lamentó la situación con una resignación escalofriante: “Lástima que se haya puesto malo un viernes por la tarde”.
El estado físico de Duarte empeoró según avanzaba el fin de semana. Pasó la noche del viernes vomitando, y el sábado tenía enormes dificultades en respirar. Debido a su delicado estado, el domingo los médicos restringieron el acceso al paciente y le sometieron a un coma inducido. Alarmados con su deterioro, los familiares del joven preguntaron si sería posible transferirle a otro hospital que tuviera un equipo especializado dispuesto a realizar la operación antes de lunes, pero los médicos rechazaron esta opción sin mayor explicación, limitándose a decir sólo que “no sería adecuado”.
A lo largo de la mañana del lunes los familiares de Duarte llamaron al São José periódicamente para intentar conocer los resultados de la operación, pero las recepcionistas les indicaban que no tenían información al respecto. Cuando finalmente consiguieron hablar con una enfermera por la tarde, ésta les avisó de que la operación no había tenido lugar y les pidió que se desplazaran al Hospital cuanto antes. Al llegar, los médicos confirmaron lo que más temían: el joven no había conseguido aguantar hasta la intervención y pocas horas antes de que se realizara se había declarado su muerte cerebral. La operación para llevar a cabo la donación de sus órganos tendría lugar esa misma tarde.
Una muerte evitable
El día después de la muerte de Duarte el diario Expresso publicó una carta demoledora en la que la novia del joven relataba las circunstancias de su fallecimiento. El texto provocó un escándalo sin precedentes en Portugal. Nadie conseguía comprender cómo uno de los principales hospitales del país había permitido una tragedia tan evitable.
La polémica fue a mayores cuando el Centro Hospitalario de Lisboa Central –la entidad pública de la que depende el São José– confirmó que el Hospital llevaba sin equipo especializado de neurocirugía que operara durante los fines de semana desde al menos abril de 2014. En cuestión de horas, el Ministerio de Sanidad del nuevo Gobierno socialista abría una investigación para analizar lo ocurrido, a la vez que dimitía el presidente de la Administración Sanitaria Regional de la capital, además de los presidentes de los respectivos Consejos de Administración de los Centros Hospitalarios de Lisboa Centro y Norte.
En una declaración conjunta, los administrativos salientes señalaban a los recortes en la sanidad pública llevados a cabo por el recientemente derrocado Gobierno conservador de Pedro Passos Coelho como principales responsables del desbarate. Una de las medidas de austeridad implementadas por el anterior Ejecutivo había sido el recorte de la remuneración por horas extras trabajadas por sanitarios en fines de semana, y al tratarse de turnos voluntarios muchos especialistas habían optado por trabajar exclusivamente entre semana. Aunque el Hospital de São José contaba con dos neurocirujanos de guardia 24 las horas al día, para llevar a cabo la compleja intervención que necesitaba Duarte se requería la presencia de un equipo más numeroso, cuyos integrantes sólo trabajaban en días laborales.
“Los hospitales no tuvieron acceso a los recursos humanos para hacer frente a situaciones como las de este paciente”, declaraba Luís Cunha Ribeiro, el presidente saliente de la Administración Regional, en su carta de dimisión. “Pero a partir de este momento la situación ya ha sido solucionada, puesto que el Ministerio de Sanidad nos acaba de autorizar a reestablecer los equipos que puedan responder a este tipo de caso, pase cuando pase”.
En efecto, apenas 48 horas después de la muerte del joven, el Ministerio de Sanidad anunciaba que el Hospital de São Jorge volvería a tener un equipo especializado de neurocirugía de guardia los fines de semana.
Entretanto, el caso pasaba a ser un asunto de debate estatal. Casi un mes después de su fallecimiento, el nombre del joven es invocado continuamente en el Parlamento, donde los diputados de la izquierda le consideran un mártir de las despiadadas políticas del anterior Ejecutivo.
“El anterior Gobierno aplicó recortes ciegamente, sin pensar en las consecuencias”, dijo Moisés Ferreira, diputado del Bloque de Izquierda y miembro de la Comisión Parlamentaria de Salud a EL ESPAÑOL. “Atacó las condiciones de trabajo de los funcionarios públicos, entre ellos los salarios de los profesionales sanitarios. David Duarte murió por culpa de las políticas de austeridad impuestas a lo largo de estos últimos cuatro años. Murió por culpa del Gobierno que las aplicó”.
Un problema sistemático
Lo trágico de la historia de David Duarte es que, por mucho interés mediático que haya suscitado, su caso no es excepcional, sino tristemente habitual. Por escandaloso que resulte el fallecimiento evitable de un joven de 29 años, morir a la espera de una intervención en un hospital público no es inusual en Portugal, un país en el que cada año perecen decenas de personas en circunstancias similares. Sólo en el Hospital de São José al menos cinco pacientes murieron en condiciones idénticas a las de Duarte durante los últimos dos años.
No obstante, en declaraciones a EL ESPAÑOL, médicos de los principales hospitales de la capital lusa denunciaron que casos como los del joven no son exclusivamente achacables a las medidas de austeridad impuestas por el anterior Gobierno, sino que evidencian los problemas de organización endémicos del sistema hospitalario portugués desde hace décadas.
“Los recortes ciertamente han provocado el empeoramiento de los servicios”, declara R.H., especialista residente del Hospital Santa María, el centro hospitalario más grande de Portugal, que prefiere mantener el anonimato por temor a represalias administrativas. “Las cargas horarias son inconcebibles. Yo trabajo una media de entre 80 y 100 horas cada semana y mi sueldo es de 2.000 euros mensuales. Muchos médicos se han pasado al sector privado, otros han buscado trabajo fuera del país, y es verdad que empiezan a faltar especialistas de anestesiología, por ejemplo. Pero es que el caso de David Duarte no tiene nada que ver con eso, sino con una serie de fallos organizativos”.
El también anónimo M.F., médico residente del Hospital de São José, indica que la austeridad puede explicar por qué un hospital carece de un equipo especializado dispuesto a realizar la intervención en horario de fin de semana, “pero los recortes no justifican que se traslade a un paciente los 80 kilómetros que separan al Hospital de Santarém del de São José sin antes comprobar que el hospital contaba con los efectivos para llevar a cabo una intervención urgente”.
“Dada la gravedad del estado del joven, se trata de una falta de previsión escandalosa”, opina M.F. “Lo triste es que este tipo de cosas pasa todo el tiempo”.
La capital lusa acoge a varios hospitales denominados “de referencia” porque están equipados para recibir casos especialmente complejos o que requieren intervenciones urgentes. R.H. explica que uno de ellos es el Hospital de Santa María –que se encuentra a apenas seis kilómetros del São José– “y que tiene dos salas de operaciones disponibles las 24 horas al día para hacer frente a cualquier emergencia, sea cual sea el día o la hora”.
“Cabe la posibilidad que un paciente no pueda ser atendido al momento en algún caso extremo porque ambas salas estén siendo utilizadas, pero aun así nunca hemos tenido que dejar un caso urgente para el próximo día, y mucho menos para el próximo lunes”, dice R.H. “En el caso de Duarte, la solución hubiese sido pedir su traslado a un hospital de referencia con un equipo listo para operar cuanto antes. Incluso si su estado era demasiado grave para transferirlo, los administradores de hospital podrían haber convocado al equipo especializado de manera extraordinaria”.
“Lamentablemente pervive un dejadísimo particularmente luso en la gestión de los hospitales, una mentalidad que se resiste al cambio”, sentencia M.F. “Nadie se planteó trasladar al joven por segunda vez, posiblemente porque hacerlo hubiese requerido un esfuerzo especial, o reconocer que su traslado inicial a éste hospital no había sido particularmente inteligente”.
“La inacción no fue por mala fé, sino por costumbre: lo ‘normal’ era operar entre semana, y nadie se planteó romper con esa costumbre pese a que era probable que el chaval iba a morir si no lo hacían. Seguimos viviendo en un país en el que conviene que enfermes entre las 9 y las 20 horas, y estrictamente entre semana”, concluye.
Cambios que no llegan
Fuera de Lisboa, los fallos en la organización del sistema hospitalario resultan aún más notables. “El recorte de los salarios durante la crisis y la histórica falta de condiciones que incentiven a que médicos acepten puestos en el interior del país implica que muchísimos hospitales regionales –incluso en poblaciones grandes como Faro o Beja– no cuenten con equipos especializados para determinadas urgencias”, explica R.H.
“Al encontrarse a más de 200 kilómetros de los hospitales de referencia más cercanos, los ciudadanos de estas zonas se encuentran con el factor distancia como obstáculo adicional dentro de un sistema que es caótico por sí mismo”.
Desde hace décadas, Gobiernos tanto de izquierdas como de derechas han prometido remediar esta situación. Se han construido nuevos hospitales y gastado sumas multimillonarias en equiparlos con la última tecnología, pero la gestión efectiva de sus equipos humanos sigue siendo una tarea pendiente.
Los profesionales sanitarios denuncian que, incluso tras casos tan mediáticos como el de Duarte, las respuestas gubernamentales se limitan a parches temporales que sólo responden a conflictos muy concretos, como el restablecimiento de los turnos del equipo de neurocirugía en fines de semanas exclusivamente en el São José.
“Siempre es más fácil resolver una situación con decretazos que realmente cambiar una organización con una estructura interior tan amplia”, dice Jorge Roque da Cunha, secretario general del Sindicato Independiente de los Médicos. “Ahora mismo se está intentando tranquilizar a la opinión pública, pero quiero creer que es un paso hacia algo racional, como una rotación de este equipo especializado entre los distintos hospitales de Lisboa”.
“Con inversiones serias, y escuchando al asesoramiento de los médicos, se podría lograr un cambio serio. Portugal ya cuenta con un sistema sanitario público excepcional, con algunos de los médicos mejor formados de toda Europa, y de los mejores hospitales del continente. Es cuestión de hacer algunos cambios integrales”, añade.
Los médicos de los Hospitales de Santa María y São José consultados por EL ESPAÑOL se muestran menos optimistas.
“Ha sido necesario una muerte evitable para realizar cambios, y no son cambios serios, sino políticos”, sentencia R.H. “Incluso las dimisiones fueron políticas: los administradores que dejaron sus cargos fueron nombrados por el anterior Gobierno y ya tenían los días contados, por lo que el sacrificio fue simbólico”.
Por su parte, M.F. está convencido de que volverán a acontecer casos como el de Duarte en el futuro ya que “la mala organización de las Urgencias en Portugal requiere reformas polémicas que ningún Gobierno está dispuesto a llevar a cabo. Sería un proceso largo, costoso, de pruebas a ciegas que probablemente se llevarían vidas de pacientes por delante, y con gran parte del cuerpo médico en contra quien se atreva a intentar implementar tantos cambios. Ningún político quiere cargar con eso”.
“Al final es un problema tanto del Gobierno –a nivel nacional y regional–, como de los administrativos y de los propios especialistas”, concluye el médico del São José. “Los de arriba no saben qué hacer, y los que estamos a pie de cañón estamos demasiado explotados como para liderar semejante cambio. No tenemos ni el poder, ni la voluntad para llevar a cabo una revolución. Se acepta lo que hay, y las muertes evitables que esa realidad implica”.
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