"El tabaco no es lo que acabará conmigo", ironiza el doctor Kamal Al Labwani, líder histórico del movimiento opositor civil sirio mientras se fuma un cigarro durante una reciente visita a Jerusalén llegado desde Suecia, el país que le concedió el derecho de asilo poco después de estallar el conflicto sirio. Artífice de la llamada Primavera de Damasco -surgida en 2001 tras la jura como presidente de Siria por parte de Bashar al Asad, una vez muerto su padre Hafez- Al Labwani se convirtió en un férreo defensor de la democracia y las libertades en Siria. Desde su puesto como médico militar había presenciado uno de los episodios más sangrientos de la historia reciente del país: la masacre de Hama (1982).
Entonces, barrios enteros de esta ciudad, históricamente combativa contra gobiernos centrales y colonialistas, fueron arrasados por el Ejército de Hafez "el León de Damasco", a fin de acabar sin contemplaciones con el levantamiento popular próximo a los Hermanos Musulmanes, el rival político e ideológico considerado terrorista por el régimen sirio gobernado por el laico y teóricamente socialista Partido Baaz. "Vi con mis ojos una auténtica carnicería", afirma el sirio.
Asegura estar hoy amenazado de muerte no sólo por el régimen de Bashar, sino también por su aliado en la región, la milicia chií de Hezbolá o incluso por el Estado Islámico (EI). "Un día empezaron a temblarme las manos y comencé a sentir taquicardias. Desde entonces, solo el tabaco me tranquiliza. Total, cualquier día de estos me matan", añade Al Labwani. "Créeme, fumar no es el mayor de mis males", apostilla el médico con sarcasmo.
Una celda para 60 personas en una cárcel de Asad
Su activimo político en el seno de la sociedad civil siria le llevó a la cárcel de Adra, en las afueras de Damasco, hasta en dos ocasiones (2001-2004 y 2005-2011). Al término de su primera condena, este médico se dedicó a viajar por Europa y Estados Unidos impulsando la creación de una plataforma formada por grupos pro-democracia y derechos humanos para recavar en el exterior apoyos en pos de la oposición en su país. "¡Incluso llegué a la Casa Blanca!", exclama. Al Labwani fue, de hecho, el primer disidente procedente de Siria en ser invitado a plantear su caso ante la Administración estadounidense.
Viajes al exterior que, sin embargo, le costaron un nuevo encarcelamiento a su regreso a Damasco en 2005 y una condena de doce años más de cárcel por "comunicación con un país extranjero e incitación al inicio de una agresión contra Siria". Esta vez le ingresarían en el ala de "presos peligrosos" y estaría hacinado con 60 reos más, relata.
Una pena que terminaría incluso siendo extendida a 36 meses más por otro tribunal militar que le acusó en 2008 de "debilitar el sentimiento nacional" e "insultar al jefe del Estado". Al Labwani había sido condenado "por la expresión pacífica de sus opiniones políticas (…), lo que está protegido por el derecho internacional", rezaba un documento redactado en 2009 por expertos en derechos humanos de Naciones Unidas, organismo que calificó la detención del sirio como "arbitraria e injusta".
El fin del infierno y el acercamiento a Israel
Pero el encierro de este activista irreductible terminaría por fin en noviembre de 2011, pocos meses después del inicio de la revuelta en Siria. "En la cárcel apenas sabía lo que estaba ocurriendo fuera. Se nos negaba todo contacto con el exterior", apunta Kamal. Su nombre terminaría figurando en la lista del millar de presos que Bashar al Asad liberaría ese año para contentar a la Liga Árabe, que entonces valoraba imponer medidas punitivas al régimen sirio por la brutal represión que ya practicaba contra la disidencia política en su país. Bashar al Asad "el reformista" -como se le conoció en los primeros momentos de su mandato- terminó siendo ya no un "león" incluso más mortífero que su padre para quienes osaran cuestionar su poder.
Una vez liberado, Kamal al Labwani y su familia huyeron de Siria y recibieron asilo político en Suecia, desde donde el activista continuó su periplo mundial con el mismo objetivo que años atrás: exponer su caso y recavar apoyos que permitieran transformar el régimen baazista de su país en una democracia real para su pueblo. Un peregrinaje que incluso le ha llevado a visitar Israel, un país con el que Siria sigue técnicamente en guerra. "Somos vecinos y podemos ser amigos", afirmó durante su primera visita en 2014, cuando asistió como invitado a la Conferencia Anual del Instituto Internacional de Contraterrorismo de Herzliya, una ciudad al norte de Tel Aviv.
"Es un hombre [Al Labwani] de profundas convicciones democráticas", afirma Moti Kahana, un empresario israelo-estadounidense que en 2010 decidió vender su empresa y con el dinero obtenido ayudar primero a la población libia y, una vez estallada la guerra en Siria, a los rebeldes que querían derrocar a Bashar al Asad. "Es cierto que también ayudé a la comunidad judía a salir de Aleppo, pero quienes realmente ayudaron fueron los propios ciudadanos sirios", afirma el empresario a pocos metros del activista a quien ha financiado el viaje a Israel.
Idea: sirios seguros en la frontera con Israel
El disidente sirio espera que el alto el fuego firmado por Estados Unidos y Rusia al que se han comprometido -con muchos matices- el régimen de Asad y un centenar de facciones opositoras, dé un respiro a sus compatriotas. "Creo que ayudará a calmar las cosas, pero no sé por cuánto tiempo, porque habrá frentes que sigan abiertos", comenta.
Al Labwani ha compartido con la mesa de conferencias del Club de Prensa de Jerusalén con Kahana para presentar la iniciativa que ha traído al país: proponer al Gobierno israelí el establecimiento de una zona segura en el territorio sirio adyacente a los Altos del Golán, zona ocupada por Israel desde 1967. Así crearían un corredor humanitario que garantizase el abastecimiento de este área a la que, aseguran, llegarían miles de refugiados si la consideran lo suficientemente segura.
Para ello, Kamal y Moti proponen la creación de grupos de milicias locales (armados por países como Arabia Saudí) que se encargasen de repeler posibles ataques de las tropas del régimen de Bashar al Asad, Hezbolá o del Estado Islámico. "No estaríamos alineados con el Ejército Libre Sirio (ELS), pues no compartimos ni la ideología ni el componente religioso. Nos dotaríamos de nuestras propias milicias de autodefensa", explica este sirio quien afirma ser el promotor de esta iniciativa "totalmente independiente".
En su momento este activista formó parte del Consejo Nacional Sirio, organismo del que dimitió antes de su disolución en 2014. Igualmente abandonó la Coalición Nacional Siria (entidad que aglutina a más grupos de la oposición y hoy reconocida por la Liga Árabe como representante legítimo de las fuerzas de oposición sirias en el exterior). "No quería ser la correa de transmisión de nadie -asegura en relación a la afinidad de muchos de esos grupos con países como Qatar, Turquía o Arabia Saudí-. Además, no me gustaba ver cómo se negociaba el futuro de mi país en los hoteles de lujo de Estambul", añade el activista.
Respecto a la idea de crear una zona segura y un corredor humanitario que salvaguardase la vida de los civiles sirios (familiares de esos milicianos miembros de los grupos de autodefensa que repelerían posibles ataques), surge una pregunta difícil de contestar: ¿cómo evitarían los bombardeos por parte de la aviación del régimen -y de su aliado, Rusia- contra los que difícilmente podrían luchar sus milicias?. "Por eso estamos aquí", responde Al Labwani. "No podemos exigir una zona de exclusión aérea por medios militares, pero sí por medios diplomáticos y por eso queremos hablar con países como Israel", comenta el médico.
Jugar la carta diplomática
Según él, el Estado hebreo tiene buenas relaciones diplomáticas con Rusia y no ha tenido nunca interés alguno en involucrarse en el conflicto sirio. "Está claro que Israel no va a acoger a los refugiados, pero sí puede ayudarles no en su tierra, sino en la mía, prestando ayuda humanitaria", puntualiza el sirio. De acuerdo con su planteamiento, apoyado por el israelo-estadounidense Kahana, la creación de una zona segura podría aliviar la crisis de desplazados que sufren países como Jordania o Turquía. "Ellos están desbordados. Lo que ofrecemos es crear un área segura adicional a la que puedan venir los sirios. Si lo sienten así, querrán volver a casa. Después, podemos pensar incluso en crear un corredor humanitario con Jordania", añade Al Labwani.
El activista ya valora recavar la ayuda de países como Alemania, Estados Unidos, Jordania o las monarquías del Golfo a donde se desplazará próximamente. "No esperamos una solución total del conflicto, pero sí empezar paso a paso, reconstruyendo la economía de una pequeña zona de Siria para luego extender esa bonanza a todas las demás", asegura Kamal.
De momento, en Israel ya se ha reunido con miembros del Ejecutivo y de la oposición a quienes plantea, según él, "una opción razonable ante lo que puede ser una oleada incontrolable de refugiados si las cosas siguen empeorando". No obstante, fuentes de seguridad israelíes consultadas por EL ESPAÑOL afirman que la iniciativa promovida por Al Labwani y Kahana "es más una utopía que una realidad". Aseguran que ya hay una decena de hospitales de campaña israelíes trabajando en territorio sirio. "Eso no lo sabe la comunidad internacional, pero veremos si pueden convencer a países como Alemania o Estados Unidos quienes no tienen ningún interés en crear una zona de exclusión aérea en la frontera con Israel".
Tenga éxito o no, Al Labwani sabe que después de visitar Tel Aviv no podrá regresar a su país, "al menos en cinco años", vaticina. "No quiero que la comunidad internacional vea a los sirios como un problema. Mi deber es intentar librarles de criminales y fanáticos", concluye Kamal. "Me parece a mí que voy a seguir fumando al menos durante una temporada más".