La cascada de acontecimientos en la crisis política brasileña reservaba un último giro sorpresivo al que le faltaba solo la confirmación oficial: el nombramiento de Luis Inácio Lula da Silva como ministro del gobierno de Dilma Rousseff. Una nota oficial del Palacio de Planalto, sede de la Presidencia brasileña, confirmó que Lula asumirá el ministerio de la Casa Civil, una suerte de jefatura de gabinete, que precisamente ocupó Rousseff antes de ser presidenta, durante los últimos cinco años de gobierno de Lula, su antecesor (2003-2010).
Ahora se invierten los papeles en una operación que se interpreta como una jugada maestra en doble dirección: por un lado, su carisma y ascendiente es la última carta para salvar a la presidenta ante la probable reapertura de un proceso de destitución, y por otro, él se protege al obtener inmediatamente aforamiento parlamentario. Ello impedirá que sea juzgado por el responsable del caso “Lava Jato”, que investiga la corrupción en Petrobras y por el que Lula fue interrogado el pasado 4 de marzo. A partir de ahora, sólo el Tribunal Supremo podrá juzgarle.
La llegada de Lula da Silva tiene implicaciones que le otorgan una nueva dimensión al futuro inmediato del país. El Partido de los Trabajadores (PT) celebra sin disimulo la vuelta del expresidente. A la vez que confía en su figura para recabar el apoyo parlamentario que necesita Rousseff para aparcar el impeachment que se reabrirá en los próximos días, cree también que su presencia puede suponer un puñetazo sobre la mesa para revertir la fragilidad política del ejecutivo. Especialmente importante resulta la capacidad para atraer parte del mayor aliado del gobierno, el PMDB, que ha anunciado que se alejará en las próximas semanas para convertirse en oposición.
Anuncio del PT
Además, su desembarque en el Planalto supone una redistribución de cuotas del poder dentro del ejecutivo. De hecho, fue eso lo que provocó la espera para anunciar su nombramiento, después de dos largas reuniones, el martes y el miércoles, con la presidenta. Varios portavoces del PT adelantaron que Lula será el interlocutor principal del Gobierno con los parlamentarios y, además, tendrá voz y voto para matizar las políticas económicas, en un momento de fuerte recesión del país (el PIB se contrajo un 3,8 por ciento en 2015).
Tal ha sido la expectación a lo largo del día, que fue un alto cargo del PT quien anunció el nombramiento antes que la Presidencia: “El presidente más popular de la historia del país decide ser ministro con el objetivo de contribuir a que Brasil salga de la crisis económica y política”, aseguró el jefe del grupo parlamentario, Afonso Florence. La oposición ya ha dicho que se opondrá a que el expresidente sea ministro por lo que entienden ser una huida de la justicia. Al respecto, Florence dijo que “el aforamiento nunca fue ni será motivo de obstaculización de investigaciones”.
Rechazo de la oposición
La oposición ha reaccionado con rapidez y dureza al nombramiento del expresidente, al que ya han calificado de “superministro”: “Se inicia el tercer mandato de Lula y termina el segundo de Rousseff. Es muy grave y sólo hundirá todavía más al gobierno, al sumar el rechazo a los dos a la vez”, afirmó Álvaro Dias, del Partido Verde.
El apoyo popular a Lula ha bajado mucho a lo largo de los últimos años: salió del poder con un 85% de popularidad. Hoy tiene un 60% de rechazo según los últimos sondeos, y su figura fue el centro de la ira de los más de tres millones de ciudadanos que se manifestaron el pasado domingo en decenas de ciudades brasileñas.
Otros partidos de la oposición ya han adelantado que recurrirán el nombramiento por “obstrucción a la justicia” respecto al escándalo de “Lava Jato”, y han aumentado las críticas a la presidenta, que, consideran, queda empequeñecida por Lula.
La reacción de los mercados ha profundizado la tendencia de toda la semana, desde que empezaron los rumores de que Lula volvería al Planalto: con una bajada de la bolsa y del real frente al dólar, deshaciendo el camino que llevó a los mejores números de los últimos meses cuando la semana pasada el expresidente estuvo contra las cuerdas.
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