La detención este viernes del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva se suma a una serie de hechos que han deteriorado la imagen del Partido de los Trabajadores -gestado, entre otros grupos, por sindicatos de izquierda- como autor del milagro económico brasilero. En los trece años que esta agrupación ha administrado el poder ejecutivo, la situación económica del país ha dado un giro copernicano.
Según estadísticas de la CEPAL y el Fondo Monetario Internacional, durante este periodo la pobreza se redujo casi 17 puntos porcentuales y la pobreza extrema se contrajo hasta llegar al 6,1%. La tasa de desempleo alcanzó cifras envidiables (5,5%) y el Índice de Gini, que mide la desigualdad, también presentó mejoras sustantivas.
La subida de los salarios mínimos y la expansión del consumo mediante la promoción del crédito favorecieron el crecimiento
Varios son los factores causantes de este proceso. El primero, la coincidencia del gobierno del PT con un ciclo ascendente en el precio de las commodities. Esta es una variable sobre la que las autoridades brasileras tenían nula o reducida capacidad. Todos los otros elementos sí le deben ser atribuidos. Entre éstos se encuentran la consolidación de esquemas de transferencias monetarias condicionadas, la subida de los salarios mínimos y la expansión del consumo mediante la promoción del crédito.
Esta combinación dio lugar a un círculo económico virtuoso por el que Lula, como líder, y la agrupación a la que pertenece eran admirados en todo el mundo. El estudio de su modelo era una constante, tanto en foros académicos como diplomáticos. Claro ejemplo de todo ello es cómo pasó a ser escuchada la voz de Brasil en el G-20 o en las cumbres de BRICS.
Ese tiempo ha terminado. Se ha visto con fuerza en el terreno económico y en la esfera política. A día de hoy, no parece distinguible una dirección causal. Por el contrario, se percibe un mutuo reforzamiento en el deterioro de ambas dimensiones. En el campo económico, la potencia sudamericana viene sufriendo un proceso de contracción. Según estadísticas dadas a conocer esta semana por el Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística, la economía retrocedió el 3,8% en 2015. A la vez, ese año desaparecieron un millón de puestos de trabajo.
La bipolarización política y la multiplicación de escándalos de corrupción se ha acentuado
En el ámbito político, la multiplicación de escándalos de corrupción se suma a la existencia de una sociedad que, según pudo comprobarse en la última elección presidencial, en 2014, se encuentra en una situación de perfecta división en mitades políticas: 51,6% para el oficialismo y 48,4% para la oposición. Este rasgo es delator de la presencia de un escenario saludable para la calidad de la democracia: la oposición cuenta con amplios márgenes de veto y controla la acción gubernamental. Sumado a ello, debe recordarse que durante el bienio 2013-2014 se observó un interesante movimiento colectivo por el que históricos y nuevos miembros de la clase media reclamaron mayor calidad en la prestación de servicios públicos.
Aunque la corrupción no es patrimonio exclusivo del PT, pues es transversal a todas la fuerzas políticas brasileras, esta agrupación es la que está siendo monitorizada con mayor énfasis por un Poder Judicial empoderado e independiente. Entre los escándalos de corrupción que más han afectado la marca del PT, ocupa un papel preponderante la operación Lava Jato que tiene por objeto desentrañar una trama de blanqueo en torno a la empresa Petrobras. Su gravedad ha generado una crisis política de tal envergadura que podría desembocar en el impeachment de Dilma Rousseff por falsear las cuentas públicas, actitud que, por otro lado, ha sido una constante en las gestiones presidenciales en Brasil, con independencia de su signo ideológico.
La detención de Lula puede reforzar a quienes presionan para someter a Dilma Rouseff a un juicio político
El registro de la casa de Lula, su detención y posterior liberación, lógicamente tendrá consecuencias. Desde el punto de vista interno, puede dar energía renovada a quienes desde la oposición presionan para someter a Rousseff a un juicio político. Al mismo tiempo, lo sucedido puede contribuir al proceso de trasvase de partidarios del oficialismo al no oficialismo. Es lo lógico en contextos marcados por la inestabilidad económica, la amplificación mediática de casos de corrupción y la presencia en el poder por largos periodos de un mismo partido político. A la vez, lo sucedido puede fortalecer a quienes, desde el PT, bogan por realizar autocrítica y enderezar el rumbo de las acciones erradas.
Lo ocurrido avalará las tesis de líderes y partidos opuestos al ciclo político de izquierdas vivido en Latinoamérica durante la última década. Lo peligroso, en estos casos, es que por intentar reconfirmar posiciones propias y legítimas se pierdan de vista los avances logrados en ámbitos como la pobreza y la desigualdad, la ampliación de los mercados internos o los ingentes procesos de diversificación de la matriz productiva. Circunstancias como las actuales deberían demandar que unos y otros se centren más en la dimensión arquitectónica de la política, pero muy probablemente prime el interés partidista, es decir, aquel que sólo persigue la obtención de mayores cuotas de poder.
*** Pablo Biderbost es profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas. Ha sido consultor para BID, BM, UNESCO, OIM, EULAC Foundation, UE y PNUD.