En una crisis con tantos vericuetos resulta difícil entender qué persigue uno o de qué está acusado el otro y quiénes son los jueces y empresarios tan protagonistas como los políticos que despiertan filias y fobias en un país dividido. Para hacerlo más fácil, aportamos una guía onomástica de los personajes con implicaciones en una ruleta de acontecimientos que no cesa. Es un atajo a la salida del laberinto a través de ocho nombres clave:
Lula da Silva, el expresidente reconvertido en ministro a la carta (o no)
Si alguien estuvo aislado en algún punto del planeta las últimas cuatro semanas debe saber que el símbolo político más importante de Brasil está en aprietos desde que fue llevado por la policía a una comisaría en “conducción coercitiva”, para ser interrogado, mientras su casa era registrada en busca de pruebas por sospechas de lavado de dinero, falsedad documental y ocultación de patrimonio. Eso ocurrió el 4 de marzo y nada volvió a ser lo mismo en Brasil.
Desde entonces, Lula (Pernambuco, 1945) fue nombrado ministro y suspendido alternativas veces, hasta el punto de ser motivo de mofa en la red. El motivo de la suspensión, a manos del miembro del Supremo Gilmar Mendes, fue que su nombramiento podía suponer “un fraude constitucional”, un subterfugio para no ser detenido, al obtener un aforamiento especial. Así quedó demostrado, según Mendes, en las escuchas divulgadas por el juez Sérgio Moro el mismo día del nombramiento.
El jueves 31 de marzo el Supremo decidió que las investigaciones contra el expresidente-ministro suspendido quedarán bajo su jurisdicción y no bajo la del juez Moro, y la semana que viene se volverá a reunir para decidir si mantiene la suspensión o la retira.
Independientemente de si Lula es ministro o no, su papel pasa por otro lado: el de servir de interlocutor para atraer votos de diputados y así sortear el impeachment contra la presidenta del país. Si hay alguien que puede aglutinar voluntades a la hora de la verdad, es él. Lo que falta es saber cuánto daño le ha hecho lo ocurrido en el último mes.
Dilma Rousseff, la superviviente ante su hora definitiva
La mujer que pasó por todos los estadios posibles dentro de la política brasileña –militante clandestina, guerrillera, presa y torturada en la dictadura, secretaria local, ministra regional, ministra y presidenta en el presente- se enfrenta ahora a su momento definitivo para comprobar su piel de superviviente nata.
Denostada por una mayoría de brasileños, según los sondeos –hace muchos meses que no supera el 10% de popularidad- y hostilizada por una parte creciente de los congresistas, conserva el poder porque así lo dictaron las urnas, al ser reelegida hace solo año y medio. Por eso Rousseff (Belo Horizonte, 1947) tilda de “golpe” el proceso de impeachment que está en marcha contra ella por un presunto delito de responsabilidad fiscal al frente del Gobierno.
La fecha se acerca peligrosamente: se baraja el 17 de abril como posible día para empezar a votar su destitución en el Congreso, y puede llevar hasta tres jornadas parlamentarias. Si no consigue 172 votos contra el proceso (un tercio de la cámara más un voto), se enviará al Senado y, si pasa a comisión, Rousseff será apartada del cargo hasta que se determine su futuro. La noria ha dado ya muchas vueltas.
El abandono de la sociedad con el PT (Partido de los Trabajadores, de Dilma y Lula) por parte del PMDB, el partido con más representación en el Congreso, deja a la presidenta en manos de la aritmética y la orfebrería en busca de rebeldes dentro del PMDB y aliados más pequeños que le ayuden a sumar el número mágico. En ello se esmerará Lula, la solución teórica que de momento ha traído sólo problemas. Pero Dilma, por encima de todo, confía en su historia de lucha y supervivencia para mantenerse a flote.
Michel Temer, el poder cueste lo que cueste
Ostenta el contradictorio cargo de vicepresidente del Gobierno siendo presidente del PMDB, el partido que acaba de abandonar la alianza con el PT. Pero en la política brasileña el hecho de que un partido abandone no es algo macizo ni definitivo: de hecho hay varios ministros del PMBD que piden licencia en su partido para quedarse en el Ejecutivo.
Temer (Sao Paulo, 1940) empezó la ruptura con Rousseff hace meses, cuando le mandó una explosiva carta pública en la que dejaba claro su descontento con las políticas del PT. Cuando Lula tomó posesión del cargo (ahora en suspenso) de ministro, el vicepresidente del Gobierno no apareció en la ceremonia y legitimó extraoficialmente la ruptura del partido, que se confirmó el miércoles 31 de marzo.
Es el mayor partido de Brasil y pieza imprescindible para la gobernabilidad en el país, por lo que el poder que amasa es enorme, aunque tradicionalmente no presente candidato a presidente. No le hace falta, como bien sabe Temer, vicepresidente los últimos seis años: un hombre en apariencia comedido y entre bastidores, un habilísimo político que ha sabido ir jugando sus cartas durante toda la crisis.
No es sólo por su perfil de figura política desde hace más de tres décadas (ha sido alto cargo desde el fin de la dictadura y, entre otras cosas, ha presidido el Congreso en dos ocasiones), sino porque si se culmina el proceso de impeachment sería él quien constitucionalmente tomaría las riendas del gobierno hasta la próxima fecha electoral.
En cualquier caso, tiene la sartén por el mango para un futuro próximo si cristaliza el apocalipsis del PT, que ya se ha lanzado a por él recordando que su nombre aparece en confesiones de investigados en el marco del caso Lava Jato y que también es investigado por la justicia electoral por irregularidades en la última campaña.
Eduardo Cunha, la mano que mece la cuna
Hace meses que se le equipara en internet, programas de humor y corrillos políticos a Frank Underwood, el maquiavélico protagonista de la serie House of Cards. Cunha (Río de Janeiro, 1958) es el presidente del Congreso y el enemigo más visible de Rousseff dentro del hasta hace poco aliado PMDB, y ha conseguido mantenerse en pie pese a las continuas acusaciones de corrupción relacionadas con el caso Petrobras.
De hecho, se enfrenta a una denuncia por lavado de dinero y tiene un proceso abierto que pide la anulación de su mandato. Evangélico y opositor frontal al aborto, ha desarrollado una indudable destreza para bailar sobre el alambre y a la vez manejar los hilos del Congreso, lo que le ha permitido salirse con la suya hasta ahora: tras sentirse atacado por el PT, el 2 de diciembre pasado dio curso a una solicitud de impeachment contra la presidenta que él mismo se ha encargado de acelerar lo más posible en los últimos días.
De ahí que los oficialistas pongan el grito en el cielo: ¿cómo es posible que un acusado por la Justicia de tener cuentas en Suiza por valor de 5 millones de dólares pueda hacer y deshacer a su antojo en un asunto como la destitución del presidente, siendo además el tercero en la línea de sucesión presidencial?
Sea como fuere, Cunha es el rey del mata o muere: si cae Rousseff, tiene posibilidades de mantenerse de pie. Pero si no lo hace, corre grave riesgo de ser despojado de sus derechos, extremo que ya está siendo deliberado por el Consejo de Ética de la cámara. Pero hasta entonces insistirá en su frase más repetida: “No pienso dimitir”.
Delcídio do Amaral, el dedo acusador
Uno de los delatores clave de la causa Lava- Jato. Exportavoz del PT en el Senado (aunque sin predicamento dentro del partido, donde siempre ha sido visto como un outsider que flirteaba con la oposición), fue una figura de alto perfil hasta que un buen día del pasado noviembre llamaron a su puerta los policías federales para indagar en su presunta conexión con la trama corrupta.
En arresto domiciliario, do Amaral (Mato Grosso do Sul, 1955) no tardó en cantar a cambio de una reducción de pena. La bomba derivada de la detención de Lula contraprogramó su protagonismo y lo neutralizó. Cobró nuevos bríos, sin embargo, con otro adelanto de su declaración en la revista Veja. En ella dijo -entre otras cosas- que Lula era quien comandaba un esquema delictivo para financiar campañas a través del dinero de los desvíos de Petrobras, y que la presidenta intentaba “sistemáticamente” obstruir el trabajo de la justicia. “Rousseff sabía todo, pero fingía no tener nada que ver con el caso”.
Ahora afronta una demanda de la presidenta por difamación. Para rematar, también cita en sus declaraciones a Michel Temer como “padrino” de un operador en la trama del Petrolao (el otro nombre con el que se apoda el caso de corrupción relacionado con Petrobras).
Marcelo Odebrecht, el magnate caído
Presidente ejecutivo y heredero de tercera generación de la mayor constructora de Brasil y una de las mayores de América Latina, está en prisión desde julio de 2015. Primero lo estuvo en régimen preventivo y después condenado a más de 19 años de prisión, acusado de pagar sobornos millonarios a políticos a cambio de jugosos contratos de obra pública.
Odebrecht (Salvador de Bahía, 1968) es el multimillonario de más nombre de todos los caídos en la Lava Jato, y como el resto, nunca esperaba que fuese a ser detenido. Con nervios de acero y ambición, a Marcelo (como lo llaman para distinguirlo de su padre Emilio) se le recuerda en los círculos de poder brasileños por su llegada al Gobierno de Lula da Silva, no tanto a la entonces ministra de la Casa Civil Dilma Rousseff.
Hoy es un hombre clave: negocia, según sus asesores, la ‘delación premiada’ con el juez Moro y el país contiene el aliento ante posibles revelaciones que pueden aumentar la nómina de gerifaltes en prisión o de carreras políticas descalabradas por sus palabras. La revista brasileña Época aseguró que cuando fue detenido, su padre Emilio tuvo un acceso de furia y dijo: “Si meten en la cárcel a Marcelo, tendrán que preparar otras dos celdas. Una para mí, otra para Lula y otra para Dilma”.
Sérgio Moro, el juez superhéroe o supervillano
Las recientes manifestaciones pro-impeachment se poblaron de hombres disfrazados de superhéroe con el nombre de Moro en la pechera. En las aún más recientes marchas anti-impeachment los cánticos más expresivos se lanzaron contra él. Precisamente este domingo 3 de abril hay convocada una manifestación en la Puerta del Sol de Madrid a favor de Dilma para las 17:00. Sus convocantes consideran que el "impeachment" de la presidenta brasileña no tiene base jurídica.
El caso es que el juez de Curitiba, Sérgio Moro (Paraná, 1972), que lleva las diligencias del caso Lava-Jato, sobre la corrupción en Petrobras, es el mayor enemigo de Lula da Silva desde que lo llevó a interrogar y unos días después desveló escuchas. Altos cargos del PT lo citan como “juez litigante”, alguien que ha traspasado la frontera del poder judicial por cuestiones políticas.
Con un equipo que ya ha hecho 26 operaciones con más de cien órdenes de detención, Moro recoge los aplausos de la oposición y la censura del oficialismo, cada uno con sus juristas cercanos. Para sus fans, es el hombre que desafió la lógica de que en Brasil quien tiene dinero o poder puede vivir al margen de la ley.
Especializado en investigaciones de lavado de dinero, defensor de la polémica figura de la “delación premiada”, que permite rebajar penas a acusados que confiesan involucrando a otros, Moro es un estudioso de la operación Mani Pulite, en la Italia de los 90 que destapó un macro escándalo de corrupción, y en ella se inspira para el desarrollo de la operación Lava Jato.
Por los resultados que ha tenido hasta ahora, sus fans le elevan a altares a lo largo y ancho de Brasil: “Todos somos Moro”, se anuncia en los homenajes a su figura. Sostienen sus críticos, que sus prácticas pueden provocar la desestabilización de la democracia brasileña. Por eso cuando Moro divulgó las escuchas de Lula, aun habiendo cerrado las diligencias antes, e incluyendo a la presidenta Rousseff en ellas, el Gobierno estalló y acudió al Tribunal Supremo, que le ha infligido la primera derrota al superjuez que no deja a nadie indiferente.
'Pixuleco', el símbolo surrealista de la crisis
No es una persona, pero representa el símbolo de todo lo que ocurre en Brasil. Para el neófito es la imagen impactante que corona cada acto antigubernamental: un muñeco hinchable habitualmente de Lula caracterizado como presidiario de tebeo, con traje de rayas y arrastrando una bola.
Se llama así por un término de jerga que quiere decir “soborno”. De 30 centímetros o de quince metros de altura (los hay de todos los tamaños inundando Brasil), el muñeco le ha agregado una buena dosis de simbología a las movilizaciones contra el expresidente. Y además ha generado miles de euros a sus creadores, que han hecho viral al muñeco hasta el punto de llegar al Congreso, enarbolado por diputados de oposición.
A Lula no le hace tanta gracia: ha denunciado al promotor de la idea por “eventuales delitos de calumnia, difamación e injuria”. Al final, una crisis tan enrevesada como ésta reserva un capítulo surrealista: el expresidente Lula denuncia a su muñeco de goma.