Dilma Rousseff no cambió el viernes su rutina de los últimos meses. La mañana que marcaba el inicio del fin de semana decisivo para su futuro salió a pasear en bicicleta por Brasilia, un par de horas antes de que empezase un debate parlamentario que ocupó todo el día en el Congreso.
A Rousseff, curiosamente, se le juzga políticamente por las llamadas pedaladas fiscales o maquillaje de cuentas públicas en el ejercicio de 2014. No fue una jornada de las grandes en lo parlamentario: menos de una cuarta parte del hemiciclo fue cubierto por los líderes de cada partido y los elegidos para disertar a favor y en contra. Es el sábado, en la segunda sesión de debates, cuando podrán intervenir los 513 congresistas, antes de culminar en el domingo de la votación del plenario, la que marcará el camino futuro.
Los grandes medios brasileños abren sus webs con grandes números, a imagen y semejanza de resultados deportivos, una tendencia antes que una constancia. Según esos pronósticos, la oposición ya tiene amarrada la continuación del impeachment o juicio político, que se traduciría en el paso del proceso al Senado y el alejamiento del poder de Rousseff por 180 días. El Gobierno piensa, o no, pero dice en público aún, que tiene posibilidades para llegar a reunir 172 votos, un tercio de la cámara, necesario para tumbar el impeachment, frente a los 342 –dos tercios- que necesitan los oponentes de Rousseff.
Es la oposición una amalgama de todo tipo de partidos que han aislado, con el paso de los días, a una base mínima de partidos que apoyan al PT de Rousseff, apenas cuatro partidos de izquierda y centro-izquierda frente a los más de diez que llegaron a conformar la alianza oficialista. Confiaba Rousseff en el poder de Lula da Silva, el expresidente y ahora ministro con el cargo en suspenso, para articular un apoyo basado en su magnetismo político y un nutrido número de promesas y cargos a partidos pequeños con representación política.
Aparentemente no consiguió el objetivo inicial, como se pudo comprobar a partir del lunes por la noche, cuando se votó la comisión especial del Parlamento la continuación del impeachment hacia el plenario de este fin de semana: una desbandada de partidos de tamaño medio que le podían dar aire al PT y que los deja al borde de la derrota. En cualquier caso, en Brasil la disciplina de partido brilla por su ausencia y ni siquiera en un momento como este parece que se vaya a cumplir, por más que varios partidos haya anunciado sanciones a quien no vote a favor de la continuación del juicio político contra Rousseff.
Es paradigmático el caso de Leonardo Picciani, líder del PMDB en la Cámara de Diputados, aliado declarado de Rousseff, que en las últimas horas orientó a toda la bancada de su partido a votar a favor del impeachment. No le quedaba más remedio ante una situación de deriva a punto de naufragio por parte del barco gubernamental. Ante tal tesitura, el grupo dirigido por Temer y el presidente del Congreso, Eduardo Cunha, olió sangre, siguió el rastro y atacó.
Como un cardumen insaciable, ahora que dan por hecha la victoria el partido dirige sus esfuerzos hacia el presidente del Senado, Renan Calheiros, otro de los últimos aliados de Rousseff y también alto cargo del PMDB, que resiste como puede la presión para que se acelere el proceso en el senado. Si el proceso se abre camino en esa cámara, automáticamente Rousseff sería apartada durante 180 días del cargo y asumiría el poder interino el vicepresidente Michel Temer, piedra angular del juicio político, si es que no se le aplica a él un impeachment que está parado a la espera de apertura formal en el Congreso.
La figura de Temer es el centro de todo ahora mismo: el Gobierno dice que es una traición sin precedentes que el proceso haya sido operado desde el palacio de Jaburu, residencia oficial del vicepresidente. Desde allí se filtró esta semana un discurso de Temer a los diputados de su partido. Y allá ahora se aprieta al presidente del Senado para que formalice lo que viene a continuación, que culminaría en el segundo presidente brasileño perteneciente al PMDB sin haber pasado por las urnas (el primero fue José Sarney, tras la muerte de Tancredo Neves en 1985).
El país, mientras tanto, está expectante ante el fin de semana, tildado de histórico aunque en la democracia ya hubo otro juicio político, exitoso, en 1992 a Fernando Collor de Mello. El viernes hubo cortes en carreteras de al menos doce estados del país por parte de grupos cercanos al PT y en Brasilia ya están acampados integrantes de grupos contrarios y leales al gobierno. En el medio, un muro que los separa en el lugar más paradigmático de la política brasileña, la explanada de los tres poderes, fiel metáfora de lo que ocurre en el país, a la espera de lo que pase en cuanto se sepa la decisión de la votación.
Aunque se asume que no debe haber un trasvase significativo de votos a lo largo del fin de semana, en el debate del viernes los parlamentarios se han esforzado en dirigirse a unos y a otros: “Todo pasa pero la historia se queda”, dijo el diputado del PT Luiz Sérgio. “Y aquí vamos a ver si nos quedamos en el lado de la democracia o del golpe. La sociedad será la que nos condene para siempre o no”, concluyó el oficialista. En la acera contraria, Renato Molling, del ahora disidente PP, afirmó que “Temer es un hombre reconocido por su capacidad de diálogo y estoy seguro de que va a hacer un pacto nacional para gobernar”, en una invitación a contar con los partidos bisagra, como el suyo, que suelen conformar los gobiernos en Brasil.
Y fuera del Parlamento, pero con una caja de resonancia aún mayor, Lula da Silva dejó varios recado destinados a una audiencia, casi militancia, para que no se deje de defender en la calle lo que puede ser derrotado en el parlamento: “Estoy convencido de que el golpe del impeachment no pasará.
Derribar a un Gobierno electo democráticamente sin que haya un delito de responsabilidad no arreglará nada, sólo agravará la crisis”, dijo en un vídeo divulgado en las redes sociales. “Es verdad que el ejecutivo tiene fallos y que necesitan corregirse. Pero ya fuimos capaces de superar grandes desafíos y lo sabremos hacer de nuevo. Derrotado el impeachment, yo me empeñaré, junto a la presidenta Dilma para que Brasil tenga un nuevo modo de gobernar, usaré mi experiencia para ayudar a la reconstrucción del diálogo para unir al país”.
Para los seguidores de un PT en horas mínimas es una luz al final del túnel. Para la oposición, más de lo mismo. El asunto es que la sociedad ahora no juega, y sí lo hace el Congreso. Y en él parece mandar de cara a una votación contra el Gobierno del PT, según las estimaciones de los medios locales, una mayoría determinante.