París

Vincent Jauvert, reportero en el prestigioso magazín francés Le Nouvel Observateur, destapa los entresijos de un supuesto caso de corrupción llevado a cabo en suelo español y encubierto desde las altas esferas de Francia. El periodista publica un documentado libro, titulado La cara oculta del Quai d’Orsay (el Ministerio de Asuntos Exteriores), en el que recoge el resultado de dos años de investigación sobre la institución francesa. Los testimonios de un centenar de diplomáticos que han accedido a colaborar han sido primordiales para denunciar el amiguismo, la impunidad y los privilegios de la nomenclatura en el seno del Quai d’Orsay.

La historia de Bruno Delaye, embajador de Francia en España de 2007 a 2012, encabeza el relato del periodista francés. “Un escándalo sofocado” es el título que ha escogido para resumir todo un conglomerado de factores que permitieron silenciar las sospechas fundadas que recayeron en Delaye durante el verano de 2012.

Hacía cinco años que Delaye ocupaba la embajada de Francia en Madrid cuando un mensaje anónimo llegó al Ministerio de Asuntos Exteriores galo, escasas semanas después de la llegada al poder del actual presidente, François Hollande. A día de hoy, la identidad del remitente, que se preocupó de hacer llegar a este organismo una serie de documentos contables unidos con una goma elástica, sigue siendo un misterio. Se trataba de una treintena de fotocopias de facturas dirigidas a grandes empresas, entre las que figuran Kenzo, Ruinart, Balenciaga, L’Oréal, Rochäs o Citroën.

Estos documentos, escritos de puño y letra, certifican la dotación de sumas redondas -3.000, 5.000, 7.000 euros- dirigidas por estas empresas a un mismo destinatario: Bruno Delaye. El exembajador habría recibido un total de 91.000 euros en su cuenta personal, en la Caixa, a cambio del alquiler de la lujosa Residencia de Francia en Madrid, de 18.000 metros cuadrados, propiedad de la institución a la que representaba.

Según el autor de la investigación, el Quai d’Orsay no sólo está al corriente de esta práctica lucrativa por parte de sus embajadas, sino que anima a sus representantes a llevarla a cabo con la finalidad de hacer beneficios.

“AMANTE DEL VINO, LAS MUJERES Y LOS TOROS”

Vincent Jauvert retrata a un embajador juerguista, “con una risa estruendosa”, y un don de gentes “digno de un presentador de televisión”. No pasa por alto su abierta personalidad, y define a Delaye como alguien “divertido, amante del vino, de las mujeres y de las corridas de toros”.

Al terminar sus estudios en la Escuela Nacional de Administración, en 1981, su don de gentes le abriría la primera puerta. La más importante para comenzar a tricotar una red de contactos que le salvaría el pellejo unos años después. Claude Cheysson, primer jefe del Quai d’Orsay, le toma bajo su protección y hace de él lo que el autor de este libro define como un golden boy de la diplomacia francesa. Con sólo 29 años, Delaye ocupa el puesto de consejero de gabinete del ministro y a los 39 ya es embajador de Francia en Togo.

El expresidente François Mitterrand confiaría ciegamente en él un año más tarde, cuando en 1992, le pidió que se convirtiese en su consejero de los asuntos africanos, con un peliagudo dossier sobre Ruanda.

EL ‘GOLDEN BOY’ EN ACCIÓN

Aquí se construiría una nueva amistad clave en la vida de Delaye: el secretario general de Mitterrand, Hubert Védrine. Este último no olvidaría su complicidad con el golden boy al ser nombrado en 1997 ministro de Asuntos Exteriores. En ese momento, Delaye ya ejerce desde hace dos años como embajador de Francia en México, donde felizmente “asiste a corridas de todos, es visto en compañía de la actriz mexicana María Félix [fallecida en 2002] y disfruta de peleas de boxeo”. En numerosas ocasiones y citando a diplomáticos cercanos a Delaye, el reportero de Le Nouvel Observateur se refiere a él como “el fiestero” o “el rey de los placeres”.

Su puesto en México no le impide explotar el gran vínculo que le une a Védrine, que atribuye a Delaye el puesto de Director General de la Cooperación Internacional y del Desarrollo (DGCID). A su cargo, nada menos que 7.000 personas.

Entre 2003 y 2007, Delaye continuaría su carrera de embajador representando al Hexágono en Grecia, una misión que enlazaría con su llegada a la capital española, donde ocuparía el mismo puesto hasta 2012. “Delaye adora España, país de trasnochadores y de toros”, lanza el autor del libro haciendo una vez más referencia a la personalidad del entonces embajador de Francia en nuestro país.

LA PATATA CALIENTE

Así define Jauvert el trato que el caso de desvío de fondos protagonizado por Delaye recibió en el seno de la institución francesa. Tras recibir estas facturas por parte de una fuente anónima, Nathalie Loiseau, directora general de la Administración, comprende que se trata de un tema especialmente delicado. Según cuenta el autor, Xavier Driencourt, antiguo embajador en Argelia y jefe de los inspectores del Quai d’Orsay, se habría sentido intimidado por el pasado de Delaye, así como por su amplia red de contactos. De hecho, informado por Nathalie Loiseau de las sospechas que recaen sobre el embajador en España, Driencourt decidiría nombrarle embajador en Brasilia. “Tres embajadas seguidas. Lo nunca visto”, apunta el autor de la investigación.

SÁLVESE QUIEN PUEDA

Cuando en diciembre de 2012 Delaye se instala en la capital de Brasil, el equipo de inspectores del Quai d’Orsay entra en acción. En febrero de 2013 un equipo especializado en la inspección aterriza en Madrid y peina todas las cuentas de la embajada. Es entonces cuando comprenden que la suma que la cuenta personal de Delaye recibió entre junio de 2008 y junio de 2011 asciende a 91.000 euros.

Laurent Fabius (hoy presidente del Consejo Constitucional), ocupaba el puesto de Ministro de Asuntos Exteriores cuando, el 23 de febrero de 2013, recibió un documento de síntesis confidencial informando de estas irregularidades. A las pruebas halladas en Madrid, el jefe de los inspectores explicaba que en la embajada no se había encontrado factura alguna que justificase un gasto por parte del organismo en decoración, comida o bebidas. Tampoco pasan desapercibidas las sumas redondas recibidas en esos tres años por Delaye en su cuenta personal: 4.000 euros de L’Oréal, 6.000 euros de Marie Claire, 5.000 de Citroën…

Días después, el 8 de marzo de 2012, los resultados de esta investigación llegan a oídos de Bruno Delaye, que sube al primer avión con destino Madrid y se reúne con su mano derecha administrativa durante sus años de embajador en la capital. Se trata de Michel P. (el autor prefiere respetar el anonimato de este funcionario, al que tilda de modesto).

De esta reunión en un restaurante madrileño, Bruno Delaye saldría con una carta firmada por su entonces colaborador, escrita en perfecto francés, a pesar de que Michel P. apenas habla la lengua de Molière. Este documento defendía la inocencia de Delaye, asumiendo que éste le habría confiado en el pasado todas esas sumas que levantaban sospechas para comprar decoraciones necesarias para los eventos convocados, así como la comida que en ellos se consumía. En esta misiva, Michel P. asume en cierto modo su culpa, explicando que no guardó las facturas que demuestran que estos servicios existieron.

Esta versión de los hechos no convenció al equipo de inspección del Quai d’Orsay, que no tardó en buscar la verdad en la persona que había firmado el documento presentado por Delaye. El 23 de abril de 2013, este funcionario firmaba otra nueva misiva, esta vez desmintiendo su primera versión: “Nunca he pagado facturas para ningún evento organizado en la residencia por empresas francesas o locales”. También confesaba que Delaye jamás le había vertido suma alguna para estos fines.

Tres meses después, en julio de 2013, el entonces embajador de Francia en Brasilia alude a ciertos motivos personales ligados a su madre anciana y enferma y abandona su puesto en la capital de Brasil.

LA ‘SANCIÓN’ EJEMPLAR

La investigación realizada por Vincent Jauvert retrata un entresijo de favores políticos que terminarían convirtiendo una sanción ejemplar en una absolución sin precedentes. Tras dejar la embajada en Brasilia, según explica un alto mandatario al autor del libro, Delaye removió cielo y tierra a su alrededor y en un intento desesperado por despertar la compasión del entonces ministro de Asuntos Exteriores Laurent Fabius, puso en marcha su máquina de de contactos (desde intelectuales hasta artistas pasando por personalidades políticas).

Además, Jauvert relata el ‘milagro’ vivido en primera persona por el diplomático durante aquel verano, cuando logró, según asegura el director del Quai d’Orsay, encontró las facturas de comida y decoración “que habían desaparecido”. Según la misma fuente, el interesado habría recorrido la capital española pidiendo (y obteniendo), una a una, fotocopias de facturas emitidas cinco años antes, en el año 2008.

El autor de este trabajo de investigación sugiere que este inusual descubrimiento convendría a las altas esferas del Elíseo, donde Delaye contaría con demasiadas amistades. El mismísimo consejero diplomático del Presidente de la República, por ejemplo, Paul Jean-Ortiz fue su adjunto en la embajada madrileña durante tres años.

EL FAVOR DE FRANÇOIS HOLLANDE

En el año 2012, en plena campaña electoral, François Hollande confió en Bruno Delaye para presenciar su encuentro con José Luis Rodríguez Zapatero, una misión que el diplomático aceptó bajo la mirada recelosa de Nicolas Sarkozy.

El libro explica que el jefe del partido francés UMP (hoy Los Republicanos), sentía cierta estima por este embajador, que había sabido ganarse a Sarkozy exponiendo en la embajada madrileña los cuadros de su padre, Pol Sarkozy. El mismo Delaye asumiría esta jugada durante una entrevista con el autor del libro, en abril de 2015: “Soy el ojito derecho de Sarko”, presumió.

En cambio, cuando Nicolas Sarkozy fue testigo por la prensa de la ayuda que Delaye prestó al candidato Hollande, el entonces presidente de Francia decidió devolverle el golpe: ya no ocuparía la embajada que tanto ansiaba: la de Roma. Fue entonces cuando Hollande, consciente del daño que este acompañamiento habría hecho en la carrera del diplomático, le habría lanzado (según cuenta al autor el interesado): “Lo siento, sabré devolverte el favor”.

Hoy, los diplomáticos que han colaborado en esta investigación se preguntan por qué jamás se puso en marcha una comisión disciplinaria. Por qué, habiendo visto casos de embajadores alejados de sus funciones por desvío de capitales, a Delaye tan sólo se le reprochase en octubre de 2013 no haber respetado una circular de año 2007 que obliga a los embajadores y a los cónsules a respetar un convenio con las empresas cuando las residencias oficiales se ponen en alquiler. En ese mismo momento, el Quai d’Orsay informó a Delaye que, sólo por el momento, no volvería a ocupar ninguna embajada, aunque ello no le impidió quedarse en París durante varias semanas, con un sueldo de ministro plenipotenciario: 5.500 euros al mes.

Esta situación no duraría demasiado. Ocho semanas después, Delaye recibió una oferta que no pudo rechazar: ser el nuevo consejero especial de PlaNet Finance. Un año después sería nombrado jefe de Empresa y Diplomacia, una oficina de inteligencia económica. Pero el golden boy del Quai d’Orsay jamás dejó de serlo: en junio de 2015 recibiría gustoso una invitación al palacio del Elíseo, gracias a la cual asistió en primera persona a la cena de Estado en honor al rey de España, Felipe VI.

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