Hoy Souleymane Guengueng tiene una sensación de “victoria total”. El exdictador del Chad, Hissène Habré, que le encarceló dos años y medio en una prisión mientras ordenaba 40.000 asesinatos políticos y torturas a otras 200.000 personas fue condenado a cadena perpetua este lunes por un tribunal de la Unión Africana en Dakar (Senegal).
Desde allí Guengueng atiende la llamada de EL ESPAÑOL. Por fin puede decir satisfecho que se ha hecho justicia, en un día en el que recuerda a “todos los amigos que quedaron en el camino”. Pero el día que debería traer un nuevo comienzo a la vida del fundador de la Asociación de Víctimas de los Crímenes del Régimen de Hissène Habré (1982-90), está alejada de la alegría y el remanso de paz que cabe imaginar cuando las organizaciones humanitarias y hasta el secretario de Estado de EEUU alzan la voz para decir que la sentencia es una victoria histórica.
Ciertamente lo es, porque como ha dicho John Kerry, es una lección que por fin pone coto a la “impunidad de las atrocidades, incluidos los crímenes de guerra y contra la impunidad”. Pero eso no va a hacer que Guengueng, quien puso el germen para llegar a esta victoria judicial recabando testimonios de atemorizadas víctimas, pueda dormir tranquilo a partir de ahora. Ha leído bien: no, no va a poder dormir tranquilo.
Perdió una pierna al salir de la cárcel, donde ya sufrió problemas de vista. Más tarde llegó como refugiado a Estados Unidos, donde se estuvo alojando en albergues hasta que hace tan sólo un par de meses le concedieron alojamiento en una vivienda social que comparte con su mujer y cuatro hijos. A sus 65 años nunca ha trabajado. Bueno, algún trabajillo de diez días y un pequeño salario sí ha recibido, pero poco más.
No se le quiebra la voz. Constata repetidamente que es “muy difícil, muy difícil”, pero mantiene el tipo, como si la dura realidad de su existencia fuera su segunda piel fundida con la primera. Probablemente esa misma fortaleza fue la que le ayudó a no morir, como tantos otros, durante su época de cautiverio por oposición al régimen. Durante aquel tiempo no se amedrentó. “Si hubiera tenido miedo no estaría hoy aquí”, explica. “Preferíamos morir a que los crímenes del dictador Habré cayeran en el olvido”.
Clément Abaifouta pertenece a la misma asociación que Guengueng. Confiesa que no ha dejado de tener pesadillas desde que le cambió la vida una noche en la que se lo llevaron de su casa sin más y sin poder recurrir a un abogado. Le metieron en la cárcel durante cuatro años por “rebelde”.
Un milagro me salvó de morir en la cárcel del Chad y sólo un milagro me puede salvar de la indigencia
Al otro lado de la línea telefónica recuerda también desde Dakar aquel tiempo en el que “no comía, dormía sobre el suelo, rodeado de muertos durante dos o tres días”. Luego él mismo tenía que enterrar a los otros detenidos en fosas comunes. ¿Cómo sobrevivió él? No encuentra otra explicación que Dios. “Me confié a él y me salvó”.
Un exagente del régimen testificó ante el tribunal de la Unión Africana que los informes sobre los detenidos enviados a la presidencia del Chad volvían con las siguientes anotaciones: “E” para “ejecución”; “L” para puesta en libertad o “V” para “visto”. Y añadió que sólo el presidente podía ordenar una liberación de uno de estos prisioneros.
Convivir con cuerpos sin vida que se dejaban en las celdas descomponiéndose hasta que había suficientes para que las autoridades consideraran que valía la pena llevárselos, atar a los prisioneros las cuatro extremidades atadas a la espalda para inducir una parálisis, violaciones a las mujeres detenidas o directamente empleadas como esclavas sexuales de militares… Éste es el tipo de horror que han estado denunciando las víctimas de Habré durante los últimos 25 años, según un informe de Human Rights Watch.
La victoria ante los tribunales permite sentir a Abaifouta que se acabó un cuarto de siglo de “humillación” en el que muchos les echaron en cara inventar su calvario. De hecho, Amnistía Internacional ha lamentado que el Chad rechazara cooperar durante el proceso judicial. Ahora la condena ratifica que fueron torturados y asesinados durante los nueve años de terror de Habré y Abaifouta siente que puede iniciar una nueva etapa en la que buscará la “reconciliación” en su país.
“En 1988 fue erróneamente acusado y encarcelado en condiciones inhumanas. Desde la profundidad de mi celda, desde la profundidad de aquella locura, juré ante Dios que si salía de allí con vida, lucharía porque se hiciera justicia. Estoy convencido de que si Dios me permitió seguir con vida, fue para llevar a cabo esta misión”, dijo Guengueng cuando le tocó testificar ante la corte, según recogió HRW.
“Doy gracias a Dios por este resultado”, asegura ahora a este periódico. Al igual que a Abaifouta, su fe le ayuda a seguir adelante. Convencido de que un milagro le salvó de perder la vida en años pasados, el fundador de la asociación de víctimas del sangriento dictador espera que Dios “pueda volver a hacer un milagro” para que sobreviva a su situación de cuasi indigencia.
La celebración por la cadena perpetua que afronta ahora Habré queda empañada no sólo por el recuerdo del horror y de quienes perecieron, sino por el presente que sigue atormentando a estas víctimas. Al menos la sentencia les hace sentirse más fuertes.