La escena, en una tranquila calle de Birstall, en la Inglaterra profunda de West Yorkshire, me resultó simplemente impropia de ese país. Policías, cámaras de televisión, teléfonos móviles, chalecos fluorescentes, armas.
Durante ocho años, he sido corresponsal en Estados Unidos y en el Reino Unido. El inglés (de Inglaterra) es el idioma en el que primero aprendí a leer y a escribir, y convivo con la cultura británica desde los tres años. Por eso este jueves me he frotado los ojos delante del ordenador viendo las imágenes de la tragedia para convencerme de que, efectivamente, Jo Cox cayó herida de muerte frente a la biblioteca local de Birstall, una aldea de apenas 20.000 habitantes no muy lejos de Oakwell Hall, la idílica casa de campo que Charlotte Brontë convirtió en mansión protagonista de su segunda novela, 'Shirley'.
La violenta muerta de esta mujer joven, madre de dos niños pequeños, es, simplemente, un-British. Alejada de la cultura, los hábitos, las tradiciones de un país donde no hay suficientes horas en el día para pedir las cosas por favor, disculparse por algo o dar las gracias. Donde desde niño las reglas del juego pasan por ser polite (educados) y gentle (suaves). Lo sucedido este jueves en Birstall es más propio, por poner un ejemplo, de Waco (Texas), donde en 1993 se atrincheraron los seguidores de la secta de los davidianos hasta que su líder, David Koresh, acabó con el cuadro prendiéndole fuego al complejo con todos los que estaban dentro.
En Waco pasé 21 días con un grupo de veteranos enviados especiales británicos que viajaban in style, palos de golf incluidos. Eran hacks (plumillas) a la antigua, hilarantes y curtidos. Con ellos aprendí el sentido de los palabras dreadful y awful, las que ellos usaban para describir la incomprensible locura de los davidianos. Este jueves son los dos adjetivos que más han usado los británicos con los que he hablado para definir lo ocurrido en Birstall. Ha habido un tercero: sad. Creo que la mejor definición del estado colectivo en el que se han instalado el Reino Unido este jueves es el de shock.
Birstall, con su biblioteca, su tienda de sándwiches, su verde intenso y su inmensa civilidad, representa el corazón de la democracia británica. Difícil de entender para un lector español, más acostumbrado quizá a la democracia española, con sus listas cerradas y bloqueadas y sus diputados paracaidistas: esos que caen, literalmente, en Cáceres, en Cádiz o en Almería, según la voluntad del jefe que hace las listas.
Una muchachita de Yorkshire
En su cuenta de Twitter, Jo Cox se define como una lass de Yorkshire, una chica de clase trabajadora de la Inglaterra profunda. Fue la primera de su familia en licenciarse, y lo hizo gracias a los magníficos grammar schools del país y a una beca con la que estudió en Cambridge, una de las mejores universidades del mundo.
En la democracia abierta que es la británica, Jo Cox estaba en Birstall, este jueves haciendo campaña anti-Brexit, en favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Pero lo habría estado cualquier otro jueves o viernes. Sin protección, una más entre sus votantes, las personas de las que los diputados británicos se ocupan directamente cada semana. Los jueves y los viernes, los 650 diputados de Westminster ya no están en el Londres de los restaurantes caros. Se van a su constituency (circunscripción) a hablar con su gente de sus problemas y de sus necesidades.
“Son tiempos terribles”, ha dicho David Cameron, que irónicamente ha hablado desde Gibraltar. La absurda muerte de Jo Cox ha impactado al primer ministro conservador en el hotel Rock, ese romántico lugar donde se rodaron películas de espías y donde los monos se cuelan por las ventanas. Ha sido un día horrible en el que seguramente el premier ha reflexionado. Ha jugado con el futuro del Reino Unido convocando un referéndum de incierto desenlace, y ha ido a Gibraltar en busca de una foto patriótica con 15.000 llanitos aclamándolo en la plaza Casemates.
Nada más alejado del espíritu de Jo Cox. Una vieja amiga que ha pasado la mayor parte de su vida trabajando en Westminster me decía este jueves que “sentía muy emocional” por la muerte de la joven diputada. Para una británica, sentirse así “no es apropiado”. Lo suyo es el stiff upper lip, la fortaleza ante la adversidad, lo que ahora se denomina resiliencia. Por eso está segura de que esta tragedia no afectará a esa democracia abierta que lleva a los diputados británicos a comer en la tienda de sándwiches de Birstall o a visitar su biblioteca. Cada semana, no un día en campaña para hacerse la foto.
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