Situado a medio camino entre Lisboa y la zona aristocrática de Estoril y Cascáis, el Hotel Inatel de Oeiras ofrece vistas privilegiadas de la desembocadura del río Tajo en el Atlántico. Desde aquí se puede ver el icónico Puente 25 de Abril y las playas de la Costa de Caparica, además del horizonte infinito del océano.
Muchas personas querrían disfrutar de semejantes panoramas desde la terraza de casa, pero Mustafa, uno de los refugiados acogidos en el centro aquí situado, reconoce que le hace poca gracia ver el mar todos los días. “Odio el océano, me provoca pavor”, admite este iraquí de 30 años. “Bastante tuve con la lancha sobrecargada que me llevó de Turquía a Grecia, donde parecía que nos hundiríamos en cualquier momento. Por mí, como si nunca lo vuelvo a ver”.
El hotel en la costa lisboeta es la última parada en una odisea que comenzó hace una década en Basra. “Soy suní y después de que se fueran los estadounidenses, las milicias chiíes juraron exterminarnos. Mataron a mis tíos y me amenazaron de muerte, por lo que huí a Damasco en 2006”.
En la capital siria Mustafa logró rehacer su vida y trabajar como costurero, pero sus problemas volvieron con el estallido de la Guerra Civil en 2011. "Damasco está ocupada por tropas iraníes y ellos también sospechan de los suníes. Tampoco podía huir a las zonas controladas por los rebeldes, pues creen que todos los extranjeros están ligados a Daesh (acrónimo del árabe para 'Estado Islámico')”, explica.
Fue repatriado a Irak por Acnur (el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) un año más tarde y vivió con unos familiares en la ciudad de Mosul. Su vuelta duró poco. “Estuve viviendo en Siria tanto tiempo que perdí mi acento iraquí, y las milicias locales me acusaron de ser un agente infiltrado de Daesh”, asegura.
Odio el océano, me provoca pavor
Se escondió durante un tiempo, pero fue precisamente el avance imparable del autodenominado Estado Islámico lo que le obligó a huir de nuevo, esta vez a Turquía. “Malviví en campos de refugiados hasta el año pasado. Sabía que nunca tendría futuro si no llegaba a Europa, pero también sabía que miles se habían ahogado en el trayecto. Era ahora o nunca”.
Junto a otros 60 refugiados, Mustafa emprendió un viaje de más de cinco horas en una lancha de seis metros en el mar Egeo. Fueron interceptados por los guardacostas y llevados al campo de refugiados de Mitilene, en la isla griega de Lesbos.
“Ahí me dijeron que sería enviado a otro país de la Unión Europea, y me pidieron que hiciera una lista de ocho Estados en los que me gustaría vivir. Puse Alemania, Bélgica, los países escandinavos…”. Tocó Portugal, país que no estaba en su lista. “No sabía nada de este país, aparte de que es la tierra natal de Cristiano Ronaldo y Luís Figo”, admite el joven. “Aun así, tras tantos años huyendo de la guerra es un alivio estar en un sitio en paz”.
Un referente para Europa
Mustafa es uno de los 336 refugiados que han sido acogidos por Portugal desde marzo, dentro del marco del compromiso de los Veintiocho de septiembre del año pasado para redistribuir a 160.000 del millón de personas que llegó hasta finales de año entre todos los Estados miembros.
Pero en los siete meses desde que se llegó a ese acuerdo poquísimos han sido reubicados únicamente unos 2.280 (son las últimas cifras publicadas por la Comisión Europea el pasado 15 de junio). España, en particular, ha sido duramente criticada por las instituciones europeas y ACNUR por su falta de voluntad en acogerles: desde el pasado año sólo ha acogido a 124 refugiados de los 16.000 que le corresponde recibir desde otras partes de la Unión.
Portugal, en cambio, ya ha acogido a 379 y prevé cerrar el mes de junio con casi 500 refugiados dentro de sus fronteras. Pero ya con la cifra actual es el segundo de la Unión en número de refugiados acogidos, superado sólo por Francia (que ya ha acogido a 739).
La campaña lusa cuenta con el apoyo expreso del Gobierno del socialista António Costa, que no sólo ha puesto el máximo esfuerzo en cumplir con la cuota de 10.500 refugiados asignados a Portugal cuanto antes, sino que ha prometido aumentar ese compromiso hasta duplicarlo. A la vez, Costa ha anunciado la creación de 2.000 plazas adicionales para estudiantes refugiados que hayan tenido que interrumpir sus estudios al huir de sus países (como ya sucede desde hace décadas en Canadá).
“Los fenómenos de migración son tan antiguos como la propia humanidad y no pueden ser demonizados”, declaró Costa desde la Cumbre Humanitaria Global celebrada en Estambul el mes pasado. “Tenemos la obligación de ser solidarios, y Portugal se compromete a crear vías adicionales para la admisión de refugiados, con ofertas de educación y empleo para facilitar su integración”.
Emulando al primer ministro canadiense Justin Trudeau –que famosamente dio la bienvenida a los refugiados sirios que llegaron a Toronto el pasado diciembre –, Costa ha hecho un esfuerzo por mostrar el compromiso personal de su Ejecutivo con esta misión, viajando a Grecia para reunirse con solicitantes de asilo en el campamento de Eleonas.
A la vez, Constança Urbano de Sousa, la ministra de Administración Interior que ha sido una de las más críticas con las trabas de la burocracia europea en el proceso de reubicación, ha recibido en persona a los refugiados que llegan a Lisboa.
Los esfuerzos de este pequeño país, cuya economía es notablemente frágil, han merecido los aplausos de las altas instituciones europeas, entre ellas de la Eurocámara. “Portugal está liderando este proceso”, declaró Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, durante una visita al país a principios de mes. “Los refugiados tienen que ser acogidos entre los 28 Estados miembros, y no sólo entre algunos pocos países de los Veintiocho”.
Una misión complicada que puede compensar la decreciente demografía lusa
El lado práctico de esa integración lo está llevando a cabo el Consejo Portugués para los Refugiados (CPR), una ONG que gestiona el reparto de los refugiados entre 350 municipios portugueses. Teresa Tito de Morais, presidenta de la organización, reconoce que nunca antes se habían enfrentado a semejante desafío.
“El país tiene experiencia acogiendo refugiados –1.300 personas procedentes de los Balcanes durante las guerras yugoslavas, y otras 4.000 de Guinea Bissau posteriormente–, pero nunca antes hemos tenido el reto de ayudar a tantas personas, y de llevar a cabo una integración tan profunda”, admite a EL ESPAÑOL. “La cuota actual de refugiados asignados a Portugal es de 10.000 personas, lo que supone un 1% de nuestra población. En el pasado siempre se ha tratado de situaciones de acogimiento temporal, pero anticipamos que los refugiados que nos están llegando ahora se quedarán aquí durante un periodo de al menos diez años”.
La presidenta del CPR subraya el delicado balance demográfico que conlleva la reubicación de los refugiados en territorio nacional. “Portugal es un país pequeño con un problema demográfico: mucha gente se ha ido por la crisis, y tenemos una tasa de natalidad baja. Esperamos que los refugiados nos ayuden solventar ese problema, pero también es importante no sobrecargar a ningún municipio con refugiados, para facilitar la integración y evitar conflictos locales”.
Aunque Tito de Morais reconoce que siempre existe la posibilidad de choques, espera que el espíritu acogedor del pueblo luso evite un eventual rechazo de los refugiados entre la población local, y recuerda la ayuda que Portugal ofreció a los judíos escapando la amenaza nazi durante la Segunda Guerra Mundial como evidencia de esa solidaridad histórica.
“Tenemos serias limitaciones financieras e incluso algunas políticas de austeridad todavía existentes, pero también un compromiso con los valores europeos y la ética solidaria. Somos un país de inmigrantes y muchos de nosotros tuvimos que exiliarnos durante la dictadura salazarista. El público se ve reflejado en estas personas y sabe lo que tiene que hacer”, añade Morais.
Los refugiados quieren trabajar pero dudan que Portugal pueda ofrecerles ese futuro
Pese a estar “eternamente agradecidos” por el acogimiento que han recibido, Mustafa y otros muchos refugiados acogidos en el Hotel Inatel se muestran preocupados cuando hablan de su futuro en Portugal. Reciben alojamiento, comida, un subsidio de 150 euros al mes y clases de portugués a diario, pero todos se quejan por la falta de lo que más desean: trabajo.
Hayder, también de Irak, lamenta que “Portugal es un país con muchas promesas pero pocas posibilidades de cumplirlas”. Huyó al ser amenazado de muerte por la milicia local por comerciar con comida de Arabia Saudí, considerado como un país enemigo; tras pasar por Irán camino a Turquía, pagó 5.000 euros para cruzar a Grecia, desde donde fue reubicado en Portugal en marzo.
“Cuando me enviaron a Portugal me dijeron que aquí tendría trabajo”, dice este iraquí de 45 años. “Necesito dinero para poder traer a mi mujer a mi cuatro hijos, que siguen amenazados. Me dan lecciones de portugués pero yo soy cocinero, no necesito hablar el idioma para poder trabajar”.
Rehase, eritreo de 30 años que huyó de la represión política en su país hace ocho, se queja de lo mismo. “Soy mecánico y llevo tres meses aquí perdiendo el tiempo. No quiero depender del Estado, quiero poder trabajar para ahorrar, tener una casa, vivir mi vida. Tengo amigos que fueron para Alemania y Suecia y que ya tienen trabajo”.
Desde el CPR, Tito de Morais dice entender las reclamaciones de los refugiados pero pide paciencia ante una situación económica “complicada”. Aunque el paro en Portugal es inferior al de España, sigue siendo del 11% de la población, lo que ha provocado la salida de 300.000 personas del país entre 2012 y 2015. Con tantos lusos sin trabajo, es difícil ver cómo conseguirán incorporar a miles de refugiados dentro del mercado laboral.
Ya he vivido como refugiado en Siria, en Turquía, en Grecia. Llevo meses sin hacer nada. Quiero trabajar en lo que sea
“Nuestra economía es el gran desafío, pero acabamos de comenzar [el nuevo Gobierno progresista se formó a finales de noviembre pasado]. Los primeros solicitantes de asilo llegaron en marzo, y nuestro objetivo inmediato es reubicarlos en Portugal lo más rápidamente posible y darles clases de portugués", explica.
El país obtiene 6.000 euros por refugiado para un plazo total de 18 meses. "Tenemos de gestionar los recursos de la mejor manera posible. Así avancen con el idioma, también vendrán asistentes sociales para ayudar con el tema laboral, y estamos negociando con empresas públicas y diferentes fundaciones para crear becas de trabajo”, indica.
La presidenta de la ONG dice que está previsto que algunos refugiados comiencen a trabajar en las recepciones de los hoteles que les acogen, y otros tendrán la opción de participar en las campañas de cosecha en el otoño. Sin embargo, reconoce que el trabajo en el sector agrícola es delicado. “No queremos dar la apariencia de que Portugal se está aprovechando de los solicitantes de asilo para conseguir mano de obra barata”, insiste.
A Mustafa, sin embargo, le dan igual las apariencias. “Trabajaré en lo que sea, sea como costurero o sea en el campo”, asegura. “Tengo mis padres y mis hermanos en Irak, y haré lo que sea para conseguir el dinero para sacarles de ahí”.
“Ya he vivido como refugiado en Siria, en Turquía, en Grecia. Llevo meses sin hacer nada y las ayudas del Estado sólo duran un año y medio. Tengo miedo de que se agote el tiempo y termine en la calle”, confiesa.
Como sus compañeros, el joven iraquí plantea irse de Portugal e intentar llegar a un país del norte de Europa si no cambia la situación, pese a que se le ha informado que, según la Convención de Dublín, tiene que quedarse en éste, el Estado miembro que está procesando su solicitud de asilo. “Sé que si me voy corro el riesgo de que la Policía me pare y me vuelva a mandar para acá, pero no tengo otra opción. Yo sé que los portugueses quieren ayudar, sólo que el país ya tiene problemas propios y realmente no pueden. Me gusta este país, pero si no hay trabajo no hay nada más que hablar”.