Al menos 43 migrantes y refugiados, incluidos 17 niños, han muerto este viernes en dos nuevos naufragios en el Egeo. En 2015, 3.771 refugiados y migrantes perdieron la vida en el Mediterráneo, prácticamente la misma cifra que un año antes, según la Agencia de Naciones Unidas para el Refugiado (Acnur). En realidad, esos fueron las muertes registradas. Sólo en la travesía entre Grecia y Turquía se estima que un 20% de los fallecidos quedaron sumergidos en el agua sin poder ser localizados.
Lesbos, la isla griega que ejerce de puerta a la Unión Europea para quienes vienen desde el este, está sobrepasada: se le agota el espacio de sepultura, pero también de refrigeración de los cadáveres. Tampoco tiene suficientes patólogos, indica Tara Brian, investigadora de la Organización Internacional de Migraciones (OIM).
En un terreno cedido por las autoridades un grupo de musulmanes ha establecido un cementerio para quienes profesan esta fe, o quienes se cree que la profesan, cuenta Stefanie Grant, una investigadora británica del Centro de Derechos Humanos de la London School of Economics que participa en la elaboración de un informe coordinado por la OIM sobre la gestión de un final digno para los refugiados y migrantes fallecidos en el Mediterráneo. Allí, de las aproximadamente 60 personas enterradas hasta el momento un tercio pudieron ser identificadas con nombre y apellido. En este lugar están sepultadas de forma individual, pero esto no siempre es posible y también hay casos en Europa de sepulturas comunes.
Las estrecheces en Lesbos, recuerdan al caso de la pequeña isla italiana de Lampedusa, donde el cementerio se llenó rápidamente hace unos años y los cuerpos tuvieron que ser enviados a diferentes lugares de Sicilia para encontrar dónde darles sepultura.
Grant recuerda que en otoño de 2013 dos grandes barcos se hundieron frente a las costas de Lampedusa y muchos cuerpos pudieron ser recuperados por la cercanía a tierra firme. La mitad de ellos fueron identificados por familiares y acompañantes. Para la otra mitad, las autoridades italianas establecieron una comisión de forenses expertos que deberían extraer pruebas de ADN y tratar de encontrar así a familiares que buscaran a sus seres queridos. Lo han conseguido en “algunos” casos, pero la mayoría permanece sin identificar.
“Les enseñamos a tratar los cuerpos para respetar a los muertos”
En el norte de África, pescadores, voluntarios y trabajadores públicos de Libia y Túnez han aprendido cómo tratar los cadáveres de aquellos que no sobreviven a la travesía hacia Europa.
“Hace cinco años, la corriente arrastró los primeros 12 cuerpos hacia la playa y tuvimos que enterrarlos. Incluso hemos encontrado cadáveres atrapados en nuestras redes de pesca”, contaba Nurdin Achurmtent, un pescador tunecino de la localidad costera de Zarzis en un testimonio recogido por Médicos Sin Fronteras.
La organizaciónha enseñado a los pescadores de Túnez y Libia cómo actuar en un caso así, aunque lo habitual no es encontrar cadáveres en el mar, sino en la costa. Sobre todo en Libia. Así lo cuenta Fued Gamudi, coordinador del proyecto de MSF en Túnez y Libia, desde su oficina tunecina.
En sólo dos meses -a finales de verano- llegaron a encontrar 300 cuerpos sin vida en la costa occidental de Libia y unos 70 en la tunecina, según el recuento de la ONG. Pero Gamudi calcula que en el mar se habrán perdido unas 3.000 vidas en el mismo tiempo. Cuerpos a los que las corrientes marinas no han devuelto a la costa para darles al menos la oportunidad de ser enterrados y darles la oportunidad de que al menos algún día sus seres queridos puedan encontrarlos.
“Una vez unos pescadores nos llamaron y llegamos tres o cuatro horas después y nos encontramos una situación estable, ya habían comenzado a salvar a mujeres y niños. Fueron una gran ayuda”, recuerda Gamudi.
En Libia el trabajo es especialmente arduo, pues en pleno conflicto de intereses entre gobiernos paralelos apenas cuentan con medios ni conocimientos ni ofrece datos oficiales. Mientras que en Túnez los servicios de protección civil funcionan y hay médicos forenses en los hospitales, en toda la costa occidental de Libia había una sola persona para hacerse cargo de todos los cuerpos que llegan a la zona, ejemplifica Gamudi. Por eso era especialmente importante formar personas allí.
“La identificación es muy importante para nosotros, por sus familias. Les enseñamos a tratar los cuerpos para respetar a los muertos”, subraya. Enseñan a pescadores, voluntarios de la Media Luna Roja en ambos países y a los propios organismos oficiales como el servicio de protección civil tunecino a manipular los cuerpos desde el momento en el que los encuentran. Por una parte, deben protegerse con un traje especial, máscaras, guantes y por otra parte ponen especial hincapié en la identificación de los cuerpos.
Identificar a los fallecidos sin criterio unificado
¿Pero es eso posible? Gamudi explica que en los casos de personas que pierden la vida en el mar, los cuerpos llegan en muy mal estado y sin un carnet de identidad que los identifique la mayoría de las veces, por lo que resulta esencial anotar el mayor número posible de características de las personas para ayudar a identificarlas: alguna prenda de ropa particular, una marca especial en el cuerpo, el color del pelo…
El registro de sus características persigue el objetivo de que si algún día un ser querido se acerca al lugar en su busca, pueda al menos honrar a su muerto. Porque repatriar a estos fallecidos ni siquiera está en la agenda. Al proceder de lugares en conflicto o de países en vías de desarrollo la dificultad lo hace impensable para los expertos consultados.
La experta forense de Cruz Roja Internacional, María Dolores Morcillo, explica desde su oficina en Ucrania que cada país tiene la capacidad de decidir cuándo un cuerpo se considera identificado: desde un reconocimiento visual porque sea fácilmente reconocido por sus familiares, registros dactilares, comparación de datos del cadáver con los de la persona cuando estaba viva, exámenes de ADN en cuerpos muy descompuestos o cuando la información disponible de otra manera no es suficiente.
En España, cuando aparece un cuerpo sin identificar en la costa, todos reciben el mismo tratamiento, según fuentes de la Guardia Civil: se le toma la huella dactilar, un informe fotográfico y se entrega el informe y el cuerpo al juez con los datos que puedan incorporar al atestado. Si hay muestras de ADN o dentadura también se facilitan los datos a la Europol y a la Interpol, para ayudar a la localización de personas desaparecidas o sin identificar.
Sin embargo, la Interpol no es proactiva en estos casos. Explica por correo electrónico que únicamente interviene “si lo solicita uno de sus 190 países miembros[, para] ayudar en la identificación de víctimas de desastres, lo que habitualmente ocurre tras un gran desastre natural u otros como terremotos, tsunamis o accidentes aéreos, donde hay una larga lista de víctimas con muchas nacionalidades diferentes, y no en casos de víctimas individuales o en menor número”.
Así, al final a menudo todo queda en manos del poder adquisitivo y de la necesidad de saber de los familiares y amigos. Si por ejemplo el vástago de una familia nigeriana abandona su hogar para probar suerte en Europa, su familia cuenta con no tener noticias de él durante varios meses, por lo que no se movilizarán para localizarle hasta un tiempo después de su muerte, si es que pueden permitírselo, admite Gamudi. A pesar de las dificultades, ya ha habido casos de personas que han ido y encontrado a sus seres queridos.
Descoordinación en el intercambio de información
No sólo no existe un protocolo internacional sobre el proceso en el tratamiento de los cuerpos encontrados en el mar, tampoco dentro de la Unión Europea. La descoordinación existe incluso dentro de un sólo país. En Italia, por ejemplo, se lleva un registro sobre la información de los cuerpos a nivel local que ni siquiera se comparte a nivel nacional, explica Grant.
Cruz Roja ya tiene un sistema que permite seguir la pista de un ser querido que posiblemente haya fallecido en su travesía hacia Europa, indica Morcillo. Dentro de la propia organización facilitan información para facilitar la comunicación con las morgues. Pero admite que hay mucho más que hacer: “Es el principal problema en todo el mundo de todos los fallecidos: la falta de coordinación y comunicación de las diferentes instituciones al cargo”.
La dificultad añadida para la identificación de uno de estos cuerpos está en el continuo movimiento de los solicitantes de asilo, que continúan sus viajes o pueden haberse visto obligados a separarse en el camino (como aquel padre que recientemente tenía sólo dinero para el pasaje de su bebé y entregó al pequeño a otro refugiado que iba en el barco al que él no pudo subir). “Estamos entendiendo las rutas migratorias, dónde están los familiares y los cuerpos”, afirma Morcillo.
Urge una base de datos compartida
La investigadora opina que los más urgente en el tratamiento de las personas que no sobreviven a su huida hacia Europa es conservar toda la información disponible sobre sus cuerpos: ADN, enseres y testimonios de quienes les acompañaban en el viaje antes de que continúen su camino.
Es algo que se comienza a hacer, apunta Grant. Pero señala que ahora en la policía en Europa muchas veces interroga a los supervivientes buscando información sobre tráfico de seres humanos, pero no aprovechan la oportunidad para recabar datos sobre quienes han fallecido.
El siguiente paso necesario, aconseja, es poner la información recabada de los fallecidos a disposición de las familias que no siempre los buscan inmediatamente, por desconocer lo que ha sucedido. Finalmente, esta base de datos debería compartirse de forma internacional.
Tanto Grant como Morcillo solicitan al Consejo de Europa que establezca una base de datos común que ayude a poner nombre y apellidos a quienes no pudieron ser identificados. De esta forma, sus seres queridos tendrían posibilidades reales para localizarlos y poder darles la despedida que quisieran.